Marco A. Dorantes

Este es uno de mis primeros blogs* (aquí hay una lista de mis blogs sobre temas de mi interés).
Además, mis aportaciones en un seminario de introducción a la Filosofía.
*blog es una contracción de weblog: un diario o bitácora pública como medio de expresión personal.

Sunday, October 30, 2011

Pensamiento doctoral

¿Qué es una licenciatura? ¿Qué es una maestría? ¿Qué es un doctorado? ¿Son grados académicos inventados por el gremio magisterial? En el caso, ¿no podría ser que las destrezas intelectuales asociadas a tales grados académicos ya están al alcance de quien las busque y sin necesidad del mero trámite oficializado por una institución gremial?

Con contenidos académicos libremente disponibles en Internet, como las clases del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), o Stanford, o Carnegie Mellon, ¿qué razón hay por la cual no desarrollar las destrezas intelectuales de nivel maestría o doctorado? ¿O el pensamiento doctoral sólo podrá ocurrir después de lograr el título oficial?

El gremio magisterial, el cual es un ramo de servicios, podría no estar haciendo un buen trabajo si consideramos el fraude que al final del día ha resultado ser la “educación” de quienes están al frente en la sociedad actual —dadas las desproporcionadas diferencias en los niveles del bien común en el mundo. Así que yo no estoy a favor de la popular idea de “academia” que termina siendo un negocio elitista y estratificado. La idea de educación es algo mucho más grande como para dejarlo en manos del gremio magisterial. La idea de educación, por supuesto, debe estar en las manos del propio individuo.

Un ejemplo de contenido académico libremente disponible:

Una introducción a la biología del comportamiento humano

Ahora, ¿para qué una maestría o para qué un doctorado? ¿Para desarrollar las destrezas intelectuales asociadas o para tener el trámite cubierto y luego afanarse por un salario más “competitivo”? Trámite o no, título o no, lo relevante sería ensanchar la lucidez cognitiva para hacer una mejor y más esmerada aportación a la sociedad hoy.

La definición precisa de una maestría —como grado académico— depende de la materia en cuestión y del particular gremio magisterial que ofrezca dicho grado. Sin embargo, un rasgo de las capacidades asociadas a una maestría es, por ejemplo, la correcta aplicación de principios teóricos a situaciones concretas; lo cual implica un dominio sólido de la teoría en cuestión. La acción clave ahí es «aplicar» por lo que la pericia intelectual para distinguir diferentes niveles de abstracción es esencial. Aun cuando, en ocasiones, para una maestría se enfatiza la experiencia me parece que tal énfasis suele ser desproporcionado. La aplicación es algo distinto a la experiencia. La experiencia tiene su propio mérito pero en un renglón diferente al de la aplicación. Es decir, por ejemplo, el número de veces que se haya realizado 2+2=4 no guarda ninguna relación con la adquisición adicional de destreza en la aplicación del principio matemático. Eso quedó claro a partir de Immanuel Kant y su síntesis dialéctica entre el racionalismo y el empirismo; como está registrado en la historia del esfuerzo epistemológico. Pero, por desgracia, aún hoy no es común la demarcación entre aplicación y experiencia; por el contrario, lo común es ufanarse de “veinte años de experiencia” pero sin distinguir entre un año repetido diecinueve veces o veinte años de aprendizaje diverso, amplio y profundo con bases teóricas sólidas.

La definición precisa de un doctorado —como grado académico— ofrece el mismo avatar que la maestría. Pero un rasgo común en las destrezas a nivel doctorado es aquel de las diversas técnicas de investigación: descubrir; es decir, hacer transparente algo que antes era opaco para el entendimiento humano. El pensamiento doctoral intenta empujar los límites del conocimiento y, en su forma básica, lo hace sin perseguir, en principio, ninguna aplicación práctica. El pensamiento doctoral se distingue por su ejercicio teorético a través del cual nuevas y más potentes teorías se desarrollan tanto en el campo científico como en el campo sociocultural; este último campo incluye, por ejemplo, teorías socioeconómicas, teorías teológicas, teorías estéticas, etcétera. Las teorías son los mapas que podemos utilizar para orientarnos en un tema; las teorías son los mapas de los que hablo en: Sobre ser adulto. La relevancia del desarrollo teorético en cualquier campo se puede observar, por ejemplo, al preguntar: ¿Para qué teología filosófica?

La importancia por la cual el pensamiento doctoral debe guardar distancia con el pensamiento práctico está sostenida por consideraciones de gran calado relacionadas con el rumbo potencial de la humanidad en adelante; es decir, con la distinción entre lo real y lo posible, y por tanto con la posibilidad de transformación a nivel individual o colectivo: Mito y transformación.

Dolor

«Padezco de un muy grave nivel de ignorancia y me duele, me duele mucho; y el dolor y la vergüenza son insoportables»

Saturday, October 22, 2011

Mito y transformación

¿Qué pasa con el humano en masa? ¿Por qué nuestra propensión a los mitos vulgares? ¿Todo mito es farsa o hay una manera de entender al mito que pueda ser provechosa para cambiar al humano en lo individual? En esta reflexión arriesgo dos observaciones: (1) para el hombre-masa el mito es la vulgarización de algo que, de otra manera, sería relevante para un potencial mejor bien común; (2) para el individuo reflexivo el mito es la posibilidad de transformación personal.

¿Cómo se gesta un mito vulgar? Aventuro unos rasgos de posibles respuestas: un personaje con algo de buena o mala fama, hordas acríticas de fanáticos o de detractores, el paso de los siglos; son ingredientes para el desarrollo de una imagen extraordinaria que pertenece más al campo poético y de ficción literaria que al realismo crítico. Un ejemplo reciente es la imagen que de Steve Jobs se han hecho muchas personas. El personaje ha sido elegido por muchos como el “más grande inventor” contemporáneo —a decir de la frecuencia con la que escucho desproporcionados halagos sobre su “creatividad” y sobre sus formidables “méritos”—. Si se observa la historia de tales adopciones en masa entonces no me sorprendería que en el futuro el personaje resulte con dotes místicas y sobrenaturales. —En este párrafo refiero la idea de mito como sinónimo de patraña y no aquel otro concepto tan profundo que se estudia en antropología filosófica; e.g., el mito de la muerte.

Las extraordinarias nociones sobre dioses y diablos, ángeles y demonios, gigantes y monstruos, héroes y villanos, realidad y ficción, son parte de las narrativas que el ser humano, como animal simbólico, necesita para habitar e interpretar toda su realidad. La ciencia moderna es otra narrativa más que parte del mismo ejercicio esencial de interpretación simbólica pero éste aplicado eficazmente para la interpretación de la realidad física. Estas narrativas incluso se pueden llegar a complementar o servir para su desarrollo mutuo. Un ejemplo de esto se observa en la historia de las matemáticas: antes del siglo XVI, y de la idea de los «números ficticios» de Michael Stifel, pensar en términos de números negativos era algo del campo de la ilusión y no del campo práctico del “mundo real”. La vulgaridad —es decir el descuido— inicia con la poca destreza para interpretar la realidad y mezclar afirmaciones dogmáticas con el pensar mitológico y el pensar científico en boga.

El pensar mitológico y el pensar científico, ambos pensamientos simbólicos, requieren de sentido crítico para distinguir y demarcar lo real de lo posible, pues no son lo mismo, al menos temporalmente como se constata en la historia de la tecnología. Lo real es práctico, contingente, cortoplacista, incapaz de interpretar más allá de la experiencia concreta inmediata. Lo posible es teorético, abstracto, hipotético, mítico, imaginario, y es capaz de cambiar el molde cuya forma tomaría la indeterminada masa, per se amorfa, llamada «naturaleza humana».

De ahí la cruda equivocación al interpretar el pensar mitológico y teorético como algo inútil si se confunde con el mito vulgar, como patraña. Pues si algo puede servir para resolver los graves problemas del humano es precisamente distinguir lo real de lo posible y pensar más en términos de posibilidades que en términos de realidades.

El pensamiento mitológico y el pensamiento científico comparten el mismo ejercicio simbólico intrínseco en la especie humana. Como dice Ernst Cassirer:

«Los hechos de la ciencia implican siempre un elemento teórico, lo que quiere decir un elemento simbólico. Muchos, sino la mayoría, de los hechos científicos que han cambiado todo el curso de la historia de las ciencias fueron hipotéticos antes de llegar a ser observables.»

El ejercicio teorético de Galileo que lo llevó al atrevimiento de sugerir la concepción de inercia, concepción que contradecía al “mundo real” de su tiempo —pues los objetos no caían, ni caen, en un punto más alejado de la vertical desde la cual se les deja caer y por lo tanto la Tierra no podía estar moviéndose—, aportó la semilla de lo que ahora conocemos como ciencia moderna; ciencia hecha de teorías con un notable poder descriptivo, explicativo y predictivo.

Por lo que el ejercicio simbólico cuya materia prima son las concepciones teoréticas, en su momento evidentemente falsas, y hasta absurdas, es el mismo ejercicio que desde el humano primigenio nos ha permitido habitar eficazmente una realidad absoluta que está más allá de nuestro entendimiento. Claro está que ahora tenemos al alcance todo lo reflexionado desde aquel humano primigenio. Así, el individuo en pos de la transformación, y de aportaciones a los cambios apremiantes en la sociedad, bien hace en desarrollar su facultad teorética, mitológica e imaginativa por medio del así llamado pensamiento de orden superior (pensamiento crítico + pensamiento creativo + pensamiento valoral) y no pensar exclusivamente en términos del estrecho “mundo real”.

Más Occupy

A la fecha, lo que puedo agregar es que el nivel de propagación de las manifestaciones ‘Ocuppy’, al parecer, ha aumentado. Tal nivel aún me parece insignificante. Pero no importa, por supuesto, el criterio por el cual a mí me parecería algo significativo. Para muchos, en aquel año de 1955, no les habrá parecido significativo lo que hizo Rosa Louise McCauley Parks en ese glorioso autobús. Lo significativo son los complejos problemas a los que la humanidad se enfrenta hoy; e.g., las gigantescas y grotescas brechas de desigualdad social para cuya causa el sistema monetario mundial contribuye elocuentemente. Entonces, con o sin manifestaciones ‘Occupy’, lo relevante es que los individuos avancemos en nuestra propia preparación para tomar en serio los cambios requeridos en nuestra cosmovisión personal. Pues, si en mi cosmovisión el dinero juega un papel muy preponderante entonces dicha preparación conlleva mejorar o cambiar mis creencias al respecto. Si un individuo es incapaz de concebir un diseño social distinto al actual, un nuevo diseño social en el cual el sistema monetario mundial quede removido del mapa, entonces necesita preguntarse ¿cómo piensa contribuir a esa sociedad? ¿Cómo podrá evaluar si su cosmovisión es más parte de los problemas que de las soluciones?

Para transformar su cosmovisión una persona necesita muchas cosas. No albergo ninguna pretensión de enumerarlas. Lo que sí sospecho es que continuar o empezar a indagar qué significa ser un miembro de la especie humana es un ingrediente para tal transformación. Pues preguntarse ¿qué es ser humano?, y dudar —pero dudar bien, “dudar como Dios manda”— de las respuestas basadas en la ignorancia, en la desinformación, en la estreches de miras, en el dogmatismo exagerado, es necesario para arrancarse poco a poco el adoctrinamiento social imperante.

Según “algunos” estudiosos, como seres humanos tenemos gran potencial para la transformación. Pero tal potencial depende del ejercicio simbólico-teorético del propio individuo, de su capacidad para distinguir entre lo real y lo posible, y de que tal distinción es tan sólo de un carácter temporal. Así que, si de auto-transformación se trata, lo que importa es ejercitar nuestras capacidades de abstracción y contribuir a crear el mundo posible —y distinto del actual basado en dogmas— cuya construcción está en nuestras manos.

El fantástico éxito de Ocupa Wall Street

Sunday, October 16, 2011

Occupy

Las manifestaciones ‘Occupy’, que hoy se propagan por el mundo para crear conciencia de la necesidad de un nuevo diseño social para el futuro mundial, ¿estarán destinadas al fracaso o sólo podrán lograr cambios insignificantes? Si la idea es transformación mundial ¿cuál podría ser la contribución mínima que un individuo puede hacer a dicha transformación?

Está claro que tales manifestaciones no “se están propagando” pues hoy apenas escuchamos de la original de Wall Street, la de Vancouver, y una que otra dentro de una región muy localizada.

No pasa nada. Ya verán que el sistema mundial —cuyo funcionamiento se basa esencialmente en el dinero— continuará esencialmente sin cambios.

Con mucho gusto sería el primero en comerme mis palabras. Pero lamento que no será el caso; por desgracia no me comeré mis palabras pues el sistema mundial —basado en el poder económico principalmente pero apoyado por el poder político, militar y religioso— no le conviene que haya ningún cambio de fondo. Y tiene los medios para lograrlo. ¿Qué podrían lograr unos cuantos entusiastas desarrapados contra la fuerza del status quo? Aventuro una respuesta: nada.

¿Será que la contribución mínima de un individuo a la solución del actual estado de la civilización humana es transformarse a sí mismo? Es la pregunta que me he estado haciendo ya de hace tiempo; es decir ¿cómo mi transformación personal podría llegar a ser más parte de las soluciones que de los problemas en el mundo hoy? Con todo, una transformación personal sería la que menos pretextos puede encontrar para llevarse a cabo. Y aun así, lograr el cambio personal se enfrenta a una de las más difíciles aporías para un ser humano, como ya lo dijo aquel: «es más fácil destruir un átomo que un prejuicio»

¿Qué es tomar en serio el asunto de la transformación personal? ¿Cómo distinguir entre el cambio relevante y el cambio producto del gatopardismo*?

* «que haya cambios, sí, todos los que quieras, pero sólo para que todo quede exactamente igual» —gatopardismo

Sospecho que la transformación personal —o la falta de ella— es un asunto privado. Cada uno jugará sus cartas con base en la mano que le tocó.

Pero ni eso zanja el asunto por completo; es decir, apelar al “libre albedrío” para acallar las discusiones sobre los problemas mundiales no es más que un medio para mantener todo en el curso que conviene al sistema actual. ¿No dije antes que el sistema tiene sus propios mecanismos de autodefensa? Pues uno de ellos consiste en apoyar la idea del “libre albedrío” como una facultad que las personas tenemos al nacer, y que hacemos uso de dicha facultad toda vez que “libremente” decidimos si usamos la marca X o la marca Z de dentífrico para el cepillado de nuestra dentadura. Mientras que las cosas no están así de simple con el supuesto “libre albedrío”. Pues basta con un breve tramo en el recorrido de la filosofía moral para comprobar que los humanos no nacemos con la facultada del “libre albedrío”. Con lo que nacemos es con la «potencialidad» de la libertad. Pero así como comer frutas y verduras y hacer ejercicio es requisito para mantener la salud, así también la libertad —y su desarrollo— tiene otros requisitos propios de su naturaleza. Por lo que llegamos a otra de las preguntas que un humano puede hacer e indagar por cuenta propia: ¿cuál es la naturaleza de la libertad?

La mecha está prendida con las manifestaciones ‘Occupy’. Hoy se puede escuchar en algunos medios de comunicación —definitivamente no en los medios conservadores— noticias de un mayor número de lugares que protestan en contra de las implicaciones del neoliberalismo y del sistema monetario mundial.

Está por verse si del otro lado de la mecha habrá algo más que un petardo o termina todo sin cambio alguno. Me parece infundado guardar muchas esperanzas dada la evidencia de la conducta humana en grupo. Como que tiene poco sentido intentar cambios en la sociedad si no vienen acompañados por transformaciones en lo individual.

Un rasgo de algunas “revoluciones” del pasado consistió en la transferencia del poder de una elite a otra pero la vida de la mayoría permaneció, en los hechos, básicamente sin cambios de fondo. Es decir, la manera que la mayoría forma sus opiniones permanece casi inalterada, y la forma de interpretar la realidad permanece siendo la misma. Por ejemplo, si la persona en lo individual no sabe cómo dudar, y cómo dudar bien, “dudar como Dios manda”, entonces con neoliberalismo o sin él, con sistema monetario mundial o sin él, el pensamiento grupal (el así llamado «group thinking») descarrilaría cualquier movimiento social hacia algo totalmente distinto de sus intenciones originales.

Una mejor destreza en el individuo para interpretar la realidad, por tanto, sería un rasgo del tipo de revolución que tiene mejores oportunidades para lograr algo relevante y permanente. Por ejemplo en educación, con el presente diseño o con otro diseño social en el mundo, si el individuo interpreta a la educación como algo que proviene principalmente de su exterior entonces no importará cuán bueno o malo fuese tal diseño social pues en todo caso la educación sería un tipo de adoctrinamiento y de enajenación colectiva.

Otro ejemplo, estas mismas manifestaciones ‘Occupy’; ¿qué sentido tiene manifestarse en contra del sistema y del uno por ciento que es dueño de la mayoría de la riqueza financiera? Claro, si la idea es provocar que la mayoría piense, cuestione, indague entonces me parece muy bien. Pero si la idea es provocar que ese uno por ciento haga algo por el bien común entonces me parece una manifestación inútil pues aquellos no quieren ni pueden hacer algo por el bien común ya que no saben cómo se hace eso, ya que toda su cosmovisión ha sido regida por la premisa de obtener más para sí mismos y menos para el resto del mundo —no por nada consiguieron tal riqueza financiera en primer lugar.

Con o sin manifestaciones ‘Occupy’ los individuos podríamos primero pensar, y luego actuar fuera del actual sistema. Los que tan sólo obtienen una vida miserable basada en el consumismo y el mercantilismo son mayoría. Si esa mayoría lo quisiera el sistema económico actual terminaría mañana: si hoy nadie compra un solo producto o servicio proveniente de tal sistema entonces mañana aquel uno por ciento estaría de rodillas contemplando su inevitable desaparición.

Capitalinos se unen a protestas de ‘Indignados’

Sunday, October 09, 2011

Una ficción

—El momento que tanto he esperado por fin llega —dice el emocionado joven—; además, ¡este lugar es una maravilla!

—Sí, es un lugar bello y apacible que nos permitirá conversar con toda calma —contesta la serena mujer.

—En primer lugar quiero decir: gracias. El que te tomes el tiempo para conversar conmigo es para mí de un valor incalculable —señala el joven al mismo tiempo que lleva su propia mano a su pecho como signo de la más profunda sinceridad.

—Para mí es un gusto poder servirte en lo que pueda y te prometo poner esmero para llegar a ser de utilidad; aunque debo mencionar que yo misma estoy interesada en esta conversación pues me mueve la curiosidad por aprender de perspectivas distintas a la mía —responde la mujer buscando aclarar sus propias intenciones y esperando que eso ayude para el sosiego del joven entusiasta cuya inquietud es notoria.

—Es un honor para mí tener esta conversación con alguien como tú, con alguien que ha dedicado tanto tiempo y esfuerzo para su propio desarrollo científico y filosófico, y que sobre todo ha penetrado tan adentro de sí misma a través de la reflexión sobre su propio ser —comenta el joven al mismo tiempo que clava su mirada en los bellos y brillantes ojos de quien él ha admirado intensamente desde hace tanto tiempo y de quien, finalmente ahora, puede observar su imagen enfrente suyo; imagen hermosa de un esplendor tal que sólo puede ser congruente con la grandeza que proviene de la humildad y del escrúpulo que caracteriza al ejercicio teorético de esta mujer que él considera la más avanzada en la colosal empresa de esclarecer la condición universal del animal humano.

—¿Para qué me buscaste? —inquiere ella de manera gentil pero firme, mostrándose solícita para abordar lo importante de la conversación y no perder ni un minuto en la periferia.

—No estoy del todo seguro, o al menos no puedo expresarlo con pocas palabras —responde titubeante el joven a la vez que se percata de la pertinencia que ahora tiene, como nunca antes, el ser genuinamente él mismo—, pero sí sé que tus palabras representan para mí lo mismo que las contracciones intrauterinas para quien está a punto de ser expulsado hacia otro nivel de existencia. Quizá te busqué para conocer más de mí mismo; para conocer quién más puedo llegar a ser. No lo sé, quizá la hambre de certezas que alguna vez tuve quedó saciada al corroborar que las convicciones sólo son para quien no ha profundizado en nada. Pero por favor permíteme proseguir con unos temas que he estado meditando y de los cuales me interesan tus comentarios.

—Te escucho —dice la mujer—, ya dilucidarás si lo que acabas de decir resulta una exageración o algo verosímil; ultimadamente, dependerá de tu propia destreza para interpretar la realidad.

—De acuerdo —asiente el joven como quien admite el juicio de un sabio juez cuyo laudo concede atinadamente a cada cual según le corresponde—, y precisamente mi intención es comparar notas contigo acerca de la interpretación de los siguientes asuntos, ¿ya mencioné que he estado meditando sobre ellos?, pues me parecen de los más relevantes para entender mi vida como animal humano que soy; me llama la atención, en especial, lo que pueda entenderse como una auténtica vida adulta humana. Y por ahí quiero comenzar: ¿qué es ser adulto? ¿Cómo deviene la madurez humana? Empiezo por observar que la fantasía juega un papel importante durante la infancia. No olvido mis propias experiencias ante el hecho de recibir regalos en cada Navidad por parte de los Tres Reyes Magos. Así como tampoco olvidaré la interesante experiencia cuando finalmente se esclareció para mí todo ese asunto. ¿Es acaso el derrotero de la madurez un continuo circular entre estados de fantasía y estados de esclarecimiento de la realidad subyacente? ¿Es la fantasía un medio para la madurez o es preferible —o posible— evitarla para llegar directamente al esclarecimiento de la realidad?

—Las dicotomías estrictas me parecen más parte de la fantasía que de la realidad —responde la mujer—, pues si bien por medio del lenguaje en ocasiones es útil distinguir entre bien y mal, entre blanco y negro, entre cierto y falso, esto no quiere decir que la realidad esté obligada a permanecer obediente a los recursos de nuestro lenguaje. Por lo que conviene distinguir entre el mapa y el terreno, y estar dispuesto a cambiar el mapa una vez que ya no describa al terreno. Aquí incluyo también las mismas dicotomías recién aludidas: tanto «fantasía» y «realidad» así como también «mapa» y «terreno». Con respecto a la posibilidad de llegar directamente al terreno de la realidad sin uso alguno de ningún mapa de la fantasía, quiero aludir, en analogía, que el andar humano conlleva el uso de algún medio de locomoción, que la posibilidad del habla conlleva los órganos de fonación; es decir que el acto de conocer el terreno conlleva en sí mismo abrazar la ficción, el fingir, de que hay un terreno por conocer; y la ficción es un tipo de fantasía. Seguramente estás al tanto de los sorprendentes rasgos compartidos entre la ficción literaria y algunas premisas básicas tanto de la argumentación ontológica como de la Teoría del conocimiento, y en general con el ejercicio teorético.

—¿Pero es acaso, entonces, que sí hay mucho soporte en apoyo del relativismo y de las sorprendentes perspectivas de algunas corrientes del posmodernismo más recalcitrante?

—Para dilucidarlo tendrás que necesariamente tomarlo con mucha calma y primero profundizar en los conceptos que recién mencionas —contesta la mujer con toda la paciencia que le da su propio y perenne recorrido por la clase de preguntas que su interlocutor presume abordar— pues no hay algo que ofusque más al entendimiento que el pretender decir algo sobre lo que tan sólo se ha tocado en su superficie. Utilizar, a la ligera, palabras grandilocuentes como «relativismo» o «posmodernismo», sin antes haber tomado en serio el ejercicio científico y filosófico, puede fácilmente derivar en la más infecunda verborrea. Seguro estás al tanto de eso.

—Es cierto, gracias por ayudarme a recordar esto —concede el joven—: nada es tan simple como parece. Quizá aún mantengo un remanente de mi disposición por la pereza mental que me llevó en el pasado a buscar y acatar, sin chistar, las respuestas “prácticas” de la inercia colectiva prevaleciente.

—Por otro lado —apronta a decir la mujer—, déjame alegar que esos mismos conceptos, una vez discernidos en su justa dimensión científica y filosófica, implican un notable desarrollo personal que cimenta, en buena parte, una autentica vida adulta humana: la parte que ya no puede postergar más el encuentro frontal con la complejidad. La necesidad de la tutela mental y física para un infante humano es evidente pues nadie espera que sobreviva mucho tiempo por sí solo. Pero sí se espera que este mismo humano madure y quede desprendido de sus constringentes tutelas, pues si algo puede nombrarse como naturaleza humana es tan sólo aquella de su potencialidad. Así, parte de la madurez es enfrentar por sí mismo lo complejo de habitar efectivamente la realidad. El alimento no aparecerá más sin esfuerzo ante nosotros como ocurría en la infancia, pues ahora el adulto toma en sus manos la responsabilidad de conseguirlo. Claro, aquí no sólo me refiero al alimento necesario para la vida biológica sino al alimento para una vida interior plena de emoción, raciocinio e intuición.

—Bien —responde él disponiéndose a avanzar en la conversación—, me queda claro entonces que la adultez humana incluye reconocer una amplia gama de tonalidades de gris al analizar temas no triviales y que requiero graduar dicha gama para interpretar mejor la realidad. Además, que la adultez implica enfrentar la inherente complejidad de esa realidad humana, y que esa complejidad suele revelarse como una intrincada red de niveles superpuestos que emergen en la medida que le ponemos más atención. A lo que podemos aspirar es a administrar dicha complejidad pues nunca será posible eliminarla, tan sólo reconocerla de una manera cada vez más profunda y gradual...

—Pero no sólo eso —interrumpe ella— pues tus conclusiones deberán estar acompañadas necesariamente de su debido contexto y de sus debidos límites para entonces ser consideradas como conclusiones provenientes de un adulto con un estado desarrollado de conciencia; ya que tal estado de conciencia involucra la comprensión de que como humanos somos seres históricamente gregarios; es decir, inescrutablemente apegados a nuestro nicho ecológico y nuestros condicionamientos socioculturales. Prosigue por favor.

—De acuerdo. Quiero ahora discutir mi conclusión provisional a la fecha con respecto a un rasgo constante en la búsqueda por la madurez; misma que, dadas las condiciones del mundo hoy, la humanidad necesita apremiantemente, empezando por mí mismo. El rasgo es aquel de la más fundacional y básica acción filosófica: dudar. Y la conclusión es que el dudar, y ser cada vez más hábil y agudo en hacerlo, es un camino eficiente y eficaz hacia la madurez humana. Tal conclusión más que provisional debiera llamarla provisoria. Pues con la diseminación, desarrollo y persistencia en dicha conclusión se aporta más para la sobrevivencia de la especie humana que se aporta con el optimismo ingenuo proveniente de la simpleza y descuido de creer ciegamente en dogmas. Sólo al permitirnos dudar es que esclarecimos el asunto de los Tres Reyes Magos, y tengo unos ejemplos de dogmas más relevantes de cuyo esclarecimiento depende el porvenir de las futuras generaciones en este planeta, o en otros planetas si es que la humanidad se acerca peligrosamente al inevitable problema del final natural de la estrella más cercana, el Sol, dentro de aproximadamente cinco mil millones de años.

—¡Caracoles! Amerita tomarlo con calma, joven amigo —replica la prudente mujer ante semejantes conclusiones—. Aquí debo anotar dos consideraciones: primera, la acción básica de dudar requiere un desarrollo progresivo para lograr resultados que sean distintos a la parálisis nihilista provocada por interpretaciones vulgares del escepticismo filosófico; es decir, para que el oficio de la duda produzca un mejorado estado de cosas es indispensable primero desarrollarlo a través de grados superiores de indagación. La diversidad de métodos de investigación científica y filosófica ayuda a formular preguntas cada vez más relevantes. Para luego llegar al grado en el cual tales preguntas relevantes se conviertan en cuestionamientos debidamente planteados y sustentados que puedan cambiar el curso de la historia; tal y como el devenir histórico demuestra que ha sido el caso en varias ocasiones. Tal progresión quedaría expresada por el aforismo: primero dudar, luego preguntar, para entonces cuestionar. La segunda consideración consiste en sugerirte no poca cautela con tu conclusión pues al tratar de comunicarla inevitablemente dependerás de la capacidad interpretativa del receptor. ¿No sería mejor emplear el diálogo, la discusión y la argumentación para que el potencial receptor llegue por sí mismo a sus propias conclusiones? Pero por favor continúa, pues me interesa escuchar los otros ejemplos que has aludido.

—Notables consideraciones, muchas gracias —responde el joven entusiasmado, disponiéndose a enunciar los ejemplos que él considera le costaron tanta reflexión y esfuerzo corroborar—. Quiero mencionar a continuación algunos dogmas que, dada su prevalencia y sus efectos en la sociedad en general, se hace necesario dudar en serio de su utilidad y dudar de la manera con la que se han abordado históricamente hasta el día de hoy. Y son: el sistema monetario mundial, el realismo ingenuo, la idea de Dios en religión, el concepto de educación, y la pertinencia actual del concepto de Estado. Pero quiero establecer de antemano que no estaré aquí develando ningún tipo de hallazgo inédito. Pues todos los dogmas mencionados ya cuentan, desde hace ya tiempo, con cuestionamientos y planteamientos alternativos mejor formulados que seguro tú, dada tu estatura intelectual y cultural, ya debes conocer. Me llama la atención que la mecánica de todos estos dogmas guarda grotescas similitudes con aquel juego de los Tres Reyes Magos entre adultos e infantes durante las navidades.

—Bien, adelante por favor —anota ella con una creciente curiosidad y expectativa por lo que pueda venir a continuación de este joven cuyo entusiasmo no parece ahora permanecer como su más distintivo talante.

—El primero es el dogma del dinero —prosigue el joven— ¿acaso, incluso, no se escucha ese dicho vulgar de “la muerte y los impuestos” como las únicas certezas de la vida humana en relación al dinero como bien absoluto y mal necesario? Es muy escaso encontrar a una persona, supuestamente adulta, que no se oriente en la vida principalmente con base en los presupuestos del dinero; por el contrario, lo común son personas que aceptan tales presupuestos que, como anteojos, usan de manera exclusiva para interpretar la realidad. Pero el punto aquí es que el sistema monetario mundial se basa, desde su diseño mismo, en la perenne permanencia de la escasez y en el incremento de la deuda financiera para funcionar. Las debacles financieras por las que grandes porciones de la sociedad se agitan no son una anomalía funcional del sistema monetario sino son precisamente efectos propios de cómo funciona dicho sistema. Muchos economistas, como profesionales especializados en el tema, desde hace tiempo han advertido del estado caduco y perjudicial de este sistema. Pero el común de la sociedad acepta el dogma en plena impotencia, ya sea por ignorancia, por conveniencia gremial, o por una imperante necesidad para sobrevivir un día a la vez.

—Sí, estoy al tanto de eso y de la diversidad de diseños sociales ya planteados para la transición mundial hacia sistemas alternativos —comenta pensativa, con la mirada perdida por un momento, más para sí misma que para informar a su joven interlocutor.

—El siguiente dogma —continúa él— concierne lo que se conoce en Gnoseología, o Teoría del conocimiento, como «realismo ingenuo» y consiste en afirmar que la realidad es exacta y nítidamente como yo la percibo por medio de mis sentidos, en particular por el sentido de la vista. Si no lo veo, no existe; ni más ni menos. Quienes controlan los medios de comunicación masiva, en particular los medios visuales, saben lo diseminado de tal condición gnoseológica. Por tal condición grandes porciones de la sociedad adoptan una cosmovisión impuesta exclusivamente por la vista, y que les orientará para todo su pensar, su decir, su actuar, su creer; una cosmovisión enana y estrecha para una sociedad teledirigida subyugada ante las demandas del consumismo y el mercantilismo. Pero los efectos perjudiciales del realismo ingenuo apenas se vislumbran pues además tiene implicaciones evolutivas de gran envergadura; como Giovanni Sartori, en su Homo Videns - La Sociedad Teledirigida, y otros antes que él ya lo han advertido: «Un mundo concentrado sólo en el hecho de ver es un mundo estúpido. El homo sapiens, un ser caracterizado por la reflexión, por su capacidad para generar abstracciones, se está convirtiendo en un homo videns, una criatura que mira pero que no piensa, que ve pero que no entiende.» Esta condición tiene otra alarmante consecuencia que consiste en la pérdida de la capacidad para el ejercicio teorético. Así las masas sociales amorfas y sujetas de manipulación propagandística pierden un recurso indispensable para interpretar eficazmente la realidad. Permanecen en una estrecha y exacerbada malinterpretación de lo “práctico” como sinónimo del bien indiscutible tal que desprecian como “impráctico” al ejercicio simbólico del conocimiento teórico y perseveran tan sólo en una narrativa cortoplacista. La ausencia de esta capacidad se hace también muy notoria para los problemas de la religión y la teología que mencionaré más adelante. Pero, debe decirse, los efectos perjudiciales del realismo ingenuo no terminan ahí —continúa apuntando el joven; cuyas palabras han captado un especial interés en la mujer a quien él admira tanto por su agudo sentido crítico, y en cuyos ojos ahora centellea un particular brillo que tan sólo impulsa al joven a continuar pensando y discurriendo— sino que abarcan, además, la esfera de influencia de la comunidad científica sobre el resto de la población. La idea de la materia como realidad última parece haberse tornado en un dogma que otorga a la comunidad científica el poder para dictar la última palabra acerca del mundo natural y sus fenómenos; sean estos cosmológicos, evolutivos, ecológicos, químicos, biológico-genéticos, o sean dentro del campo de los avances tecnológicos. Mientras que no hay bases suficientes para tal exclusividad. Es decir, el enigma cuántico dentro de la física teórica de partículas elementales, que por cierto es la base sobre la que se apoyan todas las demás ciencias, parece ser el secreto mejor guardado de la comunidad científica contemporánea: no sabemos qué es el mundo en sí al nivel más fundamental, pues desconocemos si ese nivel fundamental es un corpúsculo o es una onda oscilando a determinadas frecuencias. Para todos los propósitos prácticos, hacia los cuales se desarrolla la ciencia y la tecnología modernas, contamos con la base pragmática de la interpretación de Copenhague de la Teoría cuántica. Interpretación que Erwin Schrödinger y otros finos maestros científicos derivaron con base en el impecable registro de predictibilidad de dicha teoría; predictibilidad que ha permanecido insuperada, aún a la fecha, por ninguna otra teoría física. Pero para propósitos explicativos de mayor calado teorético, sobre la naturaleza fundamental del Universo, la física moderna cae de rodillas ante tan colosal desafío. La actitud reservada de la comunidad científica se explica ante el temor de ceder campo a favor de sus adversarios en comunidades de filosofía, de teología, de religión, de política, y de comunidades que afirman realidades sobrenaturales. Pero el temor no me parece ser algo por lo cual deba orientarse una comunidad científica que se precie de serlo. Pienso que es muy necesario abrazar las implicaciones generales del enigma cuántico y pienso que tales implicaciones deben ser abordadas no sólo por la comunidad científica sino por cualquier comunidad que se prepare a conciencia para estar a la altura de la tarea. Por supuesto, incluso el público en general necesita ser debidamente informado del estado de cosas en lugar de dejarles permanecer en la ignorancia al respecto y en lugar de dejarles poner en altares a científicos oportunistas. Por favor, comparte conmigo la opinión que te merece este punto.

—De acuerdo, te diré una reflexión sobre el enigma cuántico —responde apaciblemente la mujer, quien ahora cree haber obtenido una valoración inicial, pero sobria, del estado de conciencia de su joven interlocutor y puede por tanto proseguir con más apertura a partir de los límites que ella misma ha encontrado en su propia búsqueda—. Observa el cauce de este río en cuya orilla estamos ahora sentados. En apariencia es un mismo cauce pero su materia nunca es la misma; algo de razón tuvo aquel filósofo presocrático quien dijo: «todo fluye». Este cauce es diminuto comparado con el océano al que está conectado, y es una parte de ese todo que nombramos como la hidrósfera del planeta Tierra. Un suceso local repercute en lo global; ahora lo sabemos. El nivel fundamental, al que por ahora nos hemos acercado más gracias a la Teoría cuántica, está íntimamente relacionado con el nivel astronómico global, pero de ello tan sólo tenemos fragmentos y atisbos de nuestra colosal brecha de conocimiento. Aún ignoramos la mayor parte tanto a escala subatómica como a escala cosmológica; es decir, la parte que conocemos del Universo está hecha de átomos pero esa parte es menor al cuatro por ciento del Universo y hoy la ciencia no sabe, y nadie lo sabe, de qué está hecho el resto. Le hemos llamado materia oscura y energía oscura en alusión a que son aún opacas, desconocidas, para nosotros. Las galaxias, hechas de los átomos observables en el Universo, son como pequeñas lámparas en el punto más alto del mástil principal de enormes buques negros, que representan la materia oscura, navegando en un gigantesco océano negro, que representa la energía oscura, cuyo tamaño aumenta aceleradamente debido a su comprobada expansión. Esta analogía ofrece un atisbo de la proporción de cantidad entre los átomos conocidos en el Universo y la materia oscura y la energía oscura. ¿Qué es y de dónde proviene la materia y la energía oscuras que llenan el espacio expandido? Es también un enigma. Pero sospechamos que ambos enigmas, al contemplar el enigma cuántico, están relacionados; pues el nivel físico fundamental parece también ser oscuro. Para poder avanzar ante tales enigmas necesitamos, en definitiva, toda la habilidad teorética que podamos conseguir tanto del pensamiento crítico, del pensamiento creativo, y del pensamiento valoral; pensamientos cuyo conglomerado se le conoce como el pensamiento de orden superior. Toda aportación es bienvenida en la mesa de trabajo.

—Los siguientes dos dogmas, la escuela y el Estado, los mencionaré como uno sólo pues ambos se derivan de un dogma común subyacente —prosigue el joven acompañado de la satisfacción, hasta este punto, de una enriquecedora conversación— y es el tema de la autoridad. En particular, el principio de autoridad sobre el cual se basa tanto la idea de la escuela como el concepto de Estado. El dogma religioso institucional lo mencionaré al final, ante el cual sé que estás involucrada de manera directa, emocional e histórica. Aclaro que aquí con escuela me refiero al esquema escolarizante inventado para satisfacer las demandas del industrialismo, esquema cuyo diseño sigue las pautas de ese mismo industrialismo como línea automatizada de producción de mano de obra con base a modelos preestablecidos por demanda del poder económico. Aclaro también que no tengo ningún problema de rebeldía en contra de la autoridad pues entiendo bien la necesidad y el valor que aporta a la sociedad el concepto de autoridad así como las premisas de competencia o pericia sobre las que se sustenta tal concepto. El problema que aquí apunto estriba precisamente en la ausencia de tales premisas en los hechos de la vulgar o descuidada interpretación tan diseminada hoy en día de la idea de autoridad; donde la ineptitud usurpa el lugar de la habilidad y, por tanto, la autoridad ha desaparecido. Así que no es rebeldía sino un acto de exigencia; en el cual, como individuo, exijo aptitud en quien pretende ostentar autoridad y así tal autoridad exista de manera auténtica. Me gusta la autoridad en la escuela y en el Estado. Me gusta comprender y apropiarme de la dirección de alguien con destreza y verdadera autoridad que entienda el rumbo hacia un mejor bien común. Pero así mismo desprecio la ilusión de autoridad. Desprecio el rol del vulgar e inepto usurpador que pretende apropiarse oportunistamente de una posición de autoridad basada en poses jerárquicas y cotos circunstanciales de poder. Desprecio la posición del proxeneta que se apropia del esfuerzo o del talento de otros, a quienes mantiene en sumisión cual ganado, sólo para beneficio propio o para el desproporcionado beneficio del siguiente proxeneta en una ilusoria jerarquía. El defecto con la escuela y el Estado, cuando son entendidos dogmáticamente, inicia desde las vulgares interpretaciones prevalecientes del principio de autoridad. El defecto deriva en una trágica tergiversación con la cual se confunde escolarización con educación y Estado con gobierno. La evidencia de las consecuencias es observable en la sociedad. Para una mínima, pero relevante, muestra de tal evidencia: pregúntale a una persona si ubica su propia posición relativa a los grandes problemas en la sociedad de la cual es parte. Pregúntale si se ubica como parte del problema o como parte de una posible solución, y cómo y por qué. Pregúntale si quien tiene que cambiar de orientación en la vida es ella misma o si quien debe cambiar principalmente son los demás. Luego pregúntale y pídele cuentas a las instituciones educativas y al Estado, quienes supuestamente fueron responsables de la educación de esa persona. ¿Qué piensas cuando contemplas las condiciones actuales de las sociedades en la especie humana?

—Hoy aún prevalece lo fragmentario en las distintas y principales cosmovisiones que rigen el pensamiento y la conducta humanas —contesta la mujer—. Todavía se le da un desproporcionado peso a la distinción entre diferentes orientaciones sexuales, raciales, políticas, religiosas, sociales, económicas, geográficas, culturales, teológicas, etc., y el resultado son los prevalecientes sectarismos y nacionalismos que impiden interpretar efectivamente la corroborada realidad genética: son una sola especie humana. La mayoría vive en su cultura y carece de una vista panorámica de la realidad intercultural y supracultural. Un ejemplo que ilustra la situación es aquel del joven, en el Imperio Romano del primer siglo, que pregunta a su padre si podrá acompañarlo al circo para ver el espectáculo de leones hambrientos devorando niños cristianos vestidos con piel de oveja, ante lo cual el padre contesta: “sólo si te comportas bien en la casa y en el vecindario”. La mayoría de los individuos aún reflejan su cultura y son víctimas de su propia cultura. Al parecer los individuos ignoran, o elijen ignorar, que no están obligados a interpretar la realidad de la misma manera inercial provocada por su pequeña y estrecha cultura. No parecen entender que, como ya mencioné antes, si algo podría llamarse naturaleza humana es su potencialidad para definir su propia naturaleza. La analogía con la masa que tomará la forma del recipiente que la contiene ayuda a ilustrar el asunto con la naturaleza humana, y lo más importante es reconocer que dicho molde puede ser cambiado por otro a través del ejercicio simbólico que parte del lenguaje y que se manifiesta plenamente en el esfuerzo teorético distintivo del animal humano plenamente desarrollado. Aquella frase no carece de sentido: «no hay nada más práctico que una buena teoría». Por otro lado —continúa diciendo la mujer—, una sociedad humana realmente funcional necesita estar compuesta de individuos plenos desde su infancia. Pero aún hoy, desde la niñez, predomina el miedo, el dolor, el odio, el egoísmo, y toda clase de miserias culturales y el resultado se puede ver en individuos, supuestamente adultos, cuya conducta nos obliga a preguntar ¿cuánto amor y comprensión le habrán hecho tanta falta desde la niñez que tiene ahora que intentar llenar esos enormes huecos en su ser con lo proveniente del consumismo, del mercantilismo, o de algún otro desenfreno?

—De acuerdo, gracias por compartir tus pensamientos conmigo —dice el joven sintiendo una enorme fortuna por ser el interlocutor de quien ha buscado conocer, y con quien ha anhelado platicar, durante casi toda su vida consciente—. El último dogma que quiero mencionar es aquel invocado por el vocablo «Dios» en el contexto de las religiones institucionalizadas —anuncia el joven al mismo tiempo que observa atento cualquier expresión en el terso y delicado rostro de la mujer, mismo que es iluminado por la luz reflejada en la superficie del río, y matizado tenuemente por la sombra oscilante de las hojas del árbol que les ha abrazado durante esa fresca tarde de otoño.

El joven, en su búsqueda por este encuentro, llegó a saber que el tema «Dios» ha calado hondamente en ella desde los albores de la actual civilización humana por causa de la aún poca destreza de esta civilización para interpretar su realidad antropológica.

—Bueno, está bien; prosigue —indica ella al abandonar su mirada, ahora taciturna, en las tranquilas aguas del río enfrente suyo; su voz ahora es pausada, titubeante, y con un tono que revela un nivel elevado de turbación debido a los recuerdos de hondos y dolorosos sentimientos que de pronto se agolpan en ella por la sola mención del tema que desde hace mucho le ha hecho padecer intensa agonía y sufrimiento.

—Tocaré brevemente sólo el punto que hoy veo como el más grave de este tema —apronta él a añadir al advertir la expresión dibujada ahora en el rostro de la mujer, expresión que evoca una sutil súplica para que él sea gentil con las palabras que está por pronunciar, como si con sus palabras pudiese agravar una herida abierta y aún punzante en su anhelada y teorética mujer que ahora, por un momento, le parece como una delicada y frágil flor—, y consiste en que siendo la religión profunda algo tan importante para el ser humano, y en el centro del tema lo que puede evocarse en el interior humano al mencionar «Dios», lo que prevalezca del tema en la mayoría de los humanos sean interpretaciones vulgares avaladas por, o incluso provenientes de, prelados jerárquicos e instituciones religiosas anquilosadas cuyas principales preocupaciones son la prevalencia de sus perversas políticas moralizantes y la prominencia de sus aparatos de poder sobre el mayor número posible de personas. Insisto: la religión profunda es algo muy importante para el animal humano, pues representa una forma simbólica para interpretar la realidad que, desde el humano primigenio, le ha permitido habitar una realidad que no alcanza a entender. La religión profunda es una narrativa simbólica que permite al humano continuar morando un ambiente dominado por el conjunto de las fuerzas de la Naturaleza, en un ambiente dominado por la imponente y hostil realidad natural. Pero ante todo —continúa diciendo el joven al mismo tiempo que busca tocar con su mano la barbilla de ella, levantar su inclinado y abatido semblante, y buscar encontrarse con sus intensos y sollozantes ojos—, y tengo un atisbo del porqué de tu profundo dolor, eso llamado religión no ha llevado a los humanos a conocer a «Dios», y lo sé pues «Dios» no es lo que piensa la mayoría, pues no le conocen como lo que es.

—Esta etapa ha sido muy dolorosa para mí —comenta la mujer al mismo tiempo que corresponde a quien buscó su mirada—, desde hace eones que he compartido el camino de la evolución junto al animal humano, pero en esta etapa, con la aparición del pensamiento religioso institucionalizado, estoy atravesando por intensos dolores al contemplar la condición humana, una condición en la que el humano se ha abandonado a la superficialidad y se ha perdido en los brazos de usurpadores como, por ejemplo, el dogmatismo exagerado, al que llaman “fe”, confundido con la confianza sustentada; la ignorancia y el estado enajenado elevados a grado de virtud; el cortoplacismo y la mezquindad tomadas como pragmatismo razonado, y ya no quiero ni mencionar lo que ha causado la elevación del dinero a niveles insospechados de genuflexión y disimulada esclavitud a costa de una oscura depravación del espíritu libre, curioso y creativo del animal humano. Me hiere profundamente, pues me parece aberrante, aquello a lo que refieren muchos al decir «Dios» atribuyéndole ridículas propiedades de omnipotencia, omnisciencia, y al mismo tiempo la incongruente capacidad de la creación del Universo. Es el resultado de la mala teología. Mi presente pesar inició, lo recuerdo vívidamente, desde los primeros embates de aquellos médicos brujos primitivos, hace más de catorce mil años en la región ahora conocida como Oriente Medio, quienes tomaron para sí, en arrogante autoproclamación, el papel de intermediarios entre su idea de «Dios» y el animal humano individual. La situación se agravó cada vez más con cada nuevo tipo de médico brujo que se mantenía en ese papel de intermediario. Pero ya veo la luz al final de este sombrío túnel, estoy impaciente por las etapas venideras, pues observo que a pesar de que las religiones institucionalizadas insisten en promover interpretaciones vulgares que mezclan las creencias de lo sobrenatural con el campo del realismo, he también observado, desde hace ya siglos, una cantidad creciente de buena teología, la cual es antropología, que muestra claramente que no hay ‘nada’ allá afuera; y al hacer tales afirmaciones su intención no es negar la realidad de «Dios» sino salvaguardar su trascendencia. La cual es similar a la trascendencia que tienen los mecanismos de la ficción literaria. Y son trascendentes pues esos mecanismos de interpretación simbólica representan lo mejor de la idea de religión, y de «Dios» en el centro, pues ese andamiaje para el ejercicio interpretativo tiene el potencial de transformar al individuo y transformar la realidad que habita; y no sólo eso, esta destreza interpretativa, sujeta de desarrollo, tiene el potencial de lograr el cambio de molde que mencioné hace rato al hablar de la naturaleza humana, a través del esfuerzo teorético. Por ejemplo, para que cada humano formule su propia teoría teológica, digna y libertaria.

—Toda mi vida había soñado con este momento —dice el joven, de nuevo emocionado—: el día en que pudiera encontrarme frente a frente contigo. Comprendo por lo que has pasado. ¿Qué puedo hacer yo para aliviar tu dolor?

—Conócete a ti mismo —responde la mujer con confianza y con un nuevo semblante—; es decir, nunca dejes de indagar qué significa ser un miembro de la especie humana.

El joven, sintiéndose muy feliz y pleno, cierra los ojos por un momento para asimilar más intensamente esos momentos de tan grande, y esperada, experiencia. Abre lentamente los ojos y observa su propia imagen reflejada en las tranquilas aguas del río enfrente de sí. Al mismo tiempo que observa cómo algunas aves y animales pequeños se han acercado con confianza para beber agua del río, pues no ha habido sonido alguno por un largo rato, ya que desde que el joven llegó a sentarse a la orilla todo ha permanecido en completo silencio.