¿Opinar?
¿De dónde viene nuestra actitud de opinar sobre un tema del que ni siquiera hemos primero indagado y entendido al menos dos posiciones opuestas?
Asumo que a cada uno, en posiciones opuestas en una discusión, le pasó lo mismo: le enseñaron que así es. Asumo también que después de esa enseñanza parcial nos dijeron algo como: esa es “tu educación”, o eso es lo que quisimos creer. Es casi seguro que quienes estuvieron ahí —padres y maestros— habrán hecho un esfuerzo respetable, por lo que no se les puede asignar toda la culpa por el hecho común de quedarnos con una sola versión de mundo. Me pregunto cuánto influyen la familia, los amigos, la televisión, y en general el acondicionamiento social que impere para cada uno. Pero, con todo, sospecho que un factor determinante para la educación propia es, pues, uno mismo. ¿O será el caso que existe una imposibilidad real para que uno llegue, por uno mismo, a valorar otras versiones del mundo?
Observo que la desproporción pragmática —por la cual llegamos a estar convencidos de conocer un tema cuando en realidad tan sólo lo hemos tocado en la superficie— es una de las causas por las cuales tendemos a permanecer con una sola versión del mundo. “¿Para qué te desgastas? Así es el mundo real, ¡y no lo vas a poder cambiar!” En realidad no tenemos que cambiar al mundo, tan sólo existe el imperativo de empezar el cambio en uno mismo.
Otra posible causa por la que mantenemos meras opiniones —a diferencia de conocimiento confiable— es el miedo a lo diferente. Tal que preferimos arroparnos entre los que opinan igual que nosotros. En las muy superiores palabras de Martha C. Nussbaum en su libro Libertad de conciencia – contra los fanatismos: «Cuando las personas sienten miedo e inseguridad les resulta sencillo demonizar a los que son diferentes, buscando seguridad en la solidaridad»
La pregunta inicial refleja mi interés en aprender a no perder las oportunidades para quedarme callado. Pues ha bastado un poco de introspección para observar cuán frecuente pierdo esas oportunidades, al expresar meras opiniones sobre cuestiones relevantes para mí pero sin haber contemplado con seriedad al menos las perspectivas más fundamentadas. Por ejemplo, recuerdo defender firmemente el dogma cristiano de la vida eterna asumiendo la perspectiva del realismo ingenuo donde el significado de “ser” y “estar” tiene un sentido literal. Mientras que ninguna de las perspectivas más fundamentadas incurre en semejante equivocación. Por lo que para temas relevantes, los que afectan nuestro aquí y nuestro ahora, aspiro a ser más cuidadoso y pensar más de dos veces antes de ser vociferante con una que resulte mera opinión. Pues vociferar meras opiniones ha sido la causa de mucho dolor y sinrazón en el mundo como para contribuir con todavía más. Por otro lado, para no quedar por completo mudo, debo abrazar mi estado permanente de equivocidad y de continuos despertares. Pues, a menos que esté enamorado de mis propias palabras, lo más probable es que la mayoría de mis opiniones actuales carezcan del más mínimo sustento y deban ser mejoradas o reemplazadas por otras. De otro modo, ¿dónde quedaría el aprendizaje?
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