Marco A. Dorantes

Este es uno de mis primeros blogs* (aquí hay una lista de mis blogs sobre temas de mi interés).
Además, mis aportaciones en un seminario de introducción a la Filosofía.
*blog es una contracción de weblog: un diario o bitácora pública como medio de expresión personal.

Saturday, March 31, 2012

Con medida

The Great Debate: "Has Science Refuted Religion?"

«¿La ciencia ha demostrado que la religión está equivocada?» —esa sería una traducción al español del título de un reciente debate entre, por un lado, los ateos Sean Carroll y Michael Shermer y, por el otro, los teístas Dinesh D'Souza e Ian Hutchinson. La ocasión confronta a Sean Carroll e Ian Hutchinson, ambos científicos de profesión, desde cada lado de la disputa.

¿El análisis de opuestos puede ayudarme a mejorar mis creencias? Quizá, pero de inicio se necesita la disposición para mejorar mis creencias y opiniones; de otro modo, si para lo único que sirve un debate es para tomar partido por uno de los opuestos entonces acaso la mejora de conciencia se quedó olvidada afuera de la ocasión.

Sólo yo puedo mejorar mis creencias y opiniones pues sólo yo puedo contemplar directamente mi contenido mental sobre un tema. No puedo mejorar las creencias y opiniones de nadie aparte de mí mismo; y el intento para manipular el contenido mental de otra persona —el enajenar— tiene poco soporte ético. En la intimidad y privacidad de mi vida interna ocurre la forma mental conocida como «juicio». Así pues, si con la medida en que tratamos de mejorar nuestra apariencia buscásemos mejorar nuestros juicios entonces los humanos como especie progresaríamos ante nuestros apremiantes problemas; como el de la violencia, el hambre, o la codicia desmedida.

¿Por qué pensar exageradamente en términos de extremos o categorías absolutas? Sospecho que la urgencia por actuar sin pensar mucho y las ganas de ajustarse al patrón social prevaleciente del cortoplacismo juegan un papel en la respuesta. Pues parece más simple interpretar todo sólo en términos opuestos: ateo—teísta, rico—pobre, blanco—no-blanco, normal—anormal, culto—inculto, masculino—femenino, nacional—extranjero, ellos—nosotros, etc. Estos opuestos parecieran ser los extremos de una línea recta.

Sin embargo, las palabras son símbolos de comunicación pero no son las cosas de la realidad sobre las que queremos comunicar algo; es decir, la realidad no está obligada a ajustarse a las categorías de nuestro lenguaje. Nosotros, por el contrario, si buscamos orientarnos hacia la realidad entonces debemos tomar el lenguaje como lo que es y no confundirlo con la realidad misma. Por ejemplo, decir algo, como “soy teísta”, es relativamente fácil. Pero lo relevante no es decirlo sino demostrarlo; es decir, lograr la coherencia entre lo que se dice y se hace. Hay quien afirma su teísmo tan sólo por un sentido de autocomplacencia y de sentido de pertenencia a un “nosotros” por encima de “ellos” pero simultáneamente ignora por completo el compromiso social con los demás que las cosmovisiones teístas típicamente demandan. En términos de hechos —y no sólo de palabras— la distinción entre el teísmo y ateísmo se hace, irónicamente, difusa —aquí «ironía» en su acepción de figura retórica.

Otra ironía de pensar sólo con base en opuestos es lo que termina por ser una forma de gatopardismo: cambiar de opinión para terminar opinando lo mismo. Es decir, por ejemplo, si un ateo, quien afirma saber la no existencia de los seres del mundo sobrenatural, se convirtiera en religioso y afirmara rotundamente estar seguro de la existencia de lo sobrenatural, entonces el lenguaje en la superficie de su conciencia cambiaría pero su esquema mental en el fondo permanecería siendo el mismo: el dogmatismo exagerado. Por eso ya antes he reflexionado que teísmo y ateísmo son dos lados de la misma moneda dogmática. Por lo que si alguien cambia entre este tipo de opuestos —cuya base sólo es el lenguaje— en realidad sólo está cambiando en lo superficial. Así vemos que tomar distancia real de un opuesto no significa ir al otro extremo pues ambos extremos son equivalentes. Ahora esos supuestamente opuestos parecieran ser el mismo punto.

Por otro lado, ¿cuál es el punto más alejando entre dos opuestos? Para responder y si nos orientamos por lo ya dicho entonces deberemos buscar algo que provenga de un esquema mental diferente a la oposición. ¿Qué tal la mediación? ¿Qué tal un punto donde se aprecie mejor lo que pueda tener de razón cada opuesto?

La síntesis de opuestos por medio de un proceso dialéctico, donde lo mejor de la tesis se une con lo mejor de su antítesis, podría ser una ruta hacia la mejora de mis creencias y opiniones. Lo cual se traduce en la idea de «punto medio» en el razonamiento ético clásico; en el cual la medida, la cordura, la prudencia, la moderación, son símbolos lingüísticos de una aproximación posiblemente más cercana a la realidad.

Thursday, March 29, 2012

Juicio autónomo

Muchos decimos tener libre albedrío —del latín librium arbitrium, juicio autónomo— pero pocos estamos dispuestos a hacer el esfuerzo por desarrollarlo. Como que los humanos tenemos algunos grados de libertad pero sólo en potencia; es decir, potencialmente. En potencia, como humano, yo podría ganar una carrera de 100 metros planos contra el jamaiquino Usain Bolt, pero sin la preparación necesaria, en los hechos actuales, no podría. Así pienso de la libertad. En potencia podría liberarme de mis propios esquemas de pensamiento actuales, pero en los hechos, ¿podría?

La libertad me parece importante y precisamente por eso requiero mucha cautela al hacer una valoración de mi estado real de libertad. Pues mi enorme propensión al error me sirve como evidencia para dudar de la supuesta libertad que creo tener. Siendo una persona común y corriente ¿cuánto de mí realmente está detrás de mis opiniones y cuánto de la cultura local prevaleciente?

Parece haber una tensión inseparable entre libertad y —por ejemplo— seguridad o conveniencia. ¿No acaso algún esclavo vería con desagrado la abolición de la esclavitud pues implica que ahora tiene que vérselas con la vida por cuenta propia? ¿No es más fácil “no hacer ruido” y someterse a lo establecido, aunque lo establecido haya caducado, en lugar de cuestionar y replicar en pos de mejorar?

Como con otras ideas, digamos la objetividad o la justicia, la libertad es un ideal al que uno puede intentar aproximarse por medio de reconocer cuánto hay del opuesto en uno. Así, el decirme “libre” no me acerca a la libertad pero, por el contrario, al reconocer y analizar mis cadenas identificaría un resquicio, por mínimo que sea, y ya sea éste de conciencia, o intelectual, u ocupacional, económico, político, etc., en el cual logre ser yo y no sólo lo que los condicionamientos culturales de todo tipo dictan que debo ser.

Indagar sobre la diversidad de proposiciones científicas sobre el substrato neurofisiológico de nuestras decisiones —lo que algunos biólogos llaman Doppelgänger— es parte de conocerme a mí mismo, desde la base biológica, para encontrar más formas de cadenas y encontrar los resquicios asequibles de libertad. En favor del avance del conocimiento científico es relevante conocer tanto los argumentos a favor de una proposición científica así como sus argumentos en contra, así como sus condiciones de falsación. En el campo de las neurociencias tenemos la proposición de la no existencia del “libre albedrío”. ¿Cuáles son los contra-argumentos de esa proposición?

El tema es importante y muy amplio. Reflexionar sobre el tema y los debates históricos relacionados es muy revelador pues la libertad resulta ser algo sujeto de desarrollo personal; es decir, el desarrollo de la libertad tiene relación con el desarrollo de la autoconciencia. Experimentos como el de Stanley Milgram, o el de su alumno Philip Zimbardo —escenificado en la reciente película El Experimento, con Adrian Brody y Forest Whitaker— nos hacen pensar sobre la supuesta libertad o el supuesto condicionamiento en nuestras decisiones y conducta.

¿Quién o qué está tomando las decisiones o iniciando lo que aparece como la actividad que determina una decisión? Según algunos biólogos la respuesta es lo que llaman Doppelgänger, lo cual es nuestro componente inconsciente que evolucionó mucho antes que la conciencia. De hecho la conciencia, según esa perspectiva, es algo relativamente reciente. De manera consciente no decidimos que nuestro hipotálamo secrete el neurotransmisor requerido para que nuestro páncreas produzca insulina y metabolice la glucosa. Eso lo viene haciendo nuestro substrato biológico de manera inconsciente mucho antes que apareciera la conciencia. Así, la “libre” conducta que no proviene del pensamiento de orden superior es dominada por el llamado Doppelgänger, el cual tiene la cortesía —a veces— de hacer notar a la conciencia lo que recién ha decidido. De ahí que la idea de libertad, a la que solemos darle importancia, sólo se presenta como resultado de desarrollar el pensamiento de orden superior y no como algo inherente al mono desnudo que es el humano.

Sunday, March 25, 2012

Buen maestro

En el sitio Educación a debate se encuentra una página que tiene por título la pregunta: «¿Qué es ser un buen maestro?». El contenido de la página, en general, aborda algunos aspectos del gremio de maestros pero aquí reflexiono sobre la pregunta en su título.

¿Qué es ser un buen maestro? Es una excelente pregunta. No es muy distinta de esta otra: ¿qué es ser un buen padre o madre? Por supuesto, la clave está en hacerse la pregunta, en intentar conseguir cada vez más piezas de las posibles respuestas, y en no conformarse con respuestas simplistas.

Para mí, uno de los mejores rasgos en un buen maestro, padre, madre o adulto en general con respecto a los niños a su alrededor es: que el adulto deje pensar a los niños, y que no ofrezca sólo sus meras opiniones. Más sobre esto en la siguiente página: ¿Educar?

Un tipo de educación que sea holística es, quizá, lo que la niñez necesita hoy más que nunca. Así un niño tomaría cada vez más conciencia de la totalidad de su propio ser y de la totalidad natural de la cual es parte, de la biósfera, del planeta, del sistema solar, de la galaxia, etc.

Un buen maestro no enseña, sino que facilita el aprendizaje; el alumno, por otro lado, es quien estaría interesado en su propio aprendizaje —es decir en la mejora de su autoconciencia, y la mejora correspondiente de su conducta— y es quien se enseña a sí mismo. Por eso, ya sea con escolarización o sin ella, pública o privada, lo valioso es que el individuo se desprenda del esquema establecido en grados rígidos y considere un esquema continuado donde se mantenga en el aprendizaje perpetuo, participando en algún tipo de comunidad de indagación; por ejemplo este proyecto autodidacto: Universidad popular.

Verdad y conciencia crítica

¿Quién posee la verdad? ¿Quién entiende la realidad objetiva? A decir del número y de la variedad de intentos en la Historia por responder a tales preguntas se podría hallar el porqué de las diversas corrientes posmodernas de pensamiento de hoy; desde las más flexibles y conciliatorias hasta las más recalcitrantes. La enorme amplitud en preguntas de ese tipo obliga a pensar con calma, sin prisa por saltar a conclusiones, sobre los referentes de tales palabras y el alcance del discurso; de otro modo, la confusión reinaría suprema pues cada cual suele interpretar desde su particular perspectiva. Una reflexión profunda podría iniciar con un intento de aclarar qué es verdad, qué es realidad objetiva y cuál es su posible relación. Luego, quizá, ensayar la idea de que los referentes pudiesen existir con independencia de un quién.

Esta semana mi amigo Gustavo Sassano mencionó un tema de mi interés —en otra época Gustavo y yo fuimos parte del grupo cristiano evangélico conocido como Iglesia Internacional de Cristo—. Él decía que recién había leído una nota sobre la libertad que nos produce la conciencia crítica. También lo relacionó con la idea de que la verdad nos hace libres. Además contrastó la idea de verdad y mentira en cuanto a su difusión: mientras que el tema de la verdad y de la conciencia crítica apenas se escuchan, por otro lado, la mentira se vocifera con las más modernas tecnologías. Por lo que cabe la pregunta de si es mejor y más fácil seguir siendo esclavo que preferir la libertad que ofrecen la verdad y la conciencia crítica.

Para añadir a la conversación otro tema de mi interés, el cristianismo, alguien comentó que Gustavo debía recordar que él había disfrutado ya de esa libertad en el pasado. Desconozco el significado real de tal comentario. Yo lo interpreté como una referencia a un aspecto de la mística del cristianismo, en la cual quien es bautizado debido a su arrepentimiento y para el perdón de sus pecados entonces recibe el beneficio de la expiación que procuró la muerte de Jesucristo en la cruz. Tal beneficio incluye la gracia divina por la cual el Dios Padre judeocristiano reviste al así bautizado de la apariencia de Jesucristo; es decir, el juicio por el pecado no aplica para el así bautizado pues cuando el Dios Padre judeocristiano observa a dicha persona a quien observa es a Jesucristo —quien ya pagó la deuda por el pecado de ese bautizado. Saber la verdad de ese amparo divino ante la culpa por el pecado es, en parte, la base para la libertad cristiana. Sin embargo, una reflexión profunda acerca de la relación entre verdad y libertad necesariamente deberá ser mucho más amplia y abarcar más perspectivas además de las perspectivas místico-religiosas del cristianismo.

Los temas de la verdad y de la conciencia crítica son muy buenos, inagotables y muy dignos de tomarse en serio. Por eso me gusta aprender de la diversidad de perspectivas al respecto. Me gustaría dialogar más seguido con personas que tengan interés en tomarse en serio la idea de la verdad. Es decir, con personas que tengan disposición por cuestionar las bases de sus creencias sobre la verdad, pues el tema me parece tan vasto que sospecho muchos han conseguido un trozo de verdad, por aquí, por allá, y a través del diálogo, la discusión y el debate se pueden juntar muy buenas piezas de la verdad. Para mí la conciencia crítica es la búsqueda de la verdad.

Por otro lado, no deja de sorprenderme quien afirme que tiene toda la verdad o que tiene la verdad más importante de todas y que, por tanto, la verdad del otro es irrelevante. Yo mismo, en el pasado, tuve la osadía de afirmar semejante cosa. Pero las bases que creía tan firmes para afirmar eso se han derrumbado pues tales bases tan sólo resultaron ser mis propias ganas de creerlo —a esas ganas algunos le llaman “fe”—. Sin embargo, la verdad es algo mucho más grande que mis deseos ególatras de tener la razón.

«El peor enemigo de la verdad no es la mentira, sino las convicciones» —Marcelino Cereijido en Ciencia sin seso, locura doble.

El temor, no el amor ni la verdad, es lo que estaba principalmente detrás de esa supuesta “fe”. Reconozco que darle mucha importancia al temor fue un error mío, pero también es honesto apuntar que el temor es lo que se predica mucho muy constantemente en esas sectas del cristianismo que quieren evitar perder su membresía y quieren mantenerla anestesiada. Temor al pecado, temor al infierno, temor a sus demonios, temor a su dioses, temor a otras religiones, temor a perder su ínfimo trocito de verdad, temor a todo lo que sea distinto de su versión del mundo, temor al homosexual, temor a lo desconocido, etc. Si considero esas desproporciones entonces empiezan a acumularse las bases para considerar al cristianismo vulgarmente interpretado, tan común, como una religión basada en el temor, y no en el amor del que tanto hablan pero que no ejercen esos así mismos llamados “discípulos de Cristo” que tan sólo quieren sentirse dueños de la verdad.

Después de reconocer la frecuencia con la que me encuentro equivocado —una evidencia irrefutable— entonces me parece justo buscar darme cuenta de la equivocación en la que me encuentro ahora pero que aún no veo. Por eso la habilidad de la lectura crítica es muy importante para mí. Pues es en otros, quienes piensan en serio acerca de la verdad, donde está la posibilidad de darme cuenta en qué consiste mi equivocación de hoy.

¿Será más fácil permanecer como esclavo del sistema imperante? Sí, es más fácil y “práctico” permanecer bajo un esquema determinado por otros, pues ya no tengo que pensar por mí mismo —tener conciencia crítica de sí mismo, buscar la verdad, buscar la libertad, eso es trabajo duro.

La libertad total, así como la verdad total, es algo muy duro y difícil, pocos tenemos la fibra moral para afrontarlas; es más fácil ser esclavo, es más fácil creer mentiras. Buscar la verdad y la libertad no tiene ningún efecto en la cuenta bancaria. Luego de reconocer lo anterior, habré de buscar en el ser propio como brújula para orientarme y saber cuál rumbo me corresponde.

La búsqueda continua de la verdad resulta para mí algo valioso; por otro lado, la presunción de haberla conseguido, de manera incorregible e inmutable, representa graves problemas. Pues la idea de «la» verdad puede provocar una gran presión sobre el individuo, una presión tan grande, que incluso puede dejar de lado otras ideas de igual, o mayor, importancia —como el amor o la libertad— con tal de sentirse en posesión de «la» verdad. Esa presión fue una de las razones por las que yo abandoné el cristianismo en general: ¿Por qué debo abandonar el cristianismo?

Más razones se han agregado en apoyo a mi decisión, la censura fue otra de ellas: SionToday.com.

El pensamiento grupal y el celo sectario ciertamente obstruyen la capacidad de interpretar la realidad de una manera amplia. Esa realidad incluye el hecho de ser una sola especie humana entre muchas otras especies de seres vivos integrados en un solo planeta. Una educación digna hoy necesita significar el punto final a las divisiones y a los odios debidos al nacionalismo, al racismo, xenofobia, machismo, misoginia, homofobia, clasismo, y tantos otros espejismos que provienen del lamentable estado de ser analfabeto en relación a la ciencia y a la filosofía. Pero tal educación no puede iniciar a través de tropezar con el mismo error sectario de dividirse en “ellos” y “nosotros” sino por empezar a reconocer que, quizá, yo soy parte del problema: He sido parte de una secta destructiva.

Sin embargo, cada vez que releo algunos de mis textos, como ese par de textos recién referidos en esta página (“He sido parte de una secta destructiva” y “¿Por qué debo abandonar el cristianismo?”), noto que cada vez se abre más la brecha entre mi pensamiento a la fecha y aquel que escribió esos textos. Advierto en aquel todavía mucho absolutismo, muchos enunciados sentenciosos y categóricos, mucha prisa por saltar a conclusiones. Creo que, en parte, este ejercicio de escribir va cumpliendo su propósito: intentar criticarme a mí mismo. Es decir, tener conciencia crítica de mí mismo.

Intento entender más claramente los efectos en mi persona que ha tenido la imposición desmedida de dogmatismos desde mi infancia. Sólo espero que tal intento no esté destinado al fracaso debido a que, precisamente, esos dogmatismos me hayan dejado incapacitado para pensar fuera del dogmatismo.

Monday, March 19, 2012

¿Educar?

¿Qué es educar? ¿Será cierto que la educación comienza en el hogar? ¿O es más acertado decir que el primer adoctrinamiento es el de los padres y familiares?

Tengo la oportunidad de no estar de acuerdo con lo que se dice en el cartel arriba. Trataré de explicarme. Los padres sólo podrán ofrecer a sus hijos lo que los padres consideran valioso. Eso valioso o lo recibieron a su vez de sus padres y abuelos o lo consiguieron durante su vida. Me queda claro que no pueden ofrecer otra cosa más que lo que tienen; y asumen que si es valioso para ellos entonces también será valioso para sus hijos. Es lo mismo que hace el padre de cualquier clase social y que inculca sus opiniones a sus hijos. Por ejemplo, es lo mismo si lo mandan al catecismo católico o a la escuela dominical protestante o no lo mandan a ninguna religión, igual se llama adoctrinamiento y condicionamiento sociocultural.

Si difícilmente podemos saber qué va a suceder en el mundo durante el siguiente año, mucho menos conocemos lo que podrá ser valioso para el niño cuando crezca y tenga que desempeñarse en su mundo dentro de 25 años en adelante. Por eso lo que a los padres les parezca valioso ahora resulta irrelevante, y nocivo, para el niño pues crece con una sola versión del mundo y carece de herramientas para mejorar o cambiar sus opiniones continuamente. Esto ha venido sucediendo por mucho tiempo y, en parte, es por lo que el pensamiento sectario y el pensamiento unidimensional están tan diseminados entre los “adultos” de hoy.

Por favor padres, ¡no escolaricen o adoctrinen a sus hijos en sus meras opiniones! ¿Qué culpa tienen sus inermes niños de que ustedes no hayan tenido la capacidad de mejorar y cambiar esas meras opiniones?

Coincido con la relevancia de lo que sucede o no sucede enfrente de los chicos en casa; nuestra conducta como adultos —que no nuestras palabras— es parte de nuestro legado. No pongo en duda nuestras buenas intenciones como padres cuando inculcamos nuestras opiniones a nuestros hijos cuando creemos firmemente que tales opiniones son de lo mejor. Pues la mayoría vivimos en nuestra cultura y carecemos de una vista panorámica de la realidad intercultural y supracultural. Un ejemplo que ilustra esta situación es aquel del joven, en el Imperio Romano del primer siglo, que pregunta a su padre si podrá acompañarlo al circo para ver el espectáculo de leones hambrientos devorando niños cristianos vestidos con piel de oveja, ante lo cual el padre contesta: “sólo si te comportas bien en la casa y en el vecindario”. Otro ejemplo es el de aquel padre nacionalsocialista alemán que tenía completa seguridad en transmitir a sus hijos aquella triunfante visión alemana en la cual serían los salvadores del mundo ante la decadencia moral de su tiempo. La mayoría de nosotros aún reflejamos nuestra contingente cultura y somos víctimas de ella. Al parecer los individuos ignoramos, o elegimos ignorar, que no estamos obligados a interpretar la realidad de la misma manera inercial provocada por nuestra pequeña y estrecha cultura.

Mi punto es que quien debe formarse una opinión sobre robar o mentir es el propio chico y el padre se equivoca al sólo inculcarle sus opiniones ya hechas —y con frecuencia acompañadas de un tono absolutista—. Es decir, lo importante de la educación no está en «qué» creer sino en «cómo» se cree, en cómo se forma una opinión justificada. Pero formarse una opinión justificada es realmente trabajo duro y sospecho que eso es una causa por la cual tal posición no es popular. La excusa más frecuente que escucho es que no es “práctico”; quizá, pero tampoco es cortoplacista.

Mi punto, además, es que la educación relevante es aquella que se mantiene alrededor de los básicos del ejercicio ético. Por ejemplo la distinción entre ética y moral. Si el chico ni siquiera logra hacer cotidianamente esa distinción entonces es muy probable que sus opiniones no sean realmente suyas sino impuestas por su contexto sociocultural. Dada esa evidencia, ¿no podríamos, entonces, diagnosticar el caso como un condicionamiento o un adoctrinamiento —sin importar que provenga de inmaculadas intenciones?

En 25 años, así como hace 25 años, los problemas éticos seguirán siendo muy dinámicos y complejos. ¿Acaso algún padre hace 25 años se preocupó por las implicaciones de una conexión abierta en Internet? ¿Acaso nuestra moralina de hoy le servirá al chico en el mundo radicalmente distinto al que se enfrentará en 25 años? Los chicos necesitan ensayarse desde muy temprano en el ejercicio ético personal, valiéndose de sus propias facultades, sin que intervengan los padres, ni los adultos en general, con su trasnochada moralina.

Debo agregar que hace pocos años reconocí, ya con más de 40 años de edad, que en realidad no he contado con una educación en el sentido amplio de la palabra; y los niveles estándar de escolarización, incluyendo niveles de licenciatura, no me parece que cuenten como una educación en el sentido amplio pues esos niveles no suelen sacar a los individuos del analfabetismo científico y filosófico. Por tanto, mi madurez interior es apenas como la de un jovencito. Ha sido duro reconocerlo pero muy liberador, pues ahora puedo intentar dejar en el pasado los no pocos adoctrinamientos que he experimentado. Así que no soy en realidad tan distinto de algunos jóvenes desenfrenados e impresentables de ahora. He visto algunos y muchas de mis opiniones no tienen mayores bases que las de ellos —más allá de mi moralina por la que pretendo tener razón. Así que, sin importar que el camino sea muy largo, estoy buscando educarme por primera vez. Eso, quizá, es lo que necesitan hacer no pocos padres en compañía de sus hijos.

Sunday, March 18, 2012

Apoptosis

¿Qué es la apoptosis? En biología, la apoptosis es el indispensable proceso por el cual la célula concluye, por sí misma, su vida en el caso de ya no poder sostener dicha vida de una manera integrada y en sincronía con el resto del organismo. La apoptosis es suicidio celular y es un proceso completamente natural, necesario y sano. Al fallar el proceso de apoptosis inicia otro proceso pero este de naturaleza patológica pues es el inicio de una neoplasia o tumor posiblemente canceroso.

La apoptosis ocurre muchísimas veces al día como parte natural de nuestros procesos celulares. Una célula es inducida a morir por apoptosis al dejar de recibir señales de supervivencia y recibe, en cambio, señales de muerte. Una célula para vivir necesita estar conectada con las demás células pues entre ellas se trasmiten, de manera continua, las señales estimuladoras de supervivencia. Las señales de muerte pueden iniciar por muchas causas, las cuales suelen clasificarse como extrínsecas e intrínsecas. Las causas extrínsecas provienen del ambiente alrededor de la célula, por ejemplo la luz ultravioleta o los fármacos quimioterapéuticos. Las causas intrínsecas son, por ejemplo, el desequilibrio químico en el interior de la célula, cuando, digamos, su interior contiene elevados niveles de oxidantes; o también cuando hay daño en el código genético y la gravedad de tal daño es tal que la célula no puede auto-repararse. Por ambos tipos de causas la célula inicia el proceso apoptótico a través de un grupo de moléculas conocidas como caspasas. Dichas moléculas son responsables de provocar los cambios químicos en la célula que la llevan a fragmentarse en cuerpos apoptóticos, los cuales son finalmente reabsorbidos por el proceso de fagocitosis.

La investigación oncológica busca contrarrestar la neoplasia por medio de controlar el proceso de apoptosis mandando las señales de muerte a las células tumorales. Por supuesto, esas señales también las reciben las células sanas por lo que la ciencia médica continua investigando cómo regular la expresión del mensajero químico hacia las moléculas conocidas como caspasas.

Saturday, March 17, 2012

¿“tan sólo”?


La célula es la unidad fundamental de los organismos vivos, es decir que es la unidad básica de lo que soy orgánicamente. Sin embargo, a decir del colosal número de mis células que mueren y son remplazadas cada día (ver Apoptosis), me pregunto qué es lo que podría decir que soy físicamente de manera permanente. Pues en cada ciclo de unos pocos años la totalidad de mis células son otras, excepto las células nerviosas. ¿Soy, entonces, un conjunto de neuronas?

La física, en el estudio científico de los constituyentes de la materia, ocupa el punto de partida en el edificio de la ciencia natural que junto con la química y la biología sustentan a la psicología, a la sociología y a las ramas del estudio antropológico. La estructura del conocimiento científico, pues, es una de niveles jerárquicos de abstracción y de progresivos grados de complejidad; cada nivel tiene sus propios objetos de estudio cuya esencia no suele corresponder, de manera reduccionista, a los objetos del siguiente nivel más fundamental. Es decir, por ejemplo, que la psicología no es reductible a la biología, ni esta a la química. El concepto de propiedad emergente de un todo, como sistema complejo, es el resultado de la interacción de sus partes; propiedad que no se presenta en cada parte individual. Por lo tanto, no soy sólo un conjunto de neuronas. La prueba es “palpable” en este mismo instante pues a partir de un conjunto físico llamado cerebro emerge una “mente” que interpreta ahora mismo los símbolos en esta página.

Además, entender cada nivel de realidad física es un espectáculo maravilloso, el más grande que se conozca que esté sustentado en conocimiento confiable. Por eso, a quien exclama en tono quejoso: “¡No puede ser que tan sólo seamos materia y energía!” le suelo preguntar: ¿a qué te refieres con “tan sólo”? Pues los sentimientos religiosos, místicos y espirituales más profundos no podrán agotar la grandeza de la naturaleza y la totalidad de lo que somos en conjunto con el Universo. Y no por eso se cancela la necesidad del discurso ontológico; al contrario, es en el contexto de la reflexión sobre esa totalidad que es válido y es necesario tal discurrir del ser.

Al decir lo anterior estoy consciente de la puerta que se abre para los excesos en las interpretaciones vulgares por las que la religión institucional pretende justificar sus afirmaciones de metafísica trasnochada. Excesos por los cuales muchos científicos neopositivistas, y otros quienes refutan la interpretación de Copenhague para la física cuántica, se apresuran y prefieren arriesgarse a errar con tal de cerrar por completo dicha puerta. Pero, ¿acaso el dogmatismo exagerado es parte del ejercicio científico? No; por eso y para valorar precisamente el pensamiento científico es que, al menos yo, no tengo justificación para cerrar del todo esa puerta. Prefiero el camino de la divulgación científica como medio para adquirir conciencia y humildad ante la imponente realidad natural que caer en una actitud dogmática y propagandística que resulte en otro tipo de adoctrinamiento. Actitud que ha tomado, precisamente, la religión como institución.

¿Qué es la cientificidad?

¿No es una fortuna que el pensamiento científico esté a nuestro alcance sin que sea necesario ser un especialista? ¿No es acaso relevante poder filosofar científicamente sobre los resultados de las investigaciones que la gente común y corriente, como yo, puede hacer hoy sobre los temas de su interés? ¿No es muy gratificante apagar, cada vez que se quiera, el ruido del mercantilismo y del consumismo para dedicarse a la indagación de conocimiento confiable acerca de lo que nos interesa?

Si se hacen a un lado los dogmas de la modernidad, como la idea de «un» método científico, entonces el individuo tiene a su disposición, para formar sus opiniones, las estrategias generales de las ciencias. Mientras que hay estrategias y tácticas que sólo los especialistas pueden ejercer en sus campos específicos, como en la investigación sobre biología molecular o sobre la física de partículas subatómicas, también hay estrategias que no requieren más que las ganas de mejorar o cambiar nuestras opiniones sobre lo que creemos saber.

Aquí enlisto lo que entendí de Umberto Eco sobre la pregunta ¿qué es la cientificidad? Misma que puede aplicarse igual si fuese un tema de la realidad natural o un tema político-social:

  • Investigar sobre un objeto, físico o conceptual, reconocible y definido de tal modo que también sea reconocible por los demás.

  • Investigar tal objeto para indicar algo aún no indicado o para revisar lo anteriormente indicado pero desde perspectivas distintas.

  • Investigar para aportar algo de valor a los demás.

  • Investigar de tal modo que otros puedan, por sí mismos, verificar y refutar lo indicado. Ese modo consiste en (1) presentar evidencia, (2) aclarar cómo se obtuvo tal evidencia, (3) precisar cómo se puede repetir el hallazgo de la evidencia y (4) decir aproximadamente qué tipo de hallazgo o condición serviría para comprobar —de ser hallada— que la conclusión lograda se tornaría falsa.

Friday, March 16, 2012

Respeto

Mi amigo Guxt recién preguntó:

¿Te pasa que alguien te dice, con mucha altura, "Ellos piensan diferente, los tienes que respetar"?

Lo cual me recordó algunas reflexiones sobre tan relevante tema: el respeto. Pero quizá la afirmación aludida la hace quien entiende por «respetar» lo que yo entiendo por «tolerar». Quizá, después de dialogar, acordaríamos que la palabra que realmente quiere usar es «tolerar». Pues el respeto está más cerca de otras ideas más importantes, como por ejemplo, el amor; ideas que ante la obligación desaparecen. Yo respeto a mi abuela María Guadalupe; respeto la honestidad intelectual; respeto el servicio desinteresado; respeto a quien es capaz de aprender de alguien diferente de sí mismo. Pero no tengo que respetar una mera opinión; quizá la tolere, pues el respeto sólo vendría después de encontrar una muy buena justificación.

Además, cuando escucho esa exigencia de “respeto” sospecho que quien la exige cae en el vulgar descuido de confundir personas y opiniones. Las personas merecen respeto por ser personas pero las opiniones no requieren respeto, no lo necesitan, lo que demandan es justificación. Lo que las opiniones requieren es que se piensen a fondo y que se les aplique examen crítico. Quizá, por otro lado, la exigencia en realidad consiste en que yo reconozca sus apegos. Alguien que exige respeto para un tercero tal vez conserva un apego con ese tercero, quien le significa mucho, pero tal apego entonces lo tiene que respetar ese alguien, no yo; pues no tengo ese apego particular. Al aceptar la identidad entre personas y opiniones se pierde la oportunidad de mejorar o cambiar las opiniones. ¡Cuánto daño se hace, ultimadamente, a las personas cuando sus opiniones no son criticadas!

Así, por ejemplo, amo y admiro profundamente a mi abuela María Guadalupe —de quien sigo sintiendo mucho su muerte—; al mismo tiempo, y precisamente por ese amor y admiración, he tomado en serio sus opiniones, las he tratado de entender a fondo, las he sometido al más severo examen crítico, precisamente porque fueron importantes para ella y lo son para mí. De esa manera puedo ahora saber que mis opiniones no son tan diferentes, en lo profundo, que las de mi abuela; aunque a simple vista alguien pudiese percibir que somos polos opuestos —en particular en el terreno religioso. He así que puedo decir de manera justificada que respeto a mi querida abuela María Guadalupe, pero no por nuestras coincidencias sino por su propio ser.

Por otro lado, no ha faltado, además, quien me ha exigido algo similar a lo citado por mi amigo Guxt, diciendo en tono grandilocuente: “Hay que tener respeto por la autoridad”. Cuando en los hechos lo que me exige es obediencia ciega, y no respeto. ¡Pero estos perros guardianes de la obsecuencia le hacen mucho daño a lo que pretenden defender! (Ver: Autoridad).

Así mismo, quien defiende el vasallaje ante las opiniones termina difamando las ideas que pretende presumir; por ejemplo, la idea de Dios: si alguien por defender la idea de un ser supremo exige que se acepte sin cuestionar su opinión entonces termina fácilmente defendiendo una idea enana. La interpretación prevaleciente de la idea de Dios en la cultura occidental proviene de Tomás de Aquino desde la Edad Media: un ser entronado en la cima de una jerarquía absoluta que domina toda realidad. La interpretación de Aquino —así como otras interpretaciones de teólogos, filósofos y teosofistas— tiene su propio contexto y ahí tiene su sentido, pero quien exige “respeto por Dios” desde la ignorancia del ejercicio teológico y desde la genuflexión hacia las “autoridades” religiosas entonces llega a entender muy poco de semejante idea y, por tanto, termina defendiendo sólo aquello que entiende, es decir muy poco. Por eso quien defiende una mera opinión de la idea de Dios termina defendiendo una idea enana.

Saturday, March 10, 2012

¿Ciencia y teología?

Sabemos que la ciencia natural busca corroborar los hechos de la realidad física, y que para interpretar tales hechos de una manera madura es necesario ejercer no poca investigación y profunda reflexión. Dadas las corroboraciones de la nueva física y su aproximación a la mística sobria ¿será acaso que hay justificación para la eclosión de una nueva síntesis entre la ciencia natural y la teología natural?

Por favor, amable lector, note usted que terminé el párrafo anterior con una pregunta, la cual no tengo la más mínima intención de responder públicamente pues mi respuesta —cualquiera que fuese— no es relevante. Lo relevante es la pregunta. Lo importante es alimentar el ímpetu de preguntar y, con más esfuerzo, llegar a cuestionar lo que pretendemos saber. Pues se es inteligente «...no porque cree usted saber todo sin cuestionar, sino más bien porque cuestiona todo lo que usted piensa que sabe».

Para gente común y corriente como yo, quien no tiene posgrados avanzados de escolaridad ni en la nueva física ni en teología, puede ser enorme la tentación de saltar a conclusiones con base en mis opiniones a la fecha. Pero en eso consiste el gran tropezón con la ignorancia: en abrir la bocaza para pretender ser dueño de conocimiento que realmente no tengo. Además, si caigo en esa tentación entonces lo más probable es que mis opiniones a la fecha no sean realmente mías sino el producto del acondicionamiento sociocultural que habitualmente impera sobre una persona como yo.

En el pasado pretendí tener respuestas ante colosales preguntas como la ya mencionada. Pretendí poseer la verdad del Cosmos —así, en lo general. Fue locura y despropósito juvenil, exacerbado frenesí y travesura malsana por tener la razón, juego de infantes. Muchos recuerdos de aquella época dogmática están a lado de otros tantos recuerdos de mocedad sosa e impertinente, recuerdos que ahora me hacen asombrar y preguntar qué es lo que tenía en la cabeza en esa época, cuán grande pudo ser mi necesidad de identidad y de pertenencia como para entregar mi voluntad al pensamiento grupal —tan imperante en nuestra sociedad.

«El peor enemigo de la verdad no es la mentira, sino las convicciones» —Marcelino Cereijido en Ciencia sin seso, locura doble.

¡Cuán afortunados somos ahora quienes podemos asistir a bibliotecas!