De "apóstol" a "apóstata"
A pesar de las interpretaciones apresuradas que se puedan hacer a partir de mis textos, es ahora cuando en realidad advierto haber adquirido un genuino interés por Dios y por las enseñanzas de Jesús, El Cristo. Habiendo abandonado ya la arrogante actitud de siempre querer sentirme en lo correcto, puedo ahora emprender la perenne búsqueda de la verdad sin el yugo impuesto por un partido religioso confesional en particular.
Los seminarios y centros académicos más avanzados, donde hoy se preparan muchos ministros de culto, incluyen el método histórico-crítico para estudiar textos antiguos, como la Biblia. Sin embargo, es poco frecuente que dicho material se divulgue desde el púlpito eclesial. Desde ahí suele preferirse el método devocional el cual, en el mejor de los casos, es algo pueril, mientras que en el peor de los casos, se trata de algo perverso pues tiene la intención explícita de enajenar a la audiencia. El mundo religioso comete un error muy grave al suponer, y decidir a nombre de su feligresía, que dicha audiencia no tiene interés o no debe enterarse de los activos debates y conclusiones que se desprenden del estudio histórico-crítico. La carga que les impone la necesidad personal de sentir que están en lo correcto, al parecer, los lleva a incurrir en las mismas conductas que perpetúan el oscurantismo medieval. No son pocos los seguidores concienzudos —los que leen más de dos libros por mes— que al enterarse de la situación, terminen preguntando: ¿Por qué no se me ha mostrado tal estado de cosas que involucra nuestras creencias más importantes?
Para permanecer en pos de lo positivo del cristianismo, ahora lo veo más claro, las formas de religión institucional terminan estorbando, y mucho. Básicamente por esa actitud arrogante, por esa actitud de preferir sentirse en lo correcto, en lugar de aceptar y preferir la naturaleza emergente de la verdad. ¿Por qué el mundo religioso abusa de todo ese enorme número de seguidores acríticos? Esos líderes y autoridades religiosas están tan preocupados de no perder su trabajo o sus condiciones de privilegio, que prefieren mantener el estado de enajenación en todos sus fieles irreflexivos y no concienzudos en lugar de declarar públicamente que se han equivocado, que en realidad han dirigido a su gente hacia el analfabetismo filosófico y, consecuentemente, se ven instados éticamente a dimitir de su cargo por incompetencia. Antes que se les procese penalmente, no por las intenciones —tal vez buenas— sino por las consecuencias de sus acciones. Si en realidad están ahí por la gente —lo cual dudo pues es más probable que estén ahí por su afán grosero de decir a los demás qué tienen que pensar, decir, creer, etcétera— entonces el desmantelamiento de su institución sería lo más adecuado. Lo más adecuado para aquellos seguidores acríticos que, espoleados por dicho desmantelamiento, puedan reconocer que, de hecho, siempre han sido los únicos responsables por sus creencias personales, y que el cobijo institucional ha sido en realidad un estorbo que les ha dado una excusa para no llegar a ser concienzudos de su propia vida y estado espiritual.
Para muchos, dicho desmantelamiento sería algo trágico debido al enorme miedo que tienen de ser realmente libres. Se puede ver que muchos prefieren la seguridad de un esquema social paternalista, aun si se trata de un esquema perverso, que preferir el reconocerse por completo libres y totalmente responsables de su propia libertad. Prefieren la tutela mental que les evite tener que pensar por cuenta propia en lugar de dar cuentas de su propio nivel de analfabetismo y de las consecuencias de su conducta. Prefieren a quien les diga que son “de los buenos” a tener que enfrentar la realidad de que sus “buenas intenciones” también las han tenido quienes han cometido temibles atrocidades, en la Historia, en contra de la humanidad.
¿Por qué el religue con Dios —la religión— debe necesariamente implicar las formas de esclavitud mental —y en algunos casos física— que proponen los supuestos líderes religiosos y no la búsqueda del sentido último de libertad para el individuo?
La libertad interior, la que ultimadamente es más relevante, la que significa contar con la facultad de ser consciente del esquema o programación mental impuesta por la maquinaria sociocultural, la libertad que ofrece el camino para poder actuar fuera de dicho esquema, proviene de una sucesión de despertares a lo largo de años de reflexión y estudio personal. Despertares que, en gran parte, dependen tanto de nuestro nivel de destreza al leer y escribir como del tipo de literatura a la que estemos dispuestos a exponernos.
La contemplación de la historia del pensamiento filosófico, el estudio de la Filosofía, y un esmerado ejercicio filosófico —por supuesto, de manera personal— nos lleva necesariamente a una incesante transformación interna. ¿Acaso no es eso parte del sentido último de ser aprendiz de Jesús, El Cristo? ¿Acaso no es eso el significado de ese cambio de mentalidad que implica el volverse constantemente a Dios?
¿Por qué es tan difícil reconocer que las condiciones históricas con las que llega la Biblia hasta nosotros no justifican una perspectiva fundamentalista y adoctrinante? Tampoco justifican una fe simplista e infantil, por el contrario, tales condiciones nos reclaman poner atención a sus mensajes implícitos, y nos exigen buscar el nivel de destreza intelectual individual para leer, entre líneas, dichos mensajes. En otras palabras, el seguidor crítico —en contraste con el seguidor enajenado— no busca la filosofía “oficial” del cristianismo, pues no hay tal, sino que busca practicar su propio ejercicio filosófico profundo, por sí mismo, para tomar en sus manos la responsabilidad de su propia cosmovisión del panorama de la existencia en la que su persona se encuentra.
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