¿El maligno posmoderno?
Al escribir estas líneas acontece el año 2010 de la Era Común. Después del año 9999 podría tener sentido práctico reiniciar la cuenta y tal vez proponer agrupaciones en eras por cada diez milenios. O tal vez para entonces hayan ya ocurrido eventos significativos que justifiquen un reinició en la cuenta de los años calendario. Imposible afirmar que la Humanidad estará presente. Además, considerando la insignificante partícula que es nuestro planeta, imposible afirmar que la Tierra estará presente. Pero, considerando el tiempo que ha estado presente la Tierra, hay buenas razones por las cuales pensar que la Tierra sí estará presente para ese efímero plazo —efímero si consideramos el tiempo astronómico. Sin embargo, el planeta Tierra sí tiene un plazo determinado por las leyes físicas: cinco mil millones de años más. Es el tiempo que a nuestro Sol le tomará convertirse en una gigante roja y vaporizar a la Tierra, engulléndola y desintegrándola. Es el tiempo que la Humanidad tiene para mudarse a otro lugar, para transferir la biosfera a la Tierra 2.0, si queremos evitar desaparecer como especie. Por eso, y por muchísimas razones más, uno de los mejores legados para la niñez de hoy y del mañana consiste en una educación científica.
Asumamos entonces un continuo de humanos que seguirán pensando, pues eso se les da a los humanos. Entonces, al permanecer constante la flecha del tiempo, y aun si la Humanidad enfrentara uno o varios reinicios hasta la Edad de Piedra, el ser humano encontraría la manera de cuestionarse, de negarse a dar por sentado las respuestas establecidas de cada época. Aun si esas respuestas tuvieran la apariencia de: “¡La verdad es esta!” para una época, o si tuvieran el tufo de: “¡No hay verdad!” para otra época.
Al considerar el devenir histórico del pensamiento humano no hay buenas razones por las cuales ser tan arrogantes y afirmar que ya hemos alcanzado la cumbre del pensamiento, que nuestro hoy es la cima y que las personas en los milenios por venir no tendrán nada por agregar —esto sería una interpretación ingenua del pensamiento de la modernidad—. De hecho, así pensaron algunos físicos en los inicios del siglo XX. Pensaron que Newton era inmutable e incorregible. Pero no contaron con la astucia de Einstein. Esta es una constante: los muy seguros no cuentan con la astucia de quienes les suceden. Claro que no es pura astucia, sino que los sucesores suelen contar con más información y estarían ubicados en mejor posición en la flecha del tiempo. Por eso el conocimiento científico es mutable y es corregible. No podemos presumir que la Naturaleza esté obligada, en adelante, a obedecer la Teoría de la Relatividad y el Modelo Estándar de la física de partículas. Un continuo de sorpresas es lo más probable si mantenemos el interés en descubrir más acerca de la Naturaleza.
Por otro lado, el conocimiento especulativo —como lo es el ejercicio teológico o el cristológico— no carece de sus supuestos “paladines” que se atreven a afirmar que determinada posición representa una cima y que más allá no hay nada. Por ejemplo los dogmas acerca del significado de términos como: la palabra de Dios, la trinidad, la divinidad de Jesucristo, la infalibilidad bíblica, la justificación de los aparatos eclesiásticos, la milagrosa inspiración bíblica, etc. Tales afirmaciones las hacen a partir de un dogmatismo exagerado que típicamente refleja lo peor del pensamiento religioso. Dicha posición resulta ser una indistinguible mezcla entre confianza excesiva y disfrazada soberbia. Por el contrario, una posición que reconozca la imposibilidad de alcanzar una certeza articulada tendería a aceptar que el asunto exige más investigación y cuestionamiento, no menos. De otro modo, si esos “paladines” tan sólo exigen una certeza desarticulada —una fe simple e ignorante—, entonces cabe la duda de si el asunto en realidad apunta a una posible mejor posición en forma de una incertidumbre articulada.
Por esa exigencia, por parte de los así mismos llamados “paladines” del teísmo, para que las personas se mantengan en una fe ciega y desinformada es que se puede reconocer a esos farsantes. Por el contrario, los que mantienen su compromiso con el pensamiento, los que abordan con seriedad el esfuerzo teológico y cristológico —a quienes sería justificado llamarles paladines del teísmo— suelen desarrollar una justificación para una posición desde la cual tenga sentido utilizar determinado lenguaje, por ejemplo palabras como “cielo”, “dios”, “demonio”, “milagro”, “alma”, “pecado”, etc. Pero, al considerar el nivel teológico-filosófico necesario para fundamentar la confianza en tal posición, se impone aquí una observación importante: los que estudian estas disciplinas de conocimiento especulativo, al parecer, no han dejado lugar para la “fe simple” que ostenta mi vecino —a decir de cómo se expresa mi vecino al respecto— y no parece que el siguiente domingo se lo vayan a aclarar desde el púlpito.
En 1979 Jean-François Lyotard propuso un término para referirse a lo que pudiera seguir al pensamiento de la modernidad: posmodernismo. Pues, basta una mirada al mundo —y a nuestro pensamiento personal a la fecha— para distinguir enormes lagunas en muchos campos de nuestro entendimiento, de nuestra conducta, y de un bienestar más generalizado para las especies de seres vivos en este diminuto —y quizá único en su clase— planeta.
El posmodernismo tiene algunos rasgos bien definidos pero es una corriente de pensamiento que continua en elaboración. Los historiadores, filósofos de la ciencia, teólogos, etc., en los siglos por venir estarán en mejor posición para demarcar más definitivamente los límites de lo que hoy se ha estado gestando. Mientras tanto, estar presente hoy como ser pensante exige participar en los debates y analizar seriamente los cuestionamientos que reclaman nuestra atención pues podrían tener el potencial para impulsarnos hacia adelante en la flecha del tiempo.
Por supuesto que hay razones para considerar desproporcionadas a las facciones del posmodernismo que afirman que no hay verdad, y que no hay caso en buscarla. Pero hay otras facciones que proponen avanzar en el proyecto inacabado de la Ilustración, ante lo cual me parecería una absoluta ceguera no concederle mucha razón pues hay suficiente evidencia que da soporte a tal propuesta. Pues las creencias y la conducta del grueso de la población mundial parecen pertenecer a lo peor de la Edad Media, ejemplos: ¿Cómo lo sabe?, La infamia del pensamiento débil, SionToday.com, ¿La fe ciega es un estado enajenado?, Milagros físicos, entre muchos otros ejemplos.
Denostar el posmodernismo como algo “diabólico” es simplemente no entender nuestro presente, es permanecer en un dogma exagerado, en una ignorancia voluntaria y arrogante. No todo lo posmoderno puede ser descalificado como negativo automáticamente. Pues, por ejemplo, el movimiento posmoderno ya ha servido para que cada vez más científicos reconozcan su descuido debido a su desinterés por los aspectos sociales de la investigación científica. En particular: la exclusión y la actitud de pisotear el pensamiento de la diversidad cultural en nuestras sociedades.
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