Fe peligrosa
¿Cuándo la fe de la religión se torna peligrosa?
El propósito de este breve soliloquio es señalar uno de los graves tropiezos en que incurre quien permite que su fe religiosa dogmática, i.e., ciega, lo arroje demasiado lejos, más allá de lo que —como mínimo— la experiencia intersubjetiva pudiera justificar, más allá del alcance de una interpretación concienzuda de la palabra «religión».
Un ministro de culto cristiano dice:
“...cuando enseño a las personas, o cuando predico la Biblia desde el púlpito, tan sólo lo hago cuando el Espíritu Santo –el Consolador, el espíritu de la verdad– ministra mi mente, tal y como lo hace con cualquier persona que cree y tiene verdadera fe...”
Advierto varios problemas serios, del orden ontológico y gnoseológico, en tal enunciado. Pero aquí me limitaré a mencionar algunas ideas por las cuales me es muy difícil conciliar las “buenas intenciones” en tal enunciado con el deplorable estado desinformado tan predominante entre las interpretaciones vulgares de las religiones cristianas.
El contexto del enunciado incluye la creencia en el espiritualismo —el cual es diferente del espiritismo— y se basa en un dogma cristiano que afirma la presencia de una de las personas de la Trinidad (otro dogma cristiano) en la persona convertida y bautizada en el cristianismo.
En este breve texto, claro, no pretendo analizar los argumentos provenientes de las teologías dogmáticas del cristianismo, ni su relación con los campos filosóficos del idealismo, el materialismo y el realismo, ni con el estructuralismo en antropología filosófica. Aquí procuraré hacer notar lo saludable de albergar en uno mismo la duda acerca del origen de nuestras ideas —lo positivo del escepticismo.
El enunciado en cuestión presupone demasiado, se apoya desproporcionadamente en la más ingenua y desmedida confianza, y sin justificación alguna. Pues, incluso con una sincera e informada fe religiosa, una persona habituada en reconocer el estado perenne de su equivocación como ser humano no tendría bases para sostener semejante afirmación. El enunciado en cuestión refleja una enorme necesidad de querer creer, una formidable autocomplacencia en los pensamientos propios. Esa autocomplacencia, sin la debida mesura, ha producido mucho sufrimiento y sinrazón en nuestra historia como humanos. La seguridad de alguien que afirma “saber” y promulga juicios a ultranza es una que ha deslumbrado a los incautos como yo, quienes corremos el riesgo de adoptar y defender dogmas que ni siquiera terminamos de comprender. Algunos ejemplos en mi texto: “Doctrinalmente correcto”. De ahí la necesidad de entender lo positivo del escepticismo.
No es difícil reconocer que esa posición arrogante, la de “conocer” lo sobrenatural, no es reconciliable con lo positivo en la diversidad de cristianismos históricamente identificables, que datan desde el primer siglo de la era común.
¿No están acaso dadas las cosas hoy para el ser humano como para que afirme más su ignorancia que su falta de ella? El esfuerzo científico aún no puede abordar con absoluta certeza —ni podrá, debido a la idea misma del conocimiento científico— las preguntas más importantes del humano: las preguntas del significado postrimero, las que buscan respuestas últimas, y no sólo las respuestas próximas de la ciencia.
Entonces, ¿callamos o dialogamos del asunto? El teísmo y el ateísmo —que para mí son dos caras de la misma moneda dogmática, ver: Lo que comparto con Richard Dawkins...— pretenden acallar todo cuestionamiento hacia sus ideas. Sin embargo, sí hay mucho de lo que se puede dialogar y esclarecer del asunto, aunque habrá aspectos —como los sobrenaturales— en los que convendrá seguir la idea expresada en el último párrafo de una relevante obra:
“Sobre lo que no se puede hablar, es mejor callar” —Ludwig Wittgenstein en su Tratado lógico-filosófico
Para empezar a explicarse cómo un adulto se convence de algo como el enunciado en cuestión es necesario examinar los efectos de una lectura literalista de los textos bíblicos, es decir el biblicismo. Además, por supuesto, es necesario analizar el condicionamiento sociocultural imperante alrededor de tales crédulos e incautos “adultos”. Quienes pueden tener muy buenas intenciones, y estar por completo seguros de estar impulsando algo supremamente positivo y, según ellos, a todas luces sublime y de naturaleza divina. Tales sentimientos suelen justificar su fe. Pero ¿para qué la fe?
La fe religiosa, basada en profundos sentimientos de necesidad, basada en el anhelo de que la Naturaleza nos favorezca, no parece tener —ni necesitar— ningún sustento. No parece conllevar ningún esfuerzo ni complicación. Precisamente por eso cabe la pregunta: ¿Cuál es el chiste de vivir con base en tal fe? Tal nivel de certeza desafía todo por lo que la raza humana pretende seguir existiendo. Al alcanzar tan enorme nivel de certeza entonces ¡la inmolación de todo ser humano parece ser lo más conveniente, lo más positivo por hacer! No son de sorprender los suicidios colectivos que han ocurrido en sectas religiosas debido a precisamente esa certeza absoluta basada en sentimientos.
Afortunadamente hay otras posiciones que pueden ser más parte de las soluciones que de los acuciantes problemas de la humanidad hoy. Entre ellas están las posiciones que consideran a la cautela y a la indagación cuidadosa como buenas ideas, pues apresurarse demasiado y saltar rápidamente a conclusiones es una receta para el no-aprendizaje —eso parece cierto incluso en algunas facciones de la comunidad científica. Así que, partiendo de la idea del aprendizaje personal como algo positivo, una persona interesada en hacer de su vida una aportación a la humanidad buscaría abandonar las posiciones en donde la exacerbación de “lo práctico” y del cortoplacismo se convierta en otro dogma inmovilizador. Así mismo, su búsqueda incluiría posiciones que sean preliminares, provisionales, que fomenten la investigación y la disminución de los efectos de la ignorancia. Eso parece ser de mayor provecho que las posiciones que sostengan afirmaciones que provengan de la fe religiosa dogmática, ciega.
“Si Dios hubiese querido colocar desde el comienzo cada cosa en el mundo, habría creado un universo sin cambio, sin organismos ni evolución, sin hombre y sin experiencia de cambio en el hombre. Pero, al parecer, pensó que un universo viviente con eventos inesperados incluso para Él Mismo sería más interesante que un universo sin vida” —Karl R. Popper en Búsqueda sin término
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