El amor por el fundamentalismo - Parte 3
Además de otras formas de dogmatismo inconsciente, he también sido parte de una forma particular de fundamentalismo religioso, aquel derivado de la perspectiva de unos cuantos religiosos emprendedores conocidos originalmente como el Movimiento de Boston, el cual pretendía restaurar lo que ellos interpretaban como la vida en iglesia del primer siglo del cristianismo. Por las condiciones iniciales del entorno donde nací y crecí, esa resultaba ser una idea muy atractiva para mí pues daba una expresión concreta a la idea de Jesús con la que me identificaba en aquel tiempo: el Jesús revolucionario. La cual tan sólo es una de las muchas otras ideas de Jesús que han existido desde, curiosamente, el primero y posteriores siglos en la historia eclesiástica. Más de esto en mi texto: ¿Predicar a un sólo Jesús?
Dicho movimiento, siguiendo estrictas directrices dogmáticas como después caí en cuenta, proponía ser poseedor de la única idea correcta de Jesús. A mis veinte años de edad abracé con vehemencia todas sus ideas pues ofrecían el cauce para desbordar toda la devoción que alojaba en mi interior y que de forma latente esperaba por lo que me convenciera ser autentica y genuinamente de parte de Dios. Pues desde la adolescencia había retirado dicha devoción que durante mi infancia había vertido en la tradición católica, tradición que abandoné debido a su incongruencia. Mi absoluta ignorancia de qué es la Biblia, y de las acérrimas polémicas durante la historia de su formación, así como de la historia de la religión cristiana y de su larga cola de intransigencias como cualquier otro de los peores sistemas políticos padecidos por la Humanidad a lo largo de su historia, causó que no sólo adoptará sino que defendiera fieramente uno de los peores sistemas religiosos con mentalidad soldadesca de estricto comando y control jerárquico que hubiera podido conocer en ese entonces.
Por mucho que eso me suena negativo en mi actualidad, es precisamente el tipo de grupo que, sin saberlo, era lo que estaba buscando en ese entonces. Las ideas radicales y extremas tan sólo representaban la más gloriosa música para mis oídos. Por ejemplo, antes de conocer ese grupo yo albergaba una gran frustración al no lograr un mínimo de dominio propio con el cual pudiera decir “no” a aquello que en realidad no quería hacer, en particular en el campo de mi actividad sexual. Al parecer estaba obligado por mis instintos e impulsos a perseguir mi satisfacción sin importar nada más. Durante esa etapa adolecente no faltó quien espetara la incompleta —por decir lo menos— explicación para tal situación: “es normal, propio de tu edad, y no hay caso en tratar de cambiar”. Y sin embargo, yo seguía pensando que mi situación simplemente no coincidía con la persona que soy*. Cuán maravilloso fue en ese entonces creer en la idea radical de que la integridad, honestidad, dedicación y respeto entre hombres y mujeres jóvenes podía ser posible, de que un hombre o mujer no fuese considerado como objeto sexual, sujeto de uso y abuso, sino por su valor como la persona individual que es.
*Ahora comprendo lo que cualquiera con un mínimo de formación filosófica secular sabe: que actuar sin las bases de una reflexión ética personal, para hacer coincidir dicho actuar con el ser propio, sino por factores ajenos a la libertad entonces se procede al nivel de un animal incapaz de razonamiento y no como un ser humano adulto mentalmente.
Las ideas extremas, radicales, revolucionarias, empalmaron idealmente con mi manera de pensar y la idea de un Jesús iconoclasta, admirable, heroico, se reforzaba por el exacerbado entusiasmo colectivo que imperaba entre jóvenes enardecidos al verse libres, cada uno, de sus propias cadenas. Tal que, en pleno estilo juvenil, llegamos a hacer entre nosotros pactos eternos de amor y fidelidad: Hasta la última gota de mi sangre era la consigna. No puedo imaginar otra forma con la que hubiese acumulado la gran cantidad de vivencias positivas y negativas, así como los aprendizajes y reflexiones, que tengo ahora sino fuera por la intensidad con la que viví junto con muchas personas en esa época en la Iglesia de Cristo en México (filial de lo que internacionalmente todavía se conoce con las siglas ICOC).
Desde siempre escuché de inconformidades y críticas negativas por parte de personas que tuvieron perjudiciales experiencias con individuos en este grupo, especialmente con personas en posiciones de liderazgo. Me pareció comprender, en cada uno de esos casos, que la causa raíz se trataba de un malentendido o una falta de atención en la comunicación. Por mi parte, yo mismo no tengo ninguna queja personal con nadie del grupo, a quien llegué a considerar como una “familia” propia.
Sin embargo, nuevas cadenas aparecieron en forma de errores recurrentes en juicios de valor donde lo valioso en las personas estaba por debajo del valor de ideas dogmáticamente establecidas. Reconocí que mi propio estilo militar era el perjudicial, yo mismo era el problema y la causa justificada de quejas por parte de personas que fueron maltratadas. El pensamiento crítico no sólo estaba por completo ausente sino que era percibido negativamente en general. Lo peor del pensamiento religioso basado en el miedo y el paternalismo se diseminó por la comunidad que muchos considerábamos era lo más importante en nuestra vida, eclipsando lo que pudo ser positivo por aquello que nos esclavizó de nuevas maneras: nuestro estado desinformado.
Por lo que el problema raíz no sólo trata de la dinámica entre las personas en una comunidad sino que proviene de la perspectiva misma con la que se percibe la idea que prevalezca de Jesús, El Cristo.
Si me hace favor, amable lector, continué con los siguientes textos:
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