Lo que comparto con Richard Dawkins...
…es ese desprecio por el Establishment religioso, por el corporativismo místico, por el dogmatismo que ha estimulado lo peor del ser humano a lo largo de la historia de la humanidad; por esa actitud complaciente que promueve, como si se tratase de algo positivo, la abolición de las capacidades intelectuales en los individuos a favor de una agenda clerical; comparto el desprecio por esa actitud arrogante, esa presunción desmedida, esa creencia absolutista de que sólo lo suyo vale para el cristianismo, que sólo lo suyo es lo de Jesús, El Cristo.
Se trata del mismo desprecio que siento por actitudes y poses similares dentro de otros ámbitos del quehacer humano, aun dentro de la comunidad científica. Por ejemplo, no obstante lo valioso del trabajo filosófico y científico de Mario Bunge, la primer frase en su ensayo ¿Qué es la ciencia? muestra precisamente otra manifestación de ese estado mental que desprecio, a saber: “Mientras los animales inferiores sólo están en el mundo, el hombre trata de entenderlo;…”. Si bien no hay manera de atribuirle misoginia alguna a su texto pues se entiende el uso genérico del término hombre, pero ¿qué sabe de los otros animales en este planeta que lo hace creer que son inferiores? Sin mencionar la completa ausencia de consideración alguna por los miembros de los otros taxones en la diversidad de seres vivos clasificados. Se trata de esa estupidez típica del fanatismo científico de creer que el ser humano es el amo absoluto de todo lo que hay, el centro mismo de la existencia, creerse la gema única que corona el Universo. Y sin embargo, si desaparecieran todos los artrópodos, en pocos años la vida en la Tierra se extinguiría mientras que si desapareciera la raza humana, las demás especies florecerían.
Lo que admiro de Richard Dawkins como militante del ateísmo —así como, por ejemplo, de Charles Finney como teólogo cristiano— es esa feroz honestidad, esa fibra moral para expresar claramente pensamientos propios, y sustentarlos. Además, así como admiro esa honestidad, admiro también la humildad en cualquier ser humano, esa virtud que consiste en el conocimiento de las propias limitaciones y debilidades y en actuar de acuerdo con este conocimiento; es decir, admiro a quien va dándose cuenta de su posición relativa en la gran perspectiva de conjunto de la existencia y se encamina hacia el horizonte por los caminos que le falta conocer. Por eso no puedo admirar la carencia de humildad tanto en ateos como teístas —dos caras de la misma moneda dogmática— pues, aun con lo mejor a lo que hemos llegado con la ciencia, tan sólo contamos con conocimiento confiable siempre sujeto de mejora y nunca a declaraciones absolutistas. ¿De dónde sacan pues estos —ateos y teístas— su fe ciega?
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