Niveles de analfabetismo
Podemos los seres humanos cultivar nuestra capacidad del lenguaje y junto con ella desbordar el torrente de desarrollo interior que proviene en consecuencia o podemos permanecer en una vida confinada a tan sólo la experiencia sensible y emoción circunstancial que ofrece el analfabetismo en sus diversas formas. El humano es capaz de desarrollarse internamente a tal grado que puede vivir en constante abundancia espiritual, disfrutando los diversos frutos de la contemplación, perdurando en los goces de la indagación filosófica y científica, deleitando la alegría racional derivada de valorar la amplitud del ser. Una manifestación externa de tal estado interior puede llegar a degustarse por medio de expresiones artísticas como la alta poesía; la cual, como nos explica Ernesto de la Peña, se trata de poesía auténtica y es algo muy distinto a la idea popular de poesía como cursilería romanticoide.
Reflexionemos un momento acerca de las connotaciones actuales del adjetivo: analfabeto, aplicado popularmente al que no sabe leer ni escribir, al ignorante, sin cultura, al profano en alguna disciplina. Este adjetivo está íntimamente vinculado con la destreza lingüística, es decir, la familiaridad con el contenido conceptual compartido por una sociedad en particular. Por ejemplo, si un miembro de la población Rarámuri, asentada en el estado de Chihuahua, México, viajara al centro de la Ciudad de México sin conocer el lenguaje local, sin ser capaz de interpretar correctamente las señales viales y los señalamientos de orientación en general, sería muy poco capaz de desenvolverse independientemente en tal situación, por ser un analfabeto para ese contexto específico. Lo mismo le sucedería a un habitante de la Ciudad de México si viajara al centro de Paris, Francia, sin conocer el idioma francés –no importa cuán alfabetizado sea en la cultura del idioma español—.
Otro tipo de analfabetismo es la incapacidad de abrirse paso a través de las tecnologías de información contemporáneas, sitios Internet, blogs, wikis, email, posts, navegadores, redes sociales, etc., que combinada con la incapacidad, por parte de personas acostumbradas a navegar diariamente por Internet, de comprender y explicar correctamente un texto literario produce el surgimiento del analfabetismo multifuncional.
Un siguiente y trágico nivel de analfabetismo que está diseminado entre muchos de nosotros —quienes somos incapaces de dar justa razón de las obras y sucesos más importantes de la cultura en general, de la ciencia y el conocimiento científico, y de su relevancia en el devenir de la sociedad que somos parte— es el analfabetismo cultural. Un rasgo que comparten los analfabetos de este tipo, como lo comenta Guillermo Carvajal, consiste en “estar convencidos de tener razón sobre aquello que en realidad desconocen. Suelen repetir opiniones y adoptar posturas ideológicas, sociales, religiosas o artísticas que han oído de otras personas, porque son incapaces de formarse su propio juicio”.
Por si fuera poco, y en buena medida como parte de una explicación del porqué del estado actual de la sociedad mundial y del planeta, el nivel de analfabetismo filosófico es apabullante. Un continuo tropezar con el desproporcionado pragmatismo predominante mantiene ese estado de ignorancia, en el cual el espíritu humano queda desarraigado ante la avasalladora fuerza del colectivismo. Los individuos son incapaces de relacionar su vida cotidiana con la reflexión ética, o con las condiciones epistemológicas para mejorar sus creencias, o con las demás provincias del ejercicio filosófico.
El analfabetismo filosófico, que en mi opinión es el más siniestro, deja a las personas enclaustradas en un ámbito de profunda miseria espiritual, donde una grotesca farsa del bien ser, del bienestar y lo supuestamente valioso se mantiene cada vez más inalcanzable por las siempre crecientes imposiciones del consumismo y mercantilismo. Donde el desarrollo interior es usurpado por la falsa espiritualidad que el mundo religioso, con su paternalismo dogmático, promueve para beneficio, no del individuo, sino de algún partido confesional en particular. Donde la forma más perversa del pensamiento religioso oligárquico y elitista históricamente ha pactado contubernios con el poder económico y el poder militar que dejan a la población general en completo servilismo a los pies de los intereses particulares, bajo un modelo moderno de disimulada esclavitud. Para rematar burlonamente tal situación, no faltan los que la enmascaran presentándose como nuestros benefactores, como los que cuentan con una alternativa para nuestro tipo de analfabetismo, y en lugar de asistirnos en nuestra alfabetización filosófica hacen lo contrario al perpetuar nuestras tinieblas intelectuales por medio de una relación paternalista en la que se prohíbe el cuestionamiento de los dogmas acordados en dichos contubernios.
Vemos entonces que el recorrido hacia una alfabetización amplia no es nada trivial y requiere la voluntad del individuo para nunca detenerse en su aprendizaje, en su transformación en los diversos campos del bien ser, del bien saber y del bien hacer. Para lo cual, entre otras cosas, contamos con un lenguaje y con la oportunidad de conocerlo a fondo y desarrollarnos en la escucha, en la lectura y en la escritura.
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