Lo humano
¿Hay un conjunto de características que distinguen de forma unívoca a todos los seres humanos, del pasado, del presente, y del futuro, y que dichos rasgos no estén presentes en otras especies? En otras palabras ¿cuál es la esencia del ser humano?
De acuerdo al primatólogo —quien ejerce un estudio científico de los primates— Robert Sapolsky, no somos diferentes con base en lo biológico. Nuestro número de genes no es radicalmente diferente, incluso comparado con un gusano o con una mosca de la fruta. Estamos hechos con los mismos ladrillos básicos. La especie humana no desarrolló un tipo especial de neuronas, diferentes a las de otra especie. Biológicamente no somos diferentes al resto de los mamíferos. Por ejemplo, las hembras mamíferas sincronizan entre sí su periodo de ovulación tan sólo por cohabitar y compartir el aire del mismo espacio circundante. Exactamente lo mismo sucede para las mujeres en la especie humana, conocido como el efecto Wellesley.
No somos tampoco la única especie que asesina a sus semejantes, incluso de una manera organizada, como se ha corroborado al observar las patrullas territoriales de monos babuinos en África. Estos monos colaborar, aprenden, y socializan. Incluso muestran empatía y compasión por otros de su misma especie. Por ejemplo, un joven e impertinente mono babuino provoca a un macho dominante, como resultado el joven mono recibe un golpe. En otra ocasión, un macho dominante irritado pasa y golpea sin razón alguna a otro apacible mono que estaba por ahí. En el primer caso, nadie de la comunidad de monos se acerca al provocador mono impertinente; en el segundo caso, varios monos se acercan y acicalan al apacible mono que fue sujeto de un trato injusto. Lo que sí nos distingue a la especie humana es la empatía que mostramos hacia miembros de especies diferentes. Nada parecido a la Sociedad Protectora de Animales se encuentra fuera de nuestra especie.
Tampoco somos los únicos en tener una teoría de la mente —“teoría” pues nunca nadie ha podido experimentar la mente de alguien más, asumimos por intuición que los demás también tienen una mente ya que no se puede medir ni observar directamente—, es decir, otros mamíferos exhiben un rudimentario entendimiento de que sus semejantes también tienen mente. Por ejemplo, dos chimpancés, uno dominante y otro de rango inferior, en dos jaulas frente a frente, en medio una vitrina de paredes transparentes y opacas que contiene un plátano. En la primera ocasión, la vitrina sólo muestra el plátano al mono de rango inferior. En una segunda ocasión, ambos pueden ver el plátano. Lo siguiente sucede al abrir las jaulas simultáneamente: si el chimpancé dominante logró ver el plátano, el otro chimpancé no se molesta en tomar el plátano; si el dominante no logró ver el plátano el otro chimpancé se apresura a tomar el plátano. Si el chimpancé dominante logró ver el plátano, invariablemente lo toma, sin importarle si el otro logró verlo. Como nosotros, los chimpancés también se comportan con base en una suposición de la información en otro individuo. Lo que sí nos distingue es una teoría secundaria de la mente, es decir, podemos intuir el contenido mental de otro individuo acerca de un tercero.
El principio moral conocido como la Regla de Oro —compórtate con los demás como quieras que se comporten contigo— no es único de los humanos. La reciprocidad y la cooperación se encuentran en otras especies. Ejemplo, los murciélagos tienen un sistema comunitario para amamantar, en el cual si una hembra no amamanta a las crías de las demás, sus crías dejan de ser amamantadas por las demás hembras. Lo que sí es único en el humano es, otra vez, un siguiente nivel de entendimiento, para identificar sistemas de valores por los cuales alguien puede sentirse recompensado o castigado. Robert Sapolsky ilustra este punto con un ejemplo humorístico: “El masoquista le dice al sádico: ¡Golpéame! El sádico contesta: ¡No!”
La química cerebral provocada por el neurotransmisor conocido como dopamina, agente de la gratificación o la recompensa, funciona exactamente igual en nosotros como en otras especies. Por ejemplo, en delfines, perros, focas, etc., dicha química se activa por la anticipación de la recompensa, al hacer un trabajo cualquiera, como saltar por un aro, en espera de la comida o premio subsiguiente. Los niveles de dopamina se incrementan significativamente si se inserta un factor de azar. Tanto animales como humanos enloquecen si la recompensa está en términos de un quizá —tal hecho ha sido claramente aprovechado por los dueños de casinos y apuestas—. Lo que es exclusivo de los humanos es lo extenso del periodo que estamos dispuestos a esperar para recibir la recompensa. La capacidad que tenemos para aguantar es netamente humana. No es de sorprender, entonces, el éxito entre los humanos de los sistemas de recompensa en ciertas ideologías, e.g., teorías teológicas, donde se tiene que seguir esperando la recompensa incluso después de haber muerto.
Algo en lo cual somos únicos y no hay precedente en las demás especies conocidas: vivir en contradicción, es decir, creer simultáneamente dos ideas contradictorias. De forma genérica: “Obtener la fuerza y la voluntad para lograr hacer X a partir de la evidencia irrefutable de que X no puede lograr hacerse”. Es de lo más irracional de lo que somos capaces como especie. Por ejemplo, una monja cristiana encargada de asistir en el pabellón de los presidiarios más deplorables en una cárcel de alta seguridad: asesinos, violadores, secuestradores, etc. Su explicación de cómo puede hacerlo: “Entre más grave el pecado, más estamos obligados a perdonarlo; entre más detestables puedan ser, más deben ser sujetos de ser amados”. Entre más contradictorias sean las dos ideas, más apelan a convertirse en un imperativo moral. Otro ejemplo: mientras más imposible sea que una sola persona pueda hacer una diferencia en este mundo, más imperativo es que lo haga. Entre más imposible sea hacer algo, más importante es lograr hacerlo.
Entonces, ¿cuál es la naturaleza humana?
Una respuesta a esta pregunta se ha propuesto desde diferentes perspectivas. La antropología filosófica necesariamente aborda un análisis imparcial, balanceado, de tales perspectivas. Aristóteles piensa en la naturaleza humana como constituida de hábitos formados y deseos de felicidad, todos los hombres por naturaleza desean saber. Michel Foucault nos habla de la no-permanencia de lo que es generalmente considerado como naturaleza humana. La corriente pesimista de Arthur Schopenhauer propone a la naturaleza humana como conducida hacia el dolor, el sufrimiento, y la muerte. La perspectiva religiosa y legalista del pecado original dice que la naturaleza humana es esencialmente maligna y concupiscente. El confusionismo y el pelagianismo la proponen como algo esencialmente bueno. La filosofía occidental y la agustiniana la conciben como una lucha perenne entre el bien y el mal. El naturalismo y la socio-biología plantean a la naturaleza humana como algo controlado por la selección natural y la biología evolucionista. Ludwig Feuerbach la plantea como el resultado de las influencias ambientales y de la experiencia. El existencialismo, Giovanni Pico de la Mirandola, Søren Kierkegaard, Jean-Paul Sartre, proponen crear nuestra propia naturaleza a través de nuestras libres decisiones. Abraham Maslow dice que la naturaleza humana es el resultado de la lucha para satisfacer una jerarquía de necesidades humanas. El psicoanálisis, Sigmund Freud, como el producto de tendencias innatas en conflicto con los requisitos de la vida social. Carl Jung propone a la naturaleza humana como derivada de la inconsciencia colectiva, un cuerpo compartido de imágenes recurrentes acerca de las experiencias básicas de la vida.
Es difícil afirmar que tal cosa de “lo humano” esté por completo definida o sea inmutable, determinado en su totalidad o por los genes o por el ambiente. La biología no se puede explicar fuera del contexto de su ambiente. La naturaleza humana no está “genéticamente programada” para suceder de forma determinística. Tiendo a coincidir con la idea de que la naturaleza humana es precisamente que no tenemos “una” naturaleza, sino que podemos descubrir nuestro sentido de ser y adaptarnos sobre la marcha. Pero eso le debe corresponder al individuo adulto —adulto en un sentido amplio de la palabra— y no a los esquemas de poder jerárquico. De ahí la importancia de la formación filosófica para los individuos.
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