Marco A. Dorantes

Este es uno de mis primeros blogs* (aquí hay una lista de mis blogs sobre temas de mi interés).
Además, mis aportaciones en un seminario de introducción a la Filosofía.
*blog es una contracción de weblog: un diario o bitácora pública como medio de expresión personal.

Saturday, June 27, 2015

Sobre «Dios» — Amadeo y Macario. Episodio 1.


—¡Ven, Amadeo! Hablemos del asunto, ¿quieres? Mira, siéntate ahí, yo acá y verás que pronto nos entenderemos muy bien —digo con entusiasmo y no pocos nervios pues de súbito recuerdo que he compartido con Amadeo un gran número de vivencias a lo largo de más de veinte años en un camino que juntos, al inicio, abrazamos de manera vehemente como el único camino de la Verdad; sí, así, ¡con mayúscula!

—Bueno, tú dirás Macario. ¿En qué te puedo ayudar? —dice Amadeo, aunque no puedo evitar notar ese tono en su voz; un tono que en el pasado quizá yo mismo usé al hablar con alguien que no acogía para sí mis propias convicciones profundas a pesar de habérselas ya explicado; un tono cimentado en saber con certeza absoluta que quien necesitaba ayuda era esa persona con quien hablaba, y que yo mismo estaba ahí para ayudarle, nunca para ser ayudado por esa persona, dada la circunstancia ya dicha.

—Amadeo, te debo muchas explicaciones. O quizá me debo a mí mismo el ofrecerte esas explicaciones —señalo con la intención de aludir mi objetivo para esta conversación—. Si tú estuvieras sentado aquí y yo ahí, si la situación fuese al revés y yo conservara la misma mentalidad de antaño, yo me preguntaría sobre qué pudo haberte ocurrido para que llegases a un punto espiritual tan bajo como para abandonar al único Dios verdadero, abandonar la vida en iglesia de un verdadero discípulo de Jesucristo y, por si fuese poco, abandonar la esperanza de la vida eterna.

—Mira Macario, yo no tengo ninguna pregunta. Yo sé lo que te ha ocurrido. Lo mismo que siempre ocurre con todos los caídos de la fe: pecado sin confesar. Tú sabes bien que ahora deberás humillarte y ser abierto con tu vida, buscar arrepentimiento y clamar por el perdón de Dios, rogándole que no te haya retirado aún la salvación de tu alma.

—Comprendo que lo veas de esa manera, entiendo que no lo puedas ver de forma distinta —respondo en tono conciliador, aunque la respuesta de Amadeo no debería sorprenderme no puedo evitar sentir gran perplejidad ante el hecho de que, al parecer, no haya cambiado ni mejorado en nada sus opiniones, a pesar de que han pasado muchos años desde la última vez que hablamos, cuando yo aún me sentía un cristiano—. Sin embargo, Amadeo, si me lo permites quisiera explicarte, por inverosímil que te parezca, que sí encontré otras maneras de ver al cristianismo y de entender lo que yo creí que estaba buscando al decidir, según yo, seguir a Jesucristo. ¿Puedo platicarte lo que me ocurrió?

Observo el rostro de Amadeo, mientras espero su respuesta, e intento descifrar su expresión. Quizá es desilusión lo que veo dibujado en su rostro, quizá es enojo, ante alguien que debería ser ya todo un maestro de la sana doctrina cristiana o quizá un gran líder del movimiento moderno de Dios, pero que en lugar de eso ahora hay que intentar rescatar como la oveja perdida en que se ha convertido.