Marco A. Dorantes

Este es uno de mis primeros blogs* (aquí hay una lista de mis blogs sobre temas de mi interés).
Además, mis aportaciones en un seminario de introducción a la Filosofía.
*blog es una contracción de weblog: un diario o bitácora pública como medio de expresión personal.

Monday, July 18, 2011

Juana Ramírez

El sosiego derrotero de una vida contemplativa conlleva el éxtasis experimentado al presentarse ante la más sublime grandeza del fenómeno humano. Grandeza que puede manifestarse en sucesos simples, incluso cotidianos, que con desproporcionada frecuencia se dan por sentados.

Por ejemplo el contemplar a un animal dotado de movimiento y gracia, un animal de la especie Homo sapiens sapiens, a un actor y bailarín quien por algunos minutos enfoca su talento y energía para entregar lo que puede ser una experiencia estética inolvidable. Pero para eso también se depende de un observador advertido, de un esteta, quien ejerza la estética o filosofía del arte y de lo bello.

Otro ejemplo ocurre al contemplar la belleza de un espíritu como el de la insigne Juana Inés de Asbaje y Ramírez, también conocida como sor Juana Inés de la Cruz; quien es un ejemplo de genialidad, inteligencia, y gracia femenina en medio de un entorno adverso hacia esa expresión conjunta y particular de su ser.

Juana Ramírez fue una mujer excepcional del siglo XVII en la colonia de la Nueva España, época donde no faltaron los prelados jerárquicos que, tal vez con “buenas intenciones”, trataron de subyugar su notable ser inquisitivo bajo el pretexto de dirigirla por los caminos seguros de la santificación. Las cartas de sor Juana que mencionaré a continuación representan una muestra de la autodefensa que hizo ante sus dificultades con varios altos dignatarios de la Iglesia Católica de entonces. La actitud de sor Juana para increpar y rebatir a esas “autoridades”, su lucha ante el autoritarismo, representa un notable capítulo en la historia del conflicto entre la libertad intelectual y el poder, entre el genio individual y las burocracias ideológicas. Comprender la vida y el sacrificio de muchos como sor Juana significa algo más que sólo entender, significa abrazar, principalmente en el sentido espiritual.

El primer caso se puede constatar en la Carta de sor Filotea de la Cruz, pseudónimo de no otro que el obispo de Puebla quien escribió a sor Juana para persuadirla de que pusiese freno a su desarrollo intelectual, para que mejor se dedicase a la vida monástica, en concordancia con su condición de monja y mujer, y dejase el ejercicio teológico en manos de los hombres, para quienes está reservado. ¡Mira el tamaño de la inseguridad de semejante zopenco! A su vez sor Juana escribe la carta Respuesta a sor Filotea de la Cruz en la cual daba cuenta de su vida y reivindica el derecho de las mujeres a guardar esmero por el aprendizaje, pues: «...no sólo les es lícito, sino muy provechoso».

El segundo caso está documentado en el libro Carta de sor Juana Inés de la Cruz a su confesor. Autodefensa espiritual, de Aureliano Tapia Méndez. En tal publicación se detalla el descubrimiento tardío de la carta de sor Juana a su confesor, el jesuita Antonio Núñez. La carta es de un tono espontáneo y sincero, desde su autoexamen de conciencia desde el cual se comunica con su confesor, bajo la premisa de que tal misiva no sería conocida por otras personas. Ahí la ilustre Monja de México rebate indignada y vibrante ante la opresión que siente sobre su libertad de conciencia por parte de los autoritarios prelados jerárquicos de la parafernalia eclesial. Ahí está su clamor de liberación femenina y de liberación religiosa, su posición de justa rebeldía ante el poder de la estupidez, y ante la estupidez del poder. A continuación algunas líneas e imágenes de tan notable correspondencia:

«...Mis estudios no han sido en daño ni perjuicio de nadie, mayormente habiendo sido tan sumamente privados, que no me he valido ni aun de la dirección de un maestro, sino que a secas me lo he habido conmigo y mi trabajo, que no ignoro que el cursar públicamente las escuelas no fuera decente a la honestidad de una mujer, por la ocasionada familiaridad con los hombres, y que ésta sería la razón de prohibir los estudios públicos...pero los privados y particulares estudios, ¿quién los ha prohibido a las mujeres? ¿No tienen alma racional como los hombres? Pues, ¿por qué no gozará el privilegio de la ilustración de las letras con ellos? ¿No es capaz de tanta gracia y gloria de Dios como la suya? Pues, ¿por qué no será capaz de tantas noticias y ciencias, que es menos? ¿Qué revelación divina, qué determinación de la Iglesia, qué dictamen de la razón hizo para nosotras tan severa ley? ¿Las letras estorban, sino que antes ayudan a la salvación? ¿No se salvó San Agustín, San Ambrosio, y todos los demás Santos Doctores? Y Vuestra Reverencia, cargado de tantas letras, ¿no piensa salvarse? Y si me responde que en los hombres milita otra razón, digo: ¿No estudió Santa Catarina, Santa Gertrudis, mi Madre Santa Paula, sin estorbarle a su alta contemplación, ni a la fatiga de sus fundaciones, el saber hasta griego? ¿El aprender hebreo?...Pues, ¿por qué en mí es malo lo que en todas fue bueno? ¿Sólo a mí me estorban los libros para salvarme?...Porque, ¿qué cristiano no se corre de ser iracundo a vista de la paciencia de un Sócrates gentil? ¿Quién podrá ser ambicioso a vista de la modestia de Diógenes Cínico? ¿Quién no alaba a Dios en la inteligencia de Aristóteles? Y en fin, ¿qué católico no se confunde si contempla la suma de virtudes morales en todos los filósofos gentiles? ¿Por qué ha de ser malo que el rato que yo había de estar en una reja hablando disparates, o en una celda murmurando cuanto pasa fuera y dentro de casa, o peleando con otra, o riñendo a la triste sirviente, o vagando por todo el mundo con el pensamiento, lo gastara en estudiar?...Vuestra Reverencia quiere que por fuerza me salve ignorando: pues amado Padre mío, ¿no puede esto hacerse sabiendo?...Pues, ¿por qué para salvarse ha de ir por el camino de la ignorancia, si es repugnante a su natural? ¿No es Dios como Suma Bondad, Suma Sabiduría? Pues, ¿por qué le ha de ser más acepta la ignorancia que la ciencia?...»



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