¿Qué tipo de ser es el humano?
¿Qué es lo que Dios ha hecho cuando hizo al ser humano? ¿Lo hizo su obra maestra cual corona de la creación o su desacertado agente de caos y autodestrucción? ¿Desató a un dios o a un demonio? Acaso, ¿todo lo anterior, y más, simultáneamente? El vasto océano de la antropología filosófica será uno de los escenarios para las aventuras a las que nos exponen tales preguntas.
¿Qué tipo de ser es este, el ser humano? Capaz de los más encantadores sueños y de las más temibles pesadillas. Considerando que casi todo lo que llegaremos a saber en la vida lo sabremos —directa o indirectamente— porque otro ser humano nos dice que así es, ¿no está entonces el ser humano —y no Dios— en la verja entre uno u otro lado de las opciones planteadas?
¡Qué maravilla llega a ser un humano cuando su enorme ser interno —su conciencia, su madurez, su destreza, su perspectiva de conjunto— ilumina cual estrella a sus congéneres! Dando ocasión para el entendimiento, la luz que permite el avance de una persona. «¡Que exista la luz!» Génesis 1:3 ¿Será esto una alusión a la luz física, a la radiación electromagnética que como onda-partícula se propaga a 300,000 km/s? ¿O será una alusión alegórica a la iluminación por el entendimiento y, en contraste, a la obscuridad como alegoría de ignorancia e inconsciencia?
El texto “La marcha de la impotencia” de Javier Sicilia es el caso de otra maravilla del ser humano, el expresar ideas clara y sucintamente tal que en otros —como en quien suscribe este texto— produzca el asombro y una gran admiración por aquel que pone en palabras los pensamientos que uno no ha logrado articular en la comunicación o que al intentarlo tan sólo resulta una desazonada palabrería.
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