Marco A. Dorantes

Este es uno de mis primeros blogs* (aquí hay una lista de mis blogs sobre temas de mi interés).
Además, mis aportaciones en un seminario de introducción a la Filosofía.
*blog es una contracción de weblog: un diario o bitácora pública como medio de expresión personal.

Sunday, April 21, 2013

Educación religiosa

Recién llegó a mi atención la siguiente pregunta, ante la cual ofrecí la respuesta indicada. Si alguien quiere ofrecerme una valoración crítica de mi respuesta, estaré muy agradecido.

Pregunta: Hacer siempre aquello que beneficia a ti y a los demás, ¿sería lo correcto como cristianos?

Respuesta: gracias por tu pregunta; y te agradezco pues una sola pregunta puede provocar mucho más entendimiento que cualquier número de respuestas.

Dado que el cristianismo ha sido, desde sus orígenes, una gran diversidad de cosas, todas distintas entre sí, así como lo es también hoy en día, me parece que la pregunta por el qué hacer se puede abordar desde muchas perspectivas —cada una con sus propias ventajas y desventajas.

Las interpretaciones del cristianismo como una religión de esclavos dejan claro que el individuo vive en una teocracia, sometido a los dictados provenientes del exterior (del exterior al individuo). Y las tradiciones eclesiales más populares se proponen como una de las principales fuentes de dichos dictados; los cuales provienen de la ortodoxia moral de la tradición eclesial en particular. La premisa primordial es que el individuo no es capaz de saber qué hacer por sí mismo pues está en estado de condenación y otros —la iglesia— deben dictarle qué hacer. Cualquier desviación de la ortodoxia en cuestión se considera algo negativo y es castigada como herejía.

Afortunadamente hay muchas otras interpretaciones del cristianismo, no como una religión para esclavos sino para iguales. En tales interpretaciones el individuo es quien tiene la responsabilidad de practicar el ejercicio ético y, por tanto, la fuente de los dictados de conducta no está en el exterior sino en el interior del propio individuo, provienen de su propia autocrítica y de su propio desarrollo espiritual. Por supuesto, aquí la heterodoxia es importante y es valorada como algo muy positivo, y lo es pues la discusión y el debate son signos de libertad mientras que la sumisión y el silencio causado por el miedo son signos de esclavitud.

El adulto, como individuo, podría buscar una educación religiosa profunda y propia, y luego decidir la interpretación del cristianismo, o de cualquier otra tradición religiosa o humanista, en la que desee participar. Por supuesto, tal educación religiosa profunda no sería dogmática sino basada en lo mejor que la alta cultura puede ofrecer en filosofía, ciencia y teología.

Sunday, April 14, 2013

Opinar sobre la sociedad


Estaba reflexionando sobre cuánta educación me hace falta, en cualquier campo, aun en los más básicos. Por ejemplo, si soy parte de una sociedad y quiero pensarla, es decir quiero pensar la sociedad de la que soy parte, entonces necesito, al menos, una formación básica en Sociología, como disciplina científica que trata de la estructura y funcionamiento de las sociedades humanas. De otra manera sospecho que puedo con mucha facilidad caer en opiniones muy poco justificadas, o quizá tan sólo convertirme en otro perico que repite y vocifera opiniones de otros.

Pero formarse opiniones justificadas es un trabajo mucho muy duro, pocos escogen hacer esa tarea. Es mucho más fácil tomar a la ligera lo que se ve en la televisión o en Internet, las cuales pueden también ser cajas de estupidización si el ojo observador sólo es capaz de interpretar en clave banal y, por tanto, no es capaz de detectar y filtrar la banalidad.

No digo que para formarse una opinión al respecto sea requerida la erudición en Sociología, sino que es urgente salir del analfabetismo en Sociología para poder evaluar mis opiniones, y no sólo caer en la insípida actitud de defenderlas —actitud que veo con frecuencia en los medios masivos de comunicación.

Por ejemplo, ya no soy un jovencito y apenas puedo dar cuenta del pensamiento de personas como los integrantes de la escuela de Frankfurt, como Horkheimer, Adorno, Habermas, Marcuse, etc., y su Teoría Crítica*. Ya estoy fascinado con lo poco que llevo al respecto. Por ejemplo, una teoría crítica se distingue de una teoría tradicional en que ésta tan sólo busca entender y explicar lo existente, mientras que aquella busca además transformarlo.

*Teoría crítica

Sunday, April 07, 2013

¿Tendrán dueño las ideas?

‘Sublime’, ‘reverenciable’, ‘divino’, pueden ser palabras de gran relevancia para un ser humano, así como también lo son palabras como ‘cristianismo’, ‘judaísmo’, ‘islamismo’, y otras no menos relevantes como ‘ciencia’, ‘filosofía’, ‘historia’, y tantas otras que sirven para referir conceptos muy “grandes” —o inagotables, pues.

¿Alguien es dueño de esas palabras, o de sus referentes? Sin embargo, algo hay en las ganas de apropiarse de ellas, y de no compartirlas, que asemeja la actitud egoísta de un niño caprichoso que siempre quiere tener la razón. Ese niño sigo siendo yo, pues aún encuentro la idea de ‘La Verdad’, y la pulsión de poseerla, como algo tan embriagante.

En semejanza con un adicto, o un alcohólico, cada día necesito contrarrestar dicha pulsión con algún antídoto o paliativo. A mí me funciona la «búsqueda» de la verdad. Aunque ahora tan sólo me sirva para aspirar ya no llegar a La Verdad, en general, sino tan sólo a la verdad de casos particulares, lo cual considero es algo más modesto. Y aun así, ese paliativo tan sólo me sirve para un rato, pues se agota con rapidez; es decir, cualquiera de mis opiniones en el ámbito de semejantes palabras pierde su validez ante nuevos casos particulares. De tal modo que ahora no busco defender mi opiniones, sino evaluarlas.

Por ejemplo, por muchos años defendí la divinidad del Jesucristo presentado en el evangelio bíblico atribuido a Juan (tal Jesucristo es un Jesucristo distinto del presentado en el manuscrito anónimo atribuido a alguien llamado Mateo, y a su vez distinto del Jesucristo presentado en el también manuscrito anónimo atribuido a alguien llamado Marcos, —con Lucas sucede igual), pero al poner bajo examen tal creencia reconocí que el proceso por el cual llegó ese concepto de la divinidad de Jesucristo a mi mente fue un proceso histórico y cultural. Un proceso como el ocurrido a la diversidad de comunidades cristianas de los primeros siglos del cristianismo. Entre las cuales se atestiguan, históricamente, opiniones diversas sobre quién fue Jesucristo: sólo un hombre, todo un dios, un semi-dios (héroe engendrado por una deidad), y otras variantes. No deja de ser fascinante el proceso histórico por el cual las diversas tradiciones llegaron a una síntesis cristológica: hombre + dios —sin olvidar los enormes intereses de poder religioso y político detrás de tal síntesis.

Con todo, lo notable es que las opiniones tienen su validez dentro un marco teórico específico, fuera del cual la pierden. Así me explico los desencuentros al discutir de religión: se discuten opiniones fuera de su ámbito teórico propio.

Yo ya no quiero tener la razón en general, eso no me interesa, pues sólo me sirve para alimentar la miserable adicción de la que quiero desprenderme. En religión, cada uno podría tener su parte de razón, pero en su propio contexto, muy particular y local. Y como las creencias religiosas caen en la categoría de opiniones de gusto —y no de hecho— pues entonces, por mí, que cada uno escoja el sabor que más le guste. Habrá opiniones que sepan a fraternidad, a compasión, a perdón o a aprendizaje; esas a mí me saben bien. Habrá otras que tengan sabor a sectarismo, a xenofobia, a homofobia o a misoginia, el sabor de esas me repugna.

Una comunidad puede formarse alrededor de ciertas ideas; tanto en religión como en ciencia las comunidades son algo muy importante, y si un individuo quiere aprender, digamos sobre ciencia o sobre religión, entonces necesita participar en alguna de esas comunidades, como parte de su propio esfuerzo de investigación del tema. Una comunidad representa una fuente tanto de experiencias maravillosas como también de crueles pesares, quizá esa mezcla es un rasgo del sentido social de lo humano, y algo que tal vez lo haga ser enriquecedor. Así que ambos, lo dulce y lo agrio, sirven por igual cuando se participa activamente en una comunidad, de cualquier tipo.

Como el principio de lo social reside en el individuo, entonces esa mezcla —lo agridulce, pues— suele estar presente primero en el individuo. Por ejemplo, el caso de la tensión entre ortodoxia y heterodoxia. ¿No acaso, quizá, cada uno ha estado de cada lado? Yo sí. He causado dolor a otros, a veces sin saberlo, por defender alguna añeja y agotada ortodoxia por encima del parecer de cualquiera. Y también me ha causado dolor ser el hereje a quien marcan socialmente por mantener opiniones distintas a las aceptadas. No sólo en religión, sino en política y en el ámbito laboral. Todo ha servido para madurar un poco, pero no mucho pues aún sigo siendo muy obstinado, complejo, insufrible.

¿Será que un objetivo constructivo de una comunidad deba ser expulsar —cual útero— a sus miembros para que crezcan?, ¿y la ortodoxia tan sólo sea una excusa para lograr su último cometido parental? No lo sé. Pero, como papá, evitar que los hijos dependan de mí para todo me parece importante.

He notado, con asombro, cuán frecuentes son las autoproclamadas elites que se creen dueños de las ideas. Actúan como si tuvieran el monopolio de algo que claramente los rebasa histórica, geográfica y culturalmente. Al tener los medios para imponer sus opiniones sobre los demás se hacen de cada vez más poder e influencia a costa de la ignorancia de muchos. Por ejemplo, con base en la supuesta dicotomía entre fe y razón, abundan los “maestros” que exigen a los demás tomar partido: “o una o la otra, pero no las dos”. O también: “la razón hasta cierto límite, y luego la fe” —tal límite impuesto por la elite, claro. ¡Ah!, pero ellos sí se valen de la razón, mientras que a los demás les toca tan sólo acatar. Y si alguien se prepara para hacer su propio desarrollo teórico, ya sea en teología o en otros campos similares: ¡a la hoguera de la exclusión, por hereje!

Las fuerzas culturales más presentes para muchos de nosotros, desde la infancia, han sido la religión y el futbol. Y entonces se crece mirando al mundo en términos de grupos partidistas a los cuales hay que pertenecer, pero sospecho que el mundo es más grande que un conjunto de sectas, ya sean religiosas, políticas, económicas, etc. Así que, como parte de mi proceso auto-reeducativo, ahora busco mayor capacidad para convivir con lo distinto a mí y aprender de la heterodoxia y de la herejía, del sacrilegio y de la apostasía.