¿Cómo empezar de nuevo?
El Sol es un centro o núcleo aglutinador que representa un pilar esencial sin el cual el conjunto pierde la cohesión que lo hace viajar en el espacio como un todo, nuestro Sistema Solar. Este conjunto es parte de otro conjunto más grande, la Vía Láctea, que también gira y viaja a una enorme velocidad como un todo. ¿Cuál es el núcleo aglutinador de nuestra galaxia que le hace mantener la cohesión del conjunto y moverse como si fuera una sola entidad? Un planteamiento propone a un agujero negro como respuesta, un hoyo negro en el centro mismo de la Vía Láctea que —como para muchas otras entidades similares— la hace ser galaxia y no, una nube de estrellas independientes y errantes. El planteamiento continúa y explica que este núcleo aglutinador será, finalmente, la causa misma de la destrucción del conjunto; al incinerar a sus planetas circundantes y explotar como supernova para el caso del Sol, y al engullir toda la materia a su alrededor para el caso del agujero negro en el centro de nuestra galaxia. El núcleo aglutinador en estos casos convoca a las partes que, en conjunto, llegan a ser una sola entidad mantenida naturalmente en tanto el núcleo permanezca; así, el núcleo representa generación y existencia, como también provoca destrucción y ocaso.
Una entidad social, una sociedad humana, también tiene un núcleo aglutinador que la mantiene como un conjunto; en este caso, se trata de la creencia fundamental que la oportunidad para vivir es mayor en sociedad que en aislamiento, pero, es el significado concreto que toma ese vivir lo que determina el tipo de generación o destrucción que provenga de la creencia nuclear. Si vivir significa experimentar placer, poseer todo lo que se desea o ejercer poder sobre el mayor número de personas posible entonces todo lo demás será visto en términos de su utilidad para lograr —a costa de lo que sea— ese vivir.
Lo mismo sucede a nivel personal pues —así como el Sistema Solar, aun siendo parte de la Vía Láctea, no deja de ser una entidad independiente— también una persona dentro de una sociedad es libre de elegir el significado de su vivir como individuo, de definir cuál es el núcleo aglutinador de su ser que lo llevará por un rumbo de generación o por uno de destrucción.
Las autoridades establecidas —Estado, cleros regulares, etc.— son quienes típicamente proponen y procuran un significado particular para el vivir en una sociedad; así lo hicieron muchas sociedades del pasado pero que al día de hoy sólo queda de ellas vestigios de su existencia pues desaparecieron a causa del modo de vivir que eligieron. Los mayas y los habitantes de las islas del Pacífico Sur —entre otras sociedades— comparten un rasgo que les condujo al colapso, un frenesí de algún tipo, una clase de desenfreno, ya sea por devastar su ambiente o por conquistar a otros pueblos por sus tierras, por trivializar lo profundo de la vida humana a favor del egocentrismo y la autocomplacencia. En Collapse: How Societies Choose to Fail or Succeed Jared Diamond analiza los rasgos que causaron la extinción de sociedades en el mundo antiguo y las similitudes con las sociedades en el mundo moderno. Una de las conclusiones, naturalmente, es el papel tan determinante que juegan las autoridades establecidas en los desenlaces documentados, pues son ellos los que estuvieron en posición para señalar cuál era el centro de gravitación, el significado del vivir en sociedad que persiguieron a costa de lo que sea y que finalmente los llevó a su situación final. La tarea de integrarse con los ecosistemas en su entorno parece que siempre ha sido una tarea difícil y propensa a errores fatales que pueden provocar —tarde o temprano— que una sociedad se colapse, es decir, alcance el punto en donde su vivir deja de ser sostenible a largo plazo.
Para el caso de la situación actual en la sociedad mexicana Javier Sicilia identifica, en su artículo La marcha de la impotencia, que la causa de la acumulación desproporcionada de riqueza y la causa del aumento desmedido de la delincuencia provienen —ambas— del núcleo mismo de esa sociedad, del significado del vivir en esa sociedad que ha sido procurado por las autoridades establecidas. En otras palabras, lo que hace posible la riqueza material desmedida del hombre mexicano actual, es lo mismo que le está destruyendo la vida: la trivialización de lo humano en favor de lo material.
Pero ¿qué hay de una persona adulta? ¿Acaso no es la autoridad establecida para sí misma, quien tiene soberanía completa sobre todo su mundo interior? ¿Qué acaso una sociedad está hecha de otra cosa que no sean individuos? ¿Preguntaremos a los gatos domésticos o a las sandías o a las organizaciones civiles cuál es un mejor significado de vivir en sociedad? ¿Qué no la respuesta está dentro de uno mismo? ¿Por qué pensamos que la solución definitiva a nuestros problemas está “aquí” ó “allá”, en algo externo a la persona y no en su interior? Una arrolladora inercia pragmática prevaleciente parece impedir ver otra respuesta que no sea una que ofrezca gratificación instantánea, practicidad, “resultados para ayer”, una que no sea fastidiosa ni implique pensar por uno mismo. Sin embargo, la realidad del centro de gravedad establecido para la sociedad mexicana muestra indicios de colapso —de haber llegado a un punto más allá de cualquier reparación— por lo que será necesario empezar todo de nuevo, desde el principio. Evidentemente, este recomenzar no podría estar en manos de las mismas autoridades establecidas que mantienen un centro de gravedad colapsado pues la definición de su paradigma, de su cosmovisión —modelo general de concepción del mundo— se lo impediría, sin contar que están demasiado ocupadas tratando de salvar lo insalvable o haciendo lo que mejor saben hacer, sea lo que fuere esto último.
Sí, los individuos también pueden tomar esta tarea en sus manos pero no para fantasear con revoluciones colectivas que terminan beneficiando tan sólo a unos cuantos, sino para emprender una revolución interior basada en conocimiento confiable de la esencia humana, del raciocinio y de la emoción, de lo referente al fuero interno, una revolución basada en el conocimiento de uno mismo. Un nuevo comienzo no sólo para lograr algo en el exterior sino para adoptar una constante autocrítica, para adoptar un mecanismo auto-renovador como parte del mero núcleo del individuo, como parte del significado de su vivir; y que sea punto de partida para la vida en sociedad. ¿Pero cómo? ¿A qué recurrimos? ¿Qué hay que nos ayude a asumir una actitud reflexiva y de aprendizaje constante? ¿Qué ofrece las herramientas para profundizar en uno mismo hasta nuestros mismísimos fundamentos? Dado que estas preguntas no son inéditas en la historia de la humanidad —tan sólo impopulares— podríamos considerar como respuesta provisional la siguiente sugerencia para adultos: la filosofía con sus ramas principales del ser, del conocer y del hacer (ontología general, epistemología, y ética respectivamente) como herramienta para empezar de nuevo.
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