Una ficción
—El momento que tanto he esperado por fin llega —dice el emocionado joven—; además, ¡este lugar es una maravilla!
—Sí, es un lugar bello y apacible que nos permitirá conversar con toda calma —contesta la serena mujer.
—En primer lugar quiero decir: gracias. El que te tomes el tiempo para conversar conmigo es para mí de un valor incalculable —señala el joven al mismo tiempo que lleva su propia mano a su pecho como signo de la más profunda sinceridad.
—Para mí es un gusto poder servirte en lo que pueda y te prometo poner esmero para llegar a ser de utilidad; aunque debo mencionar que yo misma estoy interesada en esta conversación pues me mueve la curiosidad por aprender de perspectivas distintas a la mía —responde la mujer buscando aclarar sus propias intenciones y esperando que eso ayude para el sosiego del joven entusiasta cuya inquietud es notoria.
—Es un honor para mí tener esta conversación con alguien como tú, con alguien que ha dedicado tanto tiempo y esfuerzo para su propio desarrollo científico y filosófico, y que sobre todo ha penetrado tan adentro de sí misma a través de la reflexión sobre su propio ser —comenta el joven al mismo tiempo que clava su mirada en los bellos y brillantes ojos de quien él ha admirado intensamente desde hace tanto tiempo y de quien, finalmente ahora, puede observar su imagen enfrente suyo; imagen hermosa de un esplendor tal que sólo puede ser congruente con la grandeza que proviene de la humildad y del escrúpulo que caracteriza al ejercicio teorético de esta mujer que él considera la más avanzada en la colosal empresa de esclarecer la condición universal del animal humano.
—¿Para qué me buscaste? —inquiere ella de manera gentil pero firme, mostrándose solícita para abordar lo importante de la conversación y no perder ni un minuto en la periferia.
—No estoy del todo seguro, o al menos no puedo expresarlo con pocas palabras —responde titubeante el joven a la vez que se percata de la pertinencia que ahora tiene, como nunca antes, el ser genuinamente él mismo—, pero sí sé que tus palabras representan para mí lo mismo que las contracciones intrauterinas para quien está a punto de ser expulsado hacia otro nivel de existencia. Quizá te busqué para conocer más de mí mismo; para conocer quién más puedo llegar a ser. No lo sé, quizá la hambre de certezas que alguna vez tuve quedó saciada al corroborar que las convicciones sólo son para quien no ha profundizado en nada. Pero por favor permíteme proseguir con unos temas que he estado meditando y de los cuales me interesan tus comentarios.
—Te escucho —dice la mujer—, ya dilucidarás si lo que acabas de decir resulta una exageración o algo verosímil; ultimadamente, dependerá de tu propia destreza para interpretar la realidad.
—De acuerdo —asiente el joven como quien admite el juicio de un sabio juez cuyo laudo concede atinadamente a cada cual según le corresponde—, y precisamente mi intención es comparar notas contigo acerca de la interpretación de los siguientes asuntos, ¿ya mencioné que he estado meditando sobre ellos?, pues me parecen de los más relevantes para entender mi vida como animal humano que soy; me llama la atención, en especial, lo que pueda entenderse como una auténtica vida adulta humana. Y por ahí quiero comenzar: ¿qué es ser adulto? ¿Cómo deviene la madurez humana? Empiezo por observar que la fantasía juega un papel importante durante la infancia. No olvido mis propias experiencias ante el hecho de recibir regalos en cada Navidad por parte de los Tres Reyes Magos. Así como tampoco olvidaré la interesante experiencia cuando finalmente se esclareció para mí todo ese asunto. ¿Es acaso el derrotero de la madurez un continuo circular entre estados de fantasía y estados de esclarecimiento de la realidad subyacente? ¿Es la fantasía un medio para la madurez o es preferible —o posible— evitarla para llegar directamente al esclarecimiento de la realidad?
—Las dicotomías estrictas me parecen más parte de la fantasía que de la realidad —responde la mujer—, pues si bien por medio del lenguaje en ocasiones es útil distinguir entre bien y mal, entre blanco y negro, entre cierto y falso, esto no quiere decir que la realidad esté obligada a permanecer obediente a los recursos de nuestro lenguaje. Por lo que conviene distinguir entre el mapa y el terreno, y estar dispuesto a cambiar el mapa una vez que ya no describa al terreno. Aquí incluyo también las mismas dicotomías recién aludidas: tanto «fantasía» y «realidad» así como también «mapa» y «terreno». Con respecto a la posibilidad de llegar directamente al terreno de la realidad sin uso alguno de ningún mapa de la fantasía, quiero aludir, en analogía, que el andar humano conlleva el uso de algún medio de locomoción, que la posibilidad del habla conlleva los órganos de fonación; es decir que el acto de conocer el terreno conlleva en sí mismo abrazar la ficción, el fingir, de que hay un terreno por conocer; y la ficción es un tipo de fantasía. Seguramente estás al tanto de los sorprendentes rasgos compartidos entre la ficción literaria y algunas premisas básicas tanto de la argumentación ontológica como de la Teoría del conocimiento, y en general con el ejercicio teorético.
—¿Pero es acaso, entonces, que sí hay mucho soporte en apoyo del relativismo y de las sorprendentes perspectivas de algunas corrientes del posmodernismo más recalcitrante?
—Para dilucidarlo tendrás que necesariamente tomarlo con mucha calma y primero profundizar en los conceptos que recién mencionas —contesta la mujer con toda la paciencia que le da su propio y perenne recorrido por la clase de preguntas que su interlocutor presume abordar— pues no hay algo que ofusque más al entendimiento que el pretender decir algo sobre lo que tan sólo se ha tocado en su superficie. Utilizar, a la ligera, palabras grandilocuentes como «relativismo» o «posmodernismo», sin antes haber tomado en serio el ejercicio científico y filosófico, puede fácilmente derivar en la más infecunda verborrea. Seguro estás al tanto de eso.
—Es cierto, gracias por ayudarme a recordar esto —concede el joven—: nada es tan simple como parece. Quizá aún mantengo un remanente de mi disposición por la pereza mental que me llevó en el pasado a buscar y acatar, sin chistar, las respuestas “prácticas” de la inercia colectiva prevaleciente.
—Por otro lado —apronta a decir la mujer—, déjame alegar que esos mismos conceptos, una vez discernidos en su justa dimensión científica y filosófica, implican un notable desarrollo personal que cimenta, en buena parte, una autentica vida adulta humana: la parte que ya no puede postergar más el encuentro frontal con la complejidad. La necesidad de la tutela mental y física para un infante humano es evidente pues nadie espera que sobreviva mucho tiempo por sí solo. Pero sí se espera que este mismo humano madure y quede desprendido de sus constringentes tutelas, pues si algo puede nombrarse como naturaleza humana es tan sólo aquella de su potencialidad. Así, parte de la madurez es enfrentar por sí mismo lo complejo de habitar efectivamente la realidad. El alimento no aparecerá más sin esfuerzo ante nosotros como ocurría en la infancia, pues ahora el adulto toma en sus manos la responsabilidad de conseguirlo. Claro, aquí no sólo me refiero al alimento necesario para la vida biológica sino al alimento para una vida interior plena de emoción, raciocinio e intuición.
—Bien —responde él disponiéndose a avanzar en la conversación—, me queda claro entonces que la adultez humana incluye reconocer una amplia gama de tonalidades de gris al analizar temas no triviales y que requiero graduar dicha gama para interpretar mejor la realidad. Además, que la adultez implica enfrentar la inherente complejidad de esa realidad humana, y que esa complejidad suele revelarse como una intrincada red de niveles superpuestos que emergen en la medida que le ponemos más atención. A lo que podemos aspirar es a administrar dicha complejidad pues nunca será posible eliminarla, tan sólo reconocerla de una manera cada vez más profunda y gradual...
—Pero no sólo eso —interrumpe ella— pues tus conclusiones deberán estar acompañadas necesariamente de su debido contexto y de sus debidos límites para entonces ser consideradas como conclusiones provenientes de un adulto con un estado desarrollado de conciencia; ya que tal estado de conciencia involucra la comprensión de que como humanos somos seres históricamente gregarios; es decir, inescrutablemente apegados a nuestro nicho ecológico y nuestros condicionamientos socioculturales. Prosigue por favor.
—De acuerdo. Quiero ahora discutir mi conclusión provisional a la fecha con respecto a un rasgo constante en la búsqueda por la madurez; misma que, dadas las condiciones del mundo hoy, la humanidad necesita apremiantemente, empezando por mí mismo. El rasgo es aquel de la más fundacional y básica acción filosófica: dudar. Y la conclusión es que el dudar, y ser cada vez más hábil y agudo en hacerlo, es un camino eficiente y eficaz hacia la madurez humana. Tal conclusión más que provisional debiera llamarla provisoria. Pues con la diseminación, desarrollo y persistencia en dicha conclusión se aporta más para la sobrevivencia de la especie humana que se aporta con el optimismo ingenuo proveniente de la simpleza y descuido de creer ciegamente en dogmas. Sólo al permitirnos dudar es que esclarecimos el asunto de los Tres Reyes Magos, y tengo unos ejemplos de dogmas más relevantes de cuyo esclarecimiento depende el porvenir de las futuras generaciones en este planeta, o en otros planetas si es que la humanidad se acerca peligrosamente al inevitable problema del final natural de la estrella más cercana, el Sol, dentro de aproximadamente cinco mil millones de años.
—¡Caracoles! Amerita tomarlo con calma, joven amigo —replica la prudente mujer ante semejantes conclusiones—. Aquí debo anotar dos consideraciones: primera, la acción básica de dudar requiere un desarrollo progresivo para lograr resultados que sean distintos a la parálisis nihilista provocada por interpretaciones vulgares del escepticismo filosófico; es decir, para que el oficio de la duda produzca un mejorado estado de cosas es indispensable primero desarrollarlo a través de grados superiores de indagación. La diversidad de métodos de investigación científica y filosófica ayuda a formular preguntas cada vez más relevantes. Para luego llegar al grado en el cual tales preguntas relevantes se conviertan en cuestionamientos debidamente planteados y sustentados que puedan cambiar el curso de la historia; tal y como el devenir histórico demuestra que ha sido el caso en varias ocasiones. Tal progresión quedaría expresada por el aforismo: primero dudar, luego preguntar, para entonces cuestionar. La segunda consideración consiste en sugerirte no poca cautela con tu conclusión pues al tratar de comunicarla inevitablemente dependerás de la capacidad interpretativa del receptor. ¿No sería mejor emplear el diálogo, la discusión y la argumentación para que el potencial receptor llegue por sí mismo a sus propias conclusiones? Pero por favor continúa, pues me interesa escuchar los otros ejemplos que has aludido.
—Notables consideraciones, muchas gracias —responde el joven entusiasmado, disponiéndose a enunciar los ejemplos que él considera le costaron tanta reflexión y esfuerzo corroborar—. Quiero mencionar a continuación algunos dogmas que, dada su prevalencia y sus efectos en la sociedad en general, se hace necesario dudar en serio de su utilidad y dudar de la manera con la que se han abordado históricamente hasta el día de hoy. Y son: el sistema monetario mundial, el realismo ingenuo, la idea de Dios en religión, el concepto de educación, y la pertinencia actual del concepto de Estado. Pero quiero establecer de antemano que no estaré aquí develando ningún tipo de hallazgo inédito. Pues todos los dogmas mencionados ya cuentan, desde hace ya tiempo, con cuestionamientos y planteamientos alternativos mejor formulados que seguro tú, dada tu estatura intelectual y cultural, ya debes conocer. Me llama la atención que la mecánica de todos estos dogmas guarda grotescas similitudes con aquel juego de los Tres Reyes Magos entre adultos e infantes durante las navidades.
—Bien, adelante por favor —anota ella con una creciente curiosidad y expectativa por lo que pueda venir a continuación de este joven cuyo entusiasmo no parece ahora permanecer como su más distintivo talante.
—El primero es el dogma del dinero —prosigue el joven— ¿acaso, incluso, no se escucha ese dicho vulgar de “la muerte y los impuestos” como las únicas certezas de la vida humana en relación al dinero como bien absoluto y mal necesario? Es muy escaso encontrar a una persona, supuestamente adulta, que no se oriente en la vida principalmente con base en los presupuestos del dinero; por el contrario, lo común son personas que aceptan tales presupuestos que, como anteojos, usan de manera exclusiva para interpretar la realidad. Pero el punto aquí es que el sistema monetario mundial se basa, desde su diseño mismo, en la perenne permanencia de la escasez y en el incremento de la deuda financiera para funcionar. Las debacles financieras por las que grandes porciones de la sociedad se agitan no son una anomalía funcional del sistema monetario sino son precisamente efectos propios de cómo funciona dicho sistema. Muchos economistas, como profesionales especializados en el tema, desde hace tiempo han advertido del estado caduco y perjudicial de este sistema. Pero el común de la sociedad acepta el dogma en plena impotencia, ya sea por ignorancia, por conveniencia gremial, o por una imperante necesidad para sobrevivir un día a la vez.
—Sí, estoy al tanto de eso y de la diversidad de diseños sociales ya planteados para la transición mundial hacia sistemas alternativos —comenta pensativa, con la mirada perdida por un momento, más para sí misma que para informar a su joven interlocutor.
—El siguiente dogma —continúa él— concierne lo que se conoce en Gnoseología, o Teoría del conocimiento, como «realismo ingenuo» y consiste en afirmar que la realidad es exacta y nítidamente como yo la percibo por medio de mis sentidos, en particular por el sentido de la vista. Si no lo veo, no existe; ni más ni menos. Quienes controlan los medios de comunicación masiva, en particular los medios visuales, saben lo diseminado de tal condición gnoseológica. Por tal condición grandes porciones de la sociedad adoptan una cosmovisión impuesta exclusivamente por la vista, y que les orientará para todo su pensar, su decir, su actuar, su creer; una cosmovisión enana y estrecha para una sociedad teledirigida subyugada ante las demandas del consumismo y el mercantilismo. Pero los efectos perjudiciales del realismo ingenuo apenas se vislumbran pues además tiene implicaciones evolutivas de gran envergadura; como Giovanni Sartori, en su Homo Videns - La Sociedad Teledirigida, y otros antes que él ya lo han advertido: «Un mundo concentrado sólo en el hecho de ver es un mundo estúpido. El homo sapiens, un ser caracterizado por la reflexión, por su capacidad para generar abstracciones, se está convirtiendo en un homo videns, una criatura que mira pero que no piensa, que ve pero que no entiende.» Esta condición tiene otra alarmante consecuencia que consiste en la pérdida de la capacidad para el ejercicio teorético. Así las masas sociales amorfas y sujetas de manipulación propagandística pierden un recurso indispensable para interpretar eficazmente la realidad. Permanecen en una estrecha y exacerbada malinterpretación de lo “práctico” como sinónimo del bien indiscutible tal que desprecian como “impráctico” al ejercicio simbólico del conocimiento teórico y perseveran tan sólo en una narrativa cortoplacista. La ausencia de esta capacidad se hace también muy notoria para los problemas de la religión y la teología que mencionaré más adelante. Pero, debe decirse, los efectos perjudiciales del realismo ingenuo no terminan ahí —continúa apuntando el joven; cuyas palabras han captado un especial interés en la mujer a quien él admira tanto por su agudo sentido crítico, y en cuyos ojos ahora centellea un particular brillo que tan sólo impulsa al joven a continuar pensando y discurriendo— sino que abarcan, además, la esfera de influencia de la comunidad científica sobre el resto de la población. La idea de la materia como realidad última parece haberse tornado en un dogma que otorga a la comunidad científica el poder para dictar la última palabra acerca del mundo natural y sus fenómenos; sean estos cosmológicos, evolutivos, ecológicos, químicos, biológico-genéticos, o sean dentro del campo de los avances tecnológicos. Mientras que no hay bases suficientes para tal exclusividad. Es decir, el enigma cuántico dentro de la física teórica de partículas elementales, que por cierto es la base sobre la que se apoyan todas las demás ciencias, parece ser el secreto mejor guardado de la comunidad científica contemporánea: no sabemos qué es el mundo en sí al nivel más fundamental, pues desconocemos si ese nivel fundamental es un corpúsculo o es una onda oscilando a determinadas frecuencias. Para todos los propósitos prácticos, hacia los cuales se desarrolla la ciencia y la tecnología modernas, contamos con la base pragmática de la interpretación de Copenhague de la Teoría cuántica. Interpretación que Erwin Schrödinger y otros finos maestros científicos derivaron con base en el impecable registro de predictibilidad de dicha teoría; predictibilidad que ha permanecido insuperada, aún a la fecha, por ninguna otra teoría física. Pero para propósitos explicativos de mayor calado teorético, sobre la naturaleza fundamental del Universo, la física moderna cae de rodillas ante tan colosal desafío. La actitud reservada de la comunidad científica se explica ante el temor de ceder campo a favor de sus adversarios en comunidades de filosofía, de teología, de religión, de política, y de comunidades que afirman realidades sobrenaturales. Pero el temor no me parece ser algo por lo cual deba orientarse una comunidad científica que se precie de serlo. Pienso que es muy necesario abrazar las implicaciones generales del enigma cuántico y pienso que tales implicaciones deben ser abordadas no sólo por la comunidad científica sino por cualquier comunidad que se prepare a conciencia para estar a la altura de la tarea. Por supuesto, incluso el público en general necesita ser debidamente informado del estado de cosas en lugar de dejarles permanecer en la ignorancia al respecto y en lugar de dejarles poner en altares a científicos oportunistas. Por favor, comparte conmigo la opinión que te merece este punto.
—De acuerdo, te diré una reflexión sobre el enigma cuántico —responde apaciblemente la mujer, quien ahora cree haber obtenido una valoración inicial, pero sobria, del estado de conciencia de su joven interlocutor y puede por tanto proseguir con más apertura a partir de los límites que ella misma ha encontrado en su propia búsqueda—. Observa el cauce de este río en cuya orilla estamos ahora sentados. En apariencia es un mismo cauce pero su materia nunca es la misma; algo de razón tuvo aquel filósofo presocrático quien dijo: «todo fluye». Este cauce es diminuto comparado con el océano al que está conectado, y es una parte de ese todo que nombramos como la hidrósfera del planeta Tierra. Un suceso local repercute en lo global; ahora lo sabemos. El nivel fundamental, al que por ahora nos hemos acercado más gracias a la Teoría cuántica, está íntimamente relacionado con el nivel astronómico global, pero de ello tan sólo tenemos fragmentos y atisbos de nuestra colosal brecha de conocimiento. Aún ignoramos la mayor parte tanto a escala subatómica como a escala cosmológica; es decir, la parte que conocemos del Universo está hecha de átomos pero esa parte es menor al cuatro por ciento del Universo y hoy la ciencia no sabe, y nadie lo sabe, de qué está hecho el resto. Le hemos llamado materia oscura y energía oscura en alusión a que son aún opacas, desconocidas, para nosotros. Las galaxias, hechas de los átomos observables en el Universo, son como pequeñas lámparas en el punto más alto del mástil principal de enormes buques negros, que representan la materia oscura, navegando en un gigantesco océano negro, que representa la energía oscura, cuyo tamaño aumenta aceleradamente debido a su comprobada expansión. Esta analogía ofrece un atisbo de la proporción de cantidad entre los átomos conocidos en el Universo y la materia oscura y la energía oscura. ¿Qué es y de dónde proviene la materia y la energía oscuras que llenan el espacio expandido? Es también un enigma. Pero sospechamos que ambos enigmas, al contemplar el enigma cuántico, están relacionados; pues el nivel físico fundamental parece también ser oscuro. Para poder avanzar ante tales enigmas necesitamos, en definitiva, toda la habilidad teorética que podamos conseguir tanto del pensamiento crítico, del pensamiento creativo, y del pensamiento valoral; pensamientos cuyo conglomerado se le conoce como el pensamiento de orden superior. Toda aportación es bienvenida en la mesa de trabajo.
—Los siguientes dos dogmas, la escuela y el Estado, los mencionaré como uno sólo pues ambos se derivan de un dogma común subyacente —prosigue el joven acompañado de la satisfacción, hasta este punto, de una enriquecedora conversación— y es el tema de la autoridad. En particular, el principio de autoridad sobre el cual se basa tanto la idea de la escuela como el concepto de Estado. El dogma religioso institucional lo mencionaré al final, ante el cual sé que estás involucrada de manera directa, emocional e histórica. Aclaro que aquí con escuela me refiero al esquema escolarizante inventado para satisfacer las demandas del industrialismo, esquema cuyo diseño sigue las pautas de ese mismo industrialismo como línea automatizada de producción de mano de obra con base a modelos preestablecidos por demanda del poder económico. Aclaro también que no tengo ningún problema de rebeldía en contra de la autoridad pues entiendo bien la necesidad y el valor que aporta a la sociedad el concepto de autoridad así como las premisas de competencia o pericia sobre las que se sustenta tal concepto. El problema que aquí apunto estriba precisamente en la ausencia de tales premisas en los hechos de la vulgar o descuidada interpretación tan diseminada hoy en día de la idea de autoridad; donde la ineptitud usurpa el lugar de la habilidad y, por tanto, la autoridad ha desaparecido. Así que no es rebeldía sino un acto de exigencia; en el cual, como individuo, exijo aptitud en quien pretende ostentar autoridad y así tal autoridad exista de manera auténtica. Me gusta la autoridad en la escuela y en el Estado. Me gusta comprender y apropiarme de la dirección de alguien con destreza y verdadera autoridad que entienda el rumbo hacia un mejor bien común. Pero así mismo desprecio la ilusión de autoridad. Desprecio el rol del vulgar e inepto usurpador que pretende apropiarse oportunistamente de una posición de autoridad basada en poses jerárquicas y cotos circunstanciales de poder. Desprecio la posición del proxeneta que se apropia del esfuerzo o del talento de otros, a quienes mantiene en sumisión cual ganado, sólo para beneficio propio o para el desproporcionado beneficio del siguiente proxeneta en una ilusoria jerarquía. El defecto con la escuela y el Estado, cuando son entendidos dogmáticamente, inicia desde las vulgares interpretaciones prevalecientes del principio de autoridad. El defecto deriva en una trágica tergiversación con la cual se confunde escolarización con educación y Estado con gobierno. La evidencia de las consecuencias es observable en la sociedad. Para una mínima, pero relevante, muestra de tal evidencia: pregúntale a una persona si ubica su propia posición relativa a los grandes problemas en la sociedad de la cual es parte. Pregúntale si se ubica como parte del problema o como parte de una posible solución, y cómo y por qué. Pregúntale si quien tiene que cambiar de orientación en la vida es ella misma o si quien debe cambiar principalmente son los demás. Luego pregúntale y pídele cuentas a las instituciones educativas y al Estado, quienes supuestamente fueron responsables de la educación de esa persona. ¿Qué piensas cuando contemplas las condiciones actuales de las sociedades en la especie humana?
—Hoy aún prevalece lo fragmentario en las distintas y principales cosmovisiones que rigen el pensamiento y la conducta humanas —contesta la mujer—. Todavía se le da un desproporcionado peso a la distinción entre diferentes orientaciones sexuales, raciales, políticas, religiosas, sociales, económicas, geográficas, culturales, teológicas, etc., y el resultado son los prevalecientes sectarismos y nacionalismos que impiden interpretar efectivamente la corroborada realidad genética: son una sola especie humana. La mayoría vive en su cultura y carece de una vista panorámica de la realidad intercultural y supracultural. Un ejemplo que ilustra la situación es aquel del joven, en el Imperio Romano del primer siglo, que pregunta a su padre si podrá acompañarlo al circo para ver el espectáculo de leones hambrientos devorando niños cristianos vestidos con piel de oveja, ante lo cual el padre contesta: “sólo si te comportas bien en la casa y en el vecindario”. La mayoría de los individuos aún reflejan su cultura y son víctimas de su propia cultura. Al parecer los individuos ignoran, o elijen ignorar, que no están obligados a interpretar la realidad de la misma manera inercial provocada por su pequeña y estrecha cultura. No parecen entender que, como ya mencioné antes, si algo podría llamarse naturaleza humana es su potencialidad para definir su propia naturaleza. La analogía con la masa que tomará la forma del recipiente que la contiene ayuda a ilustrar el asunto con la naturaleza humana, y lo más importante es reconocer que dicho molde puede ser cambiado por otro a través del ejercicio simbólico que parte del lenguaje y que se manifiesta plenamente en el esfuerzo teorético distintivo del animal humano plenamente desarrollado. Aquella frase no carece de sentido: «no hay nada más práctico que una buena teoría». Por otro lado —continúa diciendo la mujer—, una sociedad humana realmente funcional necesita estar compuesta de individuos plenos desde su infancia. Pero aún hoy, desde la niñez, predomina el miedo, el dolor, el odio, el egoísmo, y toda clase de miserias culturales y el resultado se puede ver en individuos, supuestamente adultos, cuya conducta nos obliga a preguntar ¿cuánto amor y comprensión le habrán hecho tanta falta desde la niñez que tiene ahora que intentar llenar esos enormes huecos en su ser con lo proveniente del consumismo, del mercantilismo, o de algún otro desenfreno?
—De acuerdo, gracias por compartir tus pensamientos conmigo —dice el joven sintiendo una enorme fortuna por ser el interlocutor de quien ha buscado conocer, y con quien ha anhelado platicar, durante casi toda su vida consciente—. El último dogma que quiero mencionar es aquel invocado por el vocablo «Dios» en el contexto de las religiones institucionalizadas —anuncia el joven al mismo tiempo que observa atento cualquier expresión en el terso y delicado rostro de la mujer, mismo que es iluminado por la luz reflejada en la superficie del río, y matizado tenuemente por la sombra oscilante de las hojas del árbol que les ha abrazado durante esa fresca tarde de otoño.
El joven, en su búsqueda por este encuentro, llegó a saber que el tema «Dios» ha calado hondamente en ella desde los albores de la actual civilización humana por causa de la aún poca destreza de esta civilización para interpretar su realidad antropológica.
—Bueno, está bien; prosigue —indica ella al abandonar su mirada, ahora taciturna, en las tranquilas aguas del río enfrente suyo; su voz ahora es pausada, titubeante, y con un tono que revela un nivel elevado de turbación debido a los recuerdos de hondos y dolorosos sentimientos que de pronto se agolpan en ella por la sola mención del tema que desde hace mucho le ha hecho padecer intensa agonía y sufrimiento.
—Tocaré brevemente sólo el punto que hoy veo como el más grave de este tema —apronta él a añadir al advertir la expresión dibujada ahora en el rostro de la mujer, expresión que evoca una sutil súplica para que él sea gentil con las palabras que está por pronunciar, como si con sus palabras pudiese agravar una herida abierta y aún punzante en su anhelada y teorética mujer que ahora, por un momento, le parece como una delicada y frágil flor—, y consiste en que siendo la religión profunda algo tan importante para el ser humano, y en el centro del tema lo que puede evocarse en el interior humano al mencionar «Dios», lo que prevalezca del tema en la mayoría de los humanos sean interpretaciones vulgares avaladas por, o incluso provenientes de, prelados jerárquicos e instituciones religiosas anquilosadas cuyas principales preocupaciones son la prevalencia de sus perversas políticas moralizantes y la prominencia de sus aparatos de poder sobre el mayor número posible de personas. Insisto: la religión profunda es algo muy importante para el animal humano, pues representa una forma simbólica para interpretar la realidad que, desde el humano primigenio, le ha permitido habitar una realidad que no alcanza a entender. La religión profunda es una narrativa simbólica que permite al humano continuar morando un ambiente dominado por el conjunto de las fuerzas de la Naturaleza, en un ambiente dominado por la imponente y hostil realidad natural. Pero ante todo —continúa diciendo el joven al mismo tiempo que busca tocar con su mano la barbilla de ella, levantar su inclinado y abatido semblante, y buscar encontrarse con sus intensos y sollozantes ojos—, y tengo un atisbo del porqué de tu profundo dolor, eso llamado religión no ha llevado a los humanos a conocer a «Dios», y lo sé pues «Dios» no es lo que piensa la mayoría, pues no le conocen como lo que es.
—Esta etapa ha sido muy dolorosa para mí —comenta la mujer al mismo tiempo que corresponde a quien buscó su mirada—, desde hace eones que he compartido el camino de la evolución junto al animal humano, pero en esta etapa, con la aparición del pensamiento religioso institucionalizado, estoy atravesando por intensos dolores al contemplar la condición humana, una condición en la que el humano se ha abandonado a la superficialidad y se ha perdido en los brazos de usurpadores como, por ejemplo, el dogmatismo exagerado, al que llaman “fe”, confundido con la confianza sustentada; la ignorancia y el estado enajenado elevados a grado de virtud; el cortoplacismo y la mezquindad tomadas como pragmatismo razonado, y ya no quiero ni mencionar lo que ha causado la elevación del dinero a niveles insospechados de genuflexión y disimulada esclavitud a costa de una oscura depravación del espíritu libre, curioso y creativo del animal humano. Me hiere profundamente, pues me parece aberrante, aquello a lo que refieren muchos al decir «Dios» atribuyéndole ridículas propiedades de omnipotencia, omnisciencia, y al mismo tiempo la incongruente capacidad de la creación del Universo. Es el resultado de la mala teología. Mi presente pesar inició, lo recuerdo vívidamente, desde los primeros embates de aquellos médicos brujos primitivos, hace más de catorce mil años en la región ahora conocida como Oriente Medio, quienes tomaron para sí, en arrogante autoproclamación, el papel de intermediarios entre su idea de «Dios» y el animal humano individual. La situación se agravó cada vez más con cada nuevo tipo de médico brujo que se mantenía en ese papel de intermediario. Pero ya veo la luz al final de este sombrío túnel, estoy impaciente por las etapas venideras, pues observo que a pesar de que las religiones institucionalizadas insisten en promover interpretaciones vulgares que mezclan las creencias de lo sobrenatural con el campo del realismo, he también observado, desde hace ya siglos, una cantidad creciente de buena teología, la cual es antropología, que muestra claramente que no hay ‘nada’ allá afuera; y al hacer tales afirmaciones su intención no es negar la realidad de «Dios» sino salvaguardar su trascendencia. La cual es similar a la trascendencia que tienen los mecanismos de la ficción literaria. Y son trascendentes pues esos mecanismos de interpretación simbólica representan lo mejor de la idea de religión, y de «Dios» en el centro, pues ese andamiaje para el ejercicio interpretativo tiene el potencial de transformar al individuo y transformar la realidad que habita; y no sólo eso, esta destreza interpretativa, sujeta de desarrollo, tiene el potencial de lograr el cambio de molde que mencioné hace rato al hablar de la naturaleza humana, a través del esfuerzo teorético. Por ejemplo, para que cada humano formule su propia teoría teológica, digna y libertaria.
—Toda mi vida había soñado con este momento —dice el joven, de nuevo emocionado—: el día en que pudiera encontrarme frente a frente contigo. Comprendo por lo que has pasado. ¿Qué puedo hacer yo para aliviar tu dolor?
—Conócete a ti mismo —responde la mujer con confianza y con un nuevo semblante—; es decir, nunca dejes de indagar qué significa ser un miembro de la especie humana.
El joven, sintiéndose muy feliz y pleno, cierra los ojos por un momento para asimilar más intensamente esos momentos de tan grande, y esperada, experiencia. Abre lentamente los ojos y observa su propia imagen reflejada en las tranquilas aguas del río enfrente de sí. Al mismo tiempo que observa cómo algunas aves y animales pequeños se han acercado con confianza para beber agua del río, pues no ha habido sonido alguno por un largo rato, ya que desde que el joven llegó a sentarse a la orilla todo ha permanecido en completo silencio.
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