Marco A. Dorantes

Este es uno de mis primeros blogs* (aquí hay una lista de mis blogs sobre temas de mi interés).
Además, mis aportaciones en un seminario de introducción a la Filosofía.
*blog es una contracción de weblog: un diario o bitácora pública como medio de expresión personal.

Monday, February 27, 2012

La verdad aún

Una de las ideas que de hace algún tiempo para acá me ha empujado a reflexionar es esa de la verdad, de lo verdadero. ¿Qué es la verdad? ¿Cómo pensar acerca de la verdad? Claro está que muchos en la historia del pensamiento han tomado en serio ese asunto de la verdad y buscar entender qué es lo que dicen al respecto, para mí, ha representado un importante recorrido hacia la madurez interior —racional, emocional e intuitiva.

«Tu verdad no; la verdad, y ven conmigo a buscarla. La tuya, guárdatela» —Antonio Machado

En semejante recorrido suele haber hitos indelebles y en este caso de la verdad un memorable hito fue pensar en las implicaciones de la película «Twelve Angry Men» de Henry Fonda. El título en español es «Doce hombres en punga».

Twelve Angry Men

No menos relevante y emocionante han sido los recorridos para buscar sobre otras ideas por las que juzgamos —aparte de la verdad—, como la bondad y la belleza; y también las ideas por las que actuamos, como la libertad, la equidad y la justicia. ¡Y todavía hay quien dice que para qué la filosofía!

Sunday, February 26, 2012

Economía

Mi yo del pasado, ese joven religioso entusiasta e inconsciente de su profundo analfabetismo, no deja de sorprenderme en mi reflexión actual sobre sus opiniones y actitudes que manifestaba con tanta seguridad y convicción. Sospecho que hay mucho trabajo aún por hacer para desprenderme por completo de los efectos de ese estado pasado sobre mi manera de interpretar la realidad. Me pregunto si algo así es común en el recorrido de muchos hacia la madurez. Por ejemplo, por muy sorprendente que pueda parecer, sí hay quienes —y no pocos, como ese joven que fui— cuya conducta ofrece poco margen para otra interpretación distinta a la siguiente: una afirmación y proclamación elocuente de que buscarse uno mismo una amplia educación filosófica es una irremediable pérdida de tiempo; es el pregón: “¿Para qué aprender a pensar por uno mismo si casi todo ya está decidido e impuesto por nuestras autoridades jerárquicas? Lo que a uno le toca hacer bien es obedecer, anhelar los premios por tal obediencia y punto”. Otro podría ser el discurso pero aquí me pregunto por una interpretación razonada de la conducta real observable.

A decir de semejante conducta ¿cómo puede llegar a mejorar el sistema mundial actual —y eliminar sus efectos negativos— si pocos son los que aprenden a pensar con claridad y con rigor? Por ejemplo, en el campo de la economía, ¿cuántos siquiera conocemos los referentes de la palabra?

Hace mucho, en la Grecia antigua, esa palabra refería al cuidado y a la administración de la casa que uno habita. Una buena economía me aseguraría, a mí y a mi familia, no sólo dónde habitar sino también, en lo posible, dónde habitará mi descendencia. Una buena economía mundial, por tanto, permitiría la sobrevivencia de la especie humana. Pero, quizá, la especie humana —como otras especies animales ya extintas— conlleva un gen de la autodestrucción o, más probable, es demasiado susceptible al poder formativo de su nicho ecológico y entorno social imperante; tal que, si su entorno ostenta un sistema de valores autodestructivo entonces los miembros de la especie serán invariablemente autodestructivos.

¿Cómo contribuir al porvenir de la Humanidad? Hay muchas maneras, claro, pero al individuo corresponde indagar si su contribución es parte de los problemas o parte de las posibles soluciones. Sin embargo, seamos realistas, para lograr hacer tal indagación y para justificar debidamente una interpretación amplia de la realidad mundial se requiere —como paso inicial— regresar a los básicos humanísticos como la introducción a la filosofía y al pensamiento científico; de otra manera ¿cómo podremos contribuir constructivamente al diálogo sobre temas como el que propone Michael Sandel?


Has science undermined the place of philosophy?

Thursday, February 16, 2012

Autoridad

Basta un poco de indagación deliberada en una biblioteca, pública o privada, acerca de algún tema de interés personal para quedar sorprendido de la enorme brecha entre mis meras opiniones y las opiniones con mayor soporte sobre el tema en turno. Por ejemplo, el tema de la autoridad; el cual, antes de un mínimo de reflexión e indagación, hacía coincidir con el del acatamiento, la genuflexión y el vasallaje.

Una lectura superficial de algunos de mis textos públicos podría apoyar la idea de que tengo un grave problema de actitud en contra de la autoridad. Pero justo lo contrario es lo que me sucede: precisamente porque observo una grave escasez de autoridad es que me opongo a lo que usurpa su lugar.

La palabra autoridad tiene su origen en la palabra del latín: auctorĭtas, -ātis; hace mucho tiempo esa palabra refería, principalmente, a la idea de «garantía». Se usaba para indicar seguridad o firmeza en algo, algo en lo que se podría confiar. También refería a la idea de «prestigio», de algo con un patrón regular de efectividad que servía como soporte para creer en la ocurrencia, y el éxito, de dichos efectos ahora y en el futuro. Otro referente de la palabra original del latín era para indicar que algo merece tomarse como modelo o como ejemplo.

Hoy en día, a decir del discurso y de la conducta de la típica figura de autoridad —política, religiosa, judicial, corporativista, por mencionar algunas—, la idea asemeja más la mera opinión que yo tenía antes de investigar sobre autoridad que los referentes originales de la palabra. Actualmente la palabra autoridad habla más del uso y abuso del poder que de una vida virtuosa digna de confianza y seguridad.

Aun así, con lo devaluado de la palabra, no es difícil encontrar quien defiende férreamente esa podredumbre llamada “autoridad” repitiendo frases trilladas como: “hay que respetar a las autoridades”; y denuestan a quien ejerce el pensamiento crítico porque “no tiene respeto por la autoridad”. Y sí, es cierto, quien piensa críticamente no tiene respecto por esa usurpación de la autoridad porque tal fraude no se debe respetar, quizá es posible tolerar, pero no respetar; el respecto es algo mucho muy elevado como para vulgarizarlo con abusos del lenguaje.

El problema fundamental sigue siendo, como lo plantea Bertrand Russell en su obra Autoridad e individuo:

«¿cómo podemos combinar el grado de iniciativa individual necesario para el progreso con el grado de cohesión social indispensable para sobrevivir?»

Sunday, February 12, 2012

Piensa

La riqueza del contenido en el arte —es decir en la destreza— depende del diálogo en el ejercicio estético entre artista y observador; por ejemplo en esta creación artística de mi amigo Mikael Garnnikensteinikolang:


Piensa

A partir del profesar el oficio de pensar algunos tenemos apenas un insignificante e insípido brote mientras que hay filósofos que, por su esmero y su dedicación a la duda, ya cuentan con una rebosante floresta.

Antes de iniciar mi participación en un seminario de introducción a la Filosofía no tuve ni una idea cercana de cuán relevante resultaría este recorrido por el pensamiento filosófico en general. Ahora, entre más me preparo para la sesión dedicada al pensamiento creativo y al ejercicio estético más tomo conciencia de la pertinencia del arte en la madurez de una persona.

Saturday, February 11, 2012

La crítica

En muchas ocasiones he escuchado algo como: “Nadie gusta que le critiquen”. Pero para mí esa frase representa una generalización como, por ejemplo, esta otra: “Todos son aficionados al futbol”. Si uno no tiene cuidado entonces es muy fácil quedar atrapado en las sutilezas del lenguaje, pues aun entre generalizaciones hay grados. Las frases anteriores, en su sentido literal, contienen una presunción exagerada: saber algo de mucha gente. Pero es muy probable que el referente real de dichas frases sea tan sólo quien la dice o piensa, en el caso de la primera, y un subconjunto local, en el caso de la segunda. Pero no dejo de tener curiosidad acerca de cuánto influyen generalizaciones como la primera frase sobre la opinión de la gente; tal que en determinada cultura, con poco hábito reflexivo, el resultado sea que la crítica se perciba como algo negativo y destructivo.

De nuevo, por la flexibilidad y amplitud del lenguaje es requerido considerar el contexto para entonces interpretar mejor lo que se dice. Si por «crítica» se entiende «murmuración» o «chismorreo» entonces entiendo lo negativo del caso. Pero si por «crítica» se entiende la resistencia a las ideas —que no a las personas— entonces la crítica resulta ser algo que ayuda a ampliar el tema y profundizar en lo que se está pensando; ayuda a evitar la cerrazón del pensamiento unidimensional. Pensar de manera amplia y profunda es parte de una estrategia que asiste a la pertinencia de las decisiones tácticas, y por eso —entre muchas otras razones— la crítica es positiva y es constructiva.

El tipo de aliados que busco, por tanto, es de aquel que ofrece resistencia a mis ideas, como lo reflexioné hace tiempo en: La resistencia a las ideas es positiva y vital. Así, los aliados que busco son aquellos que, como un buen hábito, ejercen la crítica.

Pero claro, también para hacer buena crítica es necesaria la destreza que proviene de conocer técnicas de pensamiento crítico (técnica = teoría + práctica), la destreza en cierto tipo de análisis crítico: análisis intelectual disciplinado que combina investigación, conocimiento del contexto histórico y un juicio equilibrado.

Otras reflexiones relacionadas:

Una mexicana notable

Pensamiento crítico

Wednesday, February 08, 2012

Los libros de la Biblia

Advertencia: lo siguiente tan sólo es una breve reflexión y no pretende ser una revisión editorial ni una réplica al contenido de los artículos referidos.

Los números 88 y 89 de la revista Algarabía, correspondientes a enero y febrero, respectivamente, del año 2012, en su sección De dónde viene, contienen artículos con el título «Los libros de la Biblia». El título captó mi atención de inmediato y con mucha curiosidad me dispuse a leerlos con cuidado. Mi curiosidad principal consistía en constatar cómo semejante tema, tan amplio, y con tanta historia en Occidente, pudiese presentarse en un formato de lectura ligera —la cual es la categoría en la que podrían ser clasificados los artículos típicos de la revista de marras. Además, quise experimentar el sabor de boca que pudiese dejar una lectura ligera sobre uno de los temas que más me ha fascinado los últimos años: la historiografía bíblica.

Comprendo, claro, que en el espacio disponible para los artículos no hubiese sido posible desarrollar ningún argumento histórico, ni teológico, ni místico, ni ningún otro tipo de argumento basado en la diversidad de teorías existentes sobre la Biblia; pero al menos esperé encontrar enunciados que contaran con un mínimo de sustento consensuado entre las autoridades en la materia. El sabor de boca que me dejó la lectura fue de algo insípido, de algo sin la viveza que el tema amerita. A pesar de lo que pueda ser la opinión popular, el tema es algo candente y está al rojo vivo en los círculos donde se debaten muchos de los enunciados en dichos artículos. Y, sin embargo, se presentaron como si el tema fuese algo trasnochado o rancio; es decir, como si los datos ahí contenidos fuesen algo ya escrito en piedra y que nadie calificado pone en tela de duda. Justo lo contrario es la realidad.

Por ejemplo, en la segunda entrega, se afirman categóricamente los nombres de los distintos autores de los evangelios en el Nuevo Testamento; mientras que el aparato crítico de ninguna de las teorías históricas sobre el asunto puede declararse superior por encima de otros y, por tanto, no hay bases para afirmar “esta” o “aquella” es la perspectiva más reconocida por las autoridades en el tema. Hay argumentos históricos, con soporte teórico equivalente a cualquier otro argumento contemporáneo, que concluyen como anónimo para el autor de los evangelios. Así pues, después de todo, no hay un solo argumento que sea el más reconocido por encima de otros —a partir de una perspectiva amplia y no sólo desde una perspectiva sectaria o confesional. Cabe, entonces, la pregunta: ¿es la revista Algarabía una promotora de contenidos confesionales de alguna religión institucionalizada en particular?

De ser así, me parece que los artículos deberían establecerlo con claridad para que el lector sepa a qué atenerse; de otra manera, ¿será, quizá, un caso de prisa editorial por encima de la calidad de sus contenidos? ¿O será acaso la razón de fondo aquella fuerza cultural que somete a todos por igual al más incólume cortoplacismo que impide tocar temas que merecen profundidad y en su lugar son tratados tan sólo de manera “práctica” y superficial? Si se toca un tema con tantas evocaciones históricas y culturales ¿no sería pertinente planear una investigación que esté a la altura de dicho tema o por lo menos dejar un sabor de boca al lector que lo espoleé para que investigue más por cuenta propia?

En concreto, el segundo artículo afirma saber el autor de algunos libros del Nuevo Testamento, mientras que no hay bases para hacer tal afirmación sin decantarse por una posición religiosa institucional. A mí me gustaría que la revista aclare y confirme si ese decanto fue intencional o cuáles fueron sus fuentes o cómo explica la posición apoyada por sus artículos. Por lo cual contacté a la revista Algarabía y me dirigí a sus responsables editoriales para compartir la presente reflexión sobre su par de recientes artículos.

Actualización febrero 9, 2012, a continuación la respuesta de parte de la revista Algarabía:

Marco A. Dorantes: en respuesta a tu pregunta, Algarabía no es ni será una promotora de contenidos confesionales de ninguna religión en particular, ni se decanta por ninguna postura ideológica, política o filosófica, ni promueve ningún sistema de creencias o códigos morales.

La sección en la que se publicó al artículo que te refieres se llama De dónde viene, y su espíritu es el de divulgar los orígenes etimológicos e históricos de palabras, nombres o expresiones del habla común; es por ello que el texto no pretende explorar a profundidad los ámbitos de la teología o la historiografía bíblica.

Lo que se reporta en las dos entregas del artículo se apoya en gran medida en las introducciones capitulares de La Biblia de Jerusalén (Edit. Desclée de Brouwer, Bilbao, 1998) —en las que se adjudica la autoría de los libros bíblicos a los personajes citados—, así como en lo dicho por diversos diccionarios etimológicos.

En efecto, siempre existirán críticas a las teorías históricas sobre los orígenes de los libros bíblicos; pero abundar en éstas, explicar las diversas posturas al respecto y pronunciarse por una, nunca fue el propósito de los autores.

Gracias por escribir.