Marco A. Dorantes

Este es uno de mis primeros blogs* (aquí hay una lista de mis blogs sobre temas de mi interés).
Además, mis aportaciones en un seminario de introducción a la Filosofía.
*blog es una contracción de weblog: un diario o bitácora pública como medio de expresión personal.

Thursday, August 19, 2010

¿Corazón duro?

¿Has alguna vez sido objeto de vituperio? De tu experiencia particular tan sólo puedo darme una idea vaga, por lo tanto, lo que escribo a continuación dice más de mi propia experiencia, por supuesto, que de la tuya. Además, quiero enfatizar que la siguiente reflexión la dirijo hacia las ideas y no a las personas. Es decir, discuto las ideas por sí mismas, considerándolas como algo separado de las personas. Las personas ya valen por ser personas, pero las ideas sí deberán someterse a examen crítico para indagar si tratan de algo valioso o algo de poca monta.

Por varios días desde que escuche la frase “tienen el corazón duro” he reflexionando sobre cuáles han sido las circunstancias por las que he escuchado que alguien diga de otro que tiene el corazón duro. En tales ocasiones se parece indicar que la persona está falto de alguna sensibilidad. La persona de corazón duro no sólo muestra una total falta de conciencia sobre el tema en cuestión sino que además carece de interés alguno para lograr tal conciencia. Adopta una posición desdeñosa y arrogante, e incluso desfachatada, ante temas que en realidad no entiende. Promueve o participa en burlas o en vituperios para denostar aquello que le resulta tan diferente, para establecer ante los demás que existe una clara distancia entre su persona y aquellos que piensan diferente a ella o él.

Así me explico la actitud de aquellos a quien he invitado a estudiar más profundamente la Biblia y que, al concebir tal idea como una tontería, terminan haciendo toda clase de burlas. Sin embargo, lo mismo ha ocurrido en ocasiones cuando explico entre miembros de la iglesia que un requisito para lograr un estudio serio de la Biblia es contar, al menos, con el conocimiento propio de una introducción al ejercicio filosófico. La burla y el vituperio no han faltado en ocasiones cuando he mencionado que tomar en serio la historia del cristianismo requiere asistir regularmente a bibliotecas públicas para mantener un ritmo de lectura de, al menos, dos libros por mes. Al parecer tienen completamente establecido que sus creencias deben provenir enteramente de lo que les dice alguien en una posición jerárquica y por tanto ellos mismos no tienen un para qué corroborar haber entendido debidamente las ideas en los mensajes bíblicos. ¿No será entonces que podemos caer nosotros mismos en aquello que criticamos al decir que otros tienen el corazón duro? ¿No es acaso en lo que caen líderes políticos ultra-conservadores al mantener la doble moral: “cuando nosotros agredimos a los demás, se llama defender la verdad; cuando ellos nos agreden, se llama terrorismo”?

No es difícil ver que la cacería de brujas de finales de la Edad Media en Europa y Norteamérica se provocó por estar juzgando apresurada e irreflexivamente a los demás con etiquetas como “tienes el corazón duro”.

¿Piensas que un prejuicio lo comente cualquiera? Cierto. Saltar demasiado rápido a conclusiones, sin contar con una justificación para sostener nuestras creencias nos puede ocurrir más fácilmente si carecemos de la educación para estar a la altura de la circunstancia: el hecho incontrovertible de que somos seres humanos —la educación a la que me refiero no es lo que se obtiene por la escolarización, sino por el hábito de desarrollar la conciencia.

El afirmar saber algo, e.g., “fulano tiene el corazón duro”, “somos escogidos”, y no contar con la justificación correspondiente que dé clara cuenta de las implicaciones de ese supuesto saber nos puede llevar a derivar conductas muy sensatas tan sólo en apariencia. Pues al no considerar los diferentes lados de la historia, al no entender plenamente otras perspectivas, al despreciar posibles razones por las que nuestra afirmación esté equivocada, estamos caminando por un terreno muy resbaloso. Esto nos ocurre desde los inicios de la Historia de la Humanidad, pero ha bastado un mínimo de sentido crítico para distinguir por un lado un conocimiento propiamente dicho y por otro lado una mera opinión. Las meras opiniones suelen causar mucha infamia, dolor y sinrazón pues frecuentemente resultan ser por completo falsas o desatinan lo que realmente acontece en una situación en particular. Hay muchas más razones por las cuales se puede uno convencer que los prejuicios inconscientes y apresurados son errores. De eso y más trata la filosofía moral —también llamada: ética.

Asumiendo que estamos de acuerdo en que estar poniendo etiquetas, e.g., “corazón duro”, “vacío por dentro”, en otras personas es un grave tropiezo moral (ver: Inquisidores modernos) y que tal error lo cometemos sin importar nuestra pertenencia a una determinada iglesia, entonces podríamos pasar a analizar los porqués de tal costumbre y de su frecuente ocurrencia en la vida cotidiana hoy en día. Afortunadamente no somos los primeros que emprenderíamos tal análisis, bien haríamos en admitir nuestra ignorancia y remitirnos a estudiar el legado de aquellos pensadores en la historia de la Filosofía que han aprendido de toda una vida de errores y reflexión.

Tan sólo mencionaré algo que no deja de sorprenderme y que probablemente sea parte de las causas de la prisa que tenemos por sacar conclusiones. Se trata de la necesidad de sentir que sabemos, de darnos una explicación entendible ante la complejidad de la existencia, de sentir que trascender sí está a nuestro alcance de una manera “simple”. En fin, la necesidad de conservar algo de control ante lo desafiante que puede ser la existencia humana. Queremos tener control a toda costa, y debido a que el afirmar saber algo confiere un poder sobre quien lo desconoce, conseguimos tal control asumiendo que sabemos cosas que en realidad no tienen justificación pero que sí nos ayudan a marcar líneas entre “los que sabemos” y “los que no saben”, aun si el supuesto conocimiento tratase de algo por completo trivial —¿no hay acaso una creciente industria basada en el chisme y la murmuración que saca ventaja de saberes insignificantes, e.g, “fulano ya se divorció” o “zutano no metió ningún gol”?

Un error muy recurrente en la Historia proviene de afirmar apresuradamente que existe una barrera real entre “nosotros” y “ellos”. Desde las intransigencias políticas y sociales cotidianas entre judíos y no-judíos, entre blancos y negros, gordos vs flacos, judíos vs musulmanes, el norte vs el sur, ricos vs pobres, católicos vs protestantes, masculino vs femenino, etc., hasta los genocidios como lo ocurrido en la antigua Yugoslavia —donde más de doscientos mil civiles fueron asesinados en Bosnia y Croacia y decenas de miles de mujeres fueron violadas, algunas de ellas más de un centenar de veces, mientras que sus hijos y esposos eran golpeados y torturados en campos de concentración. Y todo porque “ellos” no son “normales”. Ya que “nosotros” estamos bien y “ellos” están mal. Me parece que la supuesta barrera ha resultado tan sólo ser una barrera imaginaria, pero muy costosa para la Humanidad.

Si tan sólo nos acotamos al terreno bíblico, el asunto no resulta diferente al resto del panorama humano aludido en los párrafos anteriores pues la Biblia contiene una diversidad de mensajes los cuales no pueden ser reconciliados en una sola perspectiva coherente. Afirmar que hay un solo mensaje bíblico, y que tal mensaje sirve para distinguir quién es cristiano y quién no lo es, tan sólo esgrime una excusa más a favor de quien elige alentar inútiles barreras imaginarias como la ya mencionada. A los cristianos que insisten en mantener barreras de ese tipo les ha valido la famosa crítica: “el problema con los que se dicen seguidores de Jesús, El Cristo, es precisamente que su conducta demuestra que no siguen a Jesús, El Cristo”.

Si aún estás conmigo hasta este punto en la lectura, te invito a cambiar al mundo, a cambiar al supuesto “mundo real”, a través de esmerarte por tu persona, desarrollando la conciencia, emprendiendo la batalla por tu propia educación, como la educación mencionada en el libro que refiero en la página: Las batallas por la educación.

Qué bien se siente estar equivocado, y darse cuenta de ello

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