Sobre la lectoescritura
¡Cuánto placer! ¡Cuánta ricura! ¡¿Qué es esto que llega a ser tan placentero?! ¿Por qué un texto se me presenta tan apetitoso? ¿Por qué un conjunto de párrafos lucen como un manjar? ¿Por qué se siente tan rico ejercer la lectoescritura? ¿Será acaso la curiosidad por decodificar el significado detrás del entramado de signos? ¿Será por la maravillosa posibilidad de «escuchar» a otra mente distinta de la mía? ¿Será por la compañía interna que ofrece la mente del autor? ¿Será acaso por el diálogo hermenéutico que ocurre durante el recorrido y la profundización de un tema de interés mutuo? Tal vez, quizá, no es placer sino alivio; algo que atenúa —aun si es tan sólo un poco— el dolor de mi ignorancia: Dolor.
Amén del placer o del alivio, hay algo mucho más profundo acerca de la lectoescritura: la posibilidad del aprendizaje; es decir del cambio desde la interioridad, del cambio como madurez en la «persona»; no como ente físico-biológico ni como ente socio-económico sino como ese ser cognoscente que la ciencia experimental da por sentado y que es ámbito exclusivo de cada sujeto: la conciencia.
Hablo de la madurez no en relación con la edad cronológica ni con el grado de libertad socio-económica sino en relación con la vista de conjunto que una persona pueda desarrollar con base en la amplitud de su conciencia. Una vista panorámica del orbe humano inmerso en el orbe natural ofrece medios para dejar atrás las chiquilladas derivadas de la estrechez de miras. Si cada cual sólo ve su parte y su interés, sea político o financiero, quedan claramente explicadas las guerras y los niveles actuales de sufrimiento humano causado por otros humanos. Si la única interpretación válida de la realidad es la propia —la que los demás “debieran” adoptar por su propio bien—, o es la interpretación basada en el principio de autoridad, entonces quedan explicadas las perennes fechorías y barrabasadas cometidas por quienes suelen estar a la cabeza en la sociedad, a pesar de tener apariencia física de “adultos”.
La destreza en la lectoescritura es clave para la madurez. Pues enfrentarse a un texto —especialmente en la lectura para entendimiento y no sólo la lectura para información—, y abrirse paso a través de sus signos hacia los posibles significados, es similar a la destreza requerida para interpretar la realidad que habitamos.
Reflexión adicional: ¿Para qué leer?
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