¿Para qué argumentar?
"Nuestras creencias determinan nuestro actuar. Una creencia es un juicio que consideramos cierto —con base en lo que vimos en la parte anterior de esta misma exposición— y cuando expresamos un juicio en forma oral o escrita lo llamamos proposición. Por ejemplo:
Un trabajo remunerado es indispensable para sobrevivir en la actualidad
Esta creencia representa una razón por la cual hacemos uso de nuestra voluntad para realizar labores remunerativas.
Si una creencia es una proposición que estimamos cierta, entonces un concepto antónimo es la negación, es decir, si al creer declaramos que una proposición es cierta, entonces al negar declaramos que una proposición es falsa. ¿Qué pasa si consideramos la negación de las creencias que rigen nuestra conducta? ¿Cómo se ve la vida desde esa perspectiva? ¿Qué obtenemos al considerar y analizar la negación de nuestras creencias? Ambas, creencia y negación, tienen necesariamente su lado opuesto. ¿Qué nos lleva a escoger una posición? ¿Por qué tendemos a pensar que nuestra posición personal es la más digna de adoptarse? ¿Somos más conducidos por la autocomplacencia o por la correspondencia con la realidad?
En cualquier caso, al mantener una creencia que gobierna nuestra vida —es decir, una creencia importante para nosotros— resulta igualmente importante responder, como mínimo, a la pregunta ¿De cuál raciocino es conclusión? Pues ahora sabemos que una creencia, al ser una proposición, puede ser a la vez la conclusión de un raciocinio; el cual será válido o inválido dependiendo de la ilación de sus premisas y de la verdad de las mismas. Al ser capaces de articular los argumentos que son las bases de nuestras creencias, estamos formando la justificación por la cual podemos o bien mantenerlas como directrices de nuestra vida, o bien mejorarlas para que nos generen nuevas condiciones de progreso personal, o bien desecharlas por falta de sustento —lo cual también puede ser una forma de progreso—.
Este último caso no implica forzosa ni automáticamente adoptar la negación correspondiente, pues eso sería igual a saltar demasiado rápido a conclusiones. Suspender un juicio, mientras se investiga a fondo el asunto, hasta que se cuente con las bases para justificarlo, es un rasgo —como hemos visto en sesiones pasadas— del ejercicio filosófico.
Así que ¿por qué usted cree, amable lector, lo que dice creer? ¿Cuáles son las bases que justifican sus creencias más importantes? ¿Son estas bases lo suficientemente sólidas como para mantener dichas creencias después de un examen crítico sostenido? Por supuesto, quien tiene el mayor interés en tomar en serio esta clase de preguntas sería usted mismo, aplicándolas a las creencias que, según usted, son las de mayor relevancia en su vida propia.
¿Para qué articular —ya sea de forma oral o escrita— nuestros razonamientos? Aun antes de considerar que será necesario hacerlo cuando queremos comunicarlos a alguien, en primer lugar sirve como un diálogo con uno mismo. Para una especie de debate interno, para investigar y descubrir la verdad o falsedad de nuestras creencias, para encontrar su justificación, para atinar una explicación de las mismas, para persuadirse o disuadirse uno mismo. Además, sirve para la búsqueda de buenas respuestas y soluciones a preguntas y problemas difíciles. Sin mencionar que entre más entendamos el proceso de expresar un raciocinio, más sólidamente podremos pensar acerca de su substancia."
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