Marco A. Dorantes

Este es uno de mis primeros blogs* (aquí hay una lista de mis blogs sobre temas de mi interés).
Además, mis aportaciones en un seminario de introducción a la Filosofía.
*blog es una contracción de weblog: un diario o bitácora pública como medio de expresión personal.

Sunday, December 25, 2011

Navidad y necesidad

La Navidad es parte de nuestra cultura popular —conjunto de las manifestaciones en que se expresa la vida tradicional de un pueblo—, y como tal ejerce una notable influencia sobre nuestra conciencia y conducta. La cultura popular es una corriente, una inercia, muy poderosa en la que estamos inevitablemente inmersos. Somos tanto beneficiarios como víctimas de nuestra propia cultura pues, por ejemplo, la cultura popular incluye tanto a la solidaridad como al machismo.

Por otro lado, el reconocer lo anterior no justifica de ningún modo las desproporciones y excesos provocados por nuestra cultura popular. Alguien diría:

“¿Qué mal hay en el enajenamiento de mis sentidos si eso me hace sentir muy bien —al menos por un rato? ¿Qué mal podría cometer al abandonar el dominio de mí mismo en las manos de mis excesos?”

Y digo que alguien diría, en lugar de preguntaría, pues esas no son realmente preguntas sino expresiones retóricas de auto-justificación que fueron aprendidas durante la niñez al escucharlas de algún “adulto”.

En lo que a mí respecta, claro, cada adulto puede hacer de su vida lo que le venga en gana; para eso ya están “grandecitos”. Pero el punto es que la niñez observa y aprende de lo que hacen esos —yo incluido— supuestos adultos, no de lo que dicen. Eso es precisamente lo que alimenta el poder de las inercias en la cultura: el adoctrinamiento de infantes con lo peor de los “adultos”.

Entre los excesos de la temporada navideña están, por ejemplo, los excesos a la hora de beber y comer, entre muchos otros. Pero esos tan sólo son efectos de un conjunto de excesos de un nivel más general y más dominante: excesos culturales; es decir, excesos institucionalizados socialmente y considerados tan válidos que el individuo que los cuestione enfrentaría, quizá y por decir lo menos, algunas miradas de extrañeza. Es decir, que alguien elija embrutecerse por consumo de alcohol podría no ser algo válido en algunos círculos sociales, pero contamos con excesos culturales que, a riesgo de impopularidad, alguien difícilmente pondría en tela de duda.

El consumismo y el mercantilismo son ejemplos de tales excesos culturales. No falta quien me explique, en tono sabio, que tales excesos tienen sus perspectivas positivas pues permiten alimentar los ciclos económicos basados en libre mercado. Pero tal explicación sería válida bajo el supuesto de que el libre mercado —y el capitalismo— funciona razonablemente bien para la especie humana —y el planeta— en su conjunto. Pero se puede observar que sólo funciona para unos cuantos, de codicia desmedida, que toman ventaja de las condiciones desequilibradas por las cuales el “libre” mercado resulta menos libre para la mayoría.

El comunismo ha caído y es turno para que el capitalismo también lo haga. Necesitamos nuevas síntesis que produzcan teorías económicas para la realidad en adelante. Pero ese es tema de futuras reflexiones.

Un paso hacia el siguiente posible orden económico es debilitar esos excesos cultures ya mencionados —el consumismo y el mercantilismo— por medio de promover discusiones sobre el asunto. Alentar el hábito de discutir y tomar en serio las situaciones que —quien aspire a la adultez— tenemos muy calientes entre las manos.

Discutir en serio un asunto exige todo nuestro ser, no sólo las emociones. Por eso aquí no voy a desplegar drásticas imágenes que contrastan riqueza y bienestar financiero por un lado, y hambruna y escasez por otro. Imágenes que en ocasiones provocan fugaces y baratas emociones que suelen derivar en la más trivial auto-complacencia; por ejemplo: reproducir en Internet cadenas de mensajes con esas imágenes y sentirse bien por “haber contribuido con algo”. Eso me parece otra frugal forma de la más cruenta indiferencia.

La vista es un sentido muy manipulable, al que frecuentemente recurren quienes buscan imponer perspectivas sesgadas so pretexto de la exagerada frase: “una imagen dice más que mil palabras”. No es verdad, una imagen y mil palabras son cosas distintas que pueden comunicar aspectos distintos de un mismo tema. Queda usted advertido, amable lector; pero si aun así tiene usted curiosidad por ejemplos de esas imágenes pues aquí hay algunas: define «necesidad».

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